Cuando un policía hace escandalosamente mal su trabajo, el departamento de asuntos internos lo investiga y, si encuentra imperdonable su falta, le exige que devuelva su placa y su pistola. Cuando es un político el que hace escandalosamente mal su trabajo, la oposición y la prensa nos lo hacen saber y, si los argumentos de ambas instituciones nos convencen, los ciudadanos mandamos a ese político a casa en las siguientes elecciones. Cuando quien falla escandalosamente es un juez, no suele ocurrir nada. La justicia española es una institución donde no existe un departamento de asuntos internos digno de tal nombre. Juez no come juez. Hay jueces que han cometido errores gravísimos y a los que nadie les ha pedido no ya que entreguen su toga, sino que al menos expliquen cómo fue posible que erraran tanto.

Es pronto para saber si el juez de Madrid que ha decidido investigar a la mujer del presidente Pedro Sánchez al admitir a trámite una denuncia –para muchos capciosa e inconsistente– interpuesta por el pseudo sindicato ultra Manos Limpias se ha equivocado, pero, si lo hubiera hecho, la justicia no le pedirá responsabilidades por ello. Hay jueces y fiscales que han perseguido injustificadamente a políticos de Podemos y no les ha pasado nada: las causas que promovieron contra ellos fueron un fracaso judicial pero un éxito mediático y político. La causa abierta contra Begoña Gómez tal vez acabe judicialmente en nada, pero políticamente dará unos rendimientos altísimos. Ya los está dando. En España hay demasiados jueces que están descontrolados: con ocasión de la tramitación de la ley de amnistía se evidenció ese descontrol, sin que el Consejo General del Poder Judicial hiciera nada para impedirlo o sancionarlo.

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Secretos del corazón

Con su carta de ayer informando al país de que se plantea dimitir “por los ataques sin precedentes” de la derecha y la ultraderecha a su mujer, Pedro Sánchez parecía desmentir a quienes siempre pensaron que era un tipo sin corazón. Naturalmente, lo seguirán pensando, puede que incluso todavía más de lo que lo pensaban antes de conocer esa carta, pero debería quedarles la duda de que la misiva tal vez fuera sincera. Quienes piensan que es una maniobra más del trilero Sánchez, consistente esta vez en hacer como que se va para luego quedarse, probablemente se equivocan, aunque también es verdad que el propio Sánchez les ha dado no pocos motivos para equivocarse. 

Convencidas desde hace años de que Sánchez ha cometido gravísimos delitos de lesa patria por los cuales debería estar en prisión, las derechas debieron quedarse perplejas ayer al conocer esa carta de Pedro Sánchez en la que el presidente se mostraba dispuesto a dejar el cargo por la, para ellas, insignificante circunstancia de ver a su mujer investigada por la justicia. Si llegan a saber antes que era un marido tan sensible, habrían dedicado más tiempo, más dinero y más energías a destruir a Begoña Gómez. Para esas derechas, si Sánchez dimitiera su caso se parecería al de Capone, que, habiendo cometido crímenes atroces, vio llegar su perdición por un simple delito fiscal. 

Un trabajo sucio

Aunque nadie en la derecha lo crea, es muy probable que el deseo de Pedro Sánchez de mandarlo todo al carajo sea sincero. Un político también es marido, padre, hijo, hermano. Hacer compatible la responsabilidad pública con los sentimientos privados no debe ser fácil. Felipe VI lo sabe bien: una vez conocidas las andanzas de su padre Juan Carlos, tenía que elegir entre ser un buen rey o ser un buen hijo; por fortuna para todos y desgracia para el emérito, eligió lo primero. 

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Sin descartar que la decisión del juez puede encuadrarse en el llamado ‘lawfare’, la carta de Sánchez es la de un buen marido pero un mal presidente. Lidiar con la derecha y la ultraderecha es un trabajo sucio pero alguien tiene que hacerlo. Y él lo hace bastante bien. El estallido emocional de Sánchez es perfectamente comprensible en tanto que esposo, pero no cabe darlo por bueno en tanto que presidente. No sabemos qué sucederá el lunes, que es el plazo que se ha dado Sánchez para tomar una decisión sobre su continuidad en el cargo, pero sí sostenemos que no tiene derecho a sacrificar su condición de presidente en el altar de la devoción a su mujer. A las derechas políticas, mediáticas y judiciales no se las combate dimitiendo: se las combate gobernando. Aunque sea un trabajo sucio.

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