El PP ya acaricia la idea de matar a Mazón pero no sabe cómo. De no elegir el arma homicida adecuada, el propio partido corre el riesgo de desangrarse. Para los populares, Valencia es mucha Valencia, como Madrid es mucho Madrid, y el PP es un partido fuertemente orgánico: Madrid es el corazón, Valencia el costado  y Andalucía las piernas. En el PP es un secreto a voces que Mazón está a punto de dejar de ser ‘uno de los nuestros’; el único que parece no conocer tal secreto es el propio presidente valenciano.

Carlos Mazón es, ciertamente, un cadáver político, pero no es un cadáver político al uso. Los cadáveres normales –la política está llena de ellos– son inodoros, incoloros e insípidos: siguen en sus escaños, en sus ministerios o sus consejerías, ya sin futuro alguno pero sin incomodar a los vivos; aunque muertos y bien muertos para la política, su permanencia en el cargo no conlleva problemas serios para sus partidos. Son muertos aseados, difuntos que no lo apestan todo con su hedor. No es el caso de Carlos Mazón, muerto político que hace irrespirable todo lugar al que se acerca. 

El 29 de octubre estaba cayendo la mundial y Mazón estaba desaparecido. Han pasado cuatro meses y todavía no ha explicado con detalle en qué graves asuntos estuvo ocupado desde las tres de la tarde en que se convocó el comité de emergencias hasta las ocho y media en que apareció por allí. Cuando un tipo intenta hacerte creer que es lo mismo llegar a un sitio a las ocho y media que llegar “pasadas las siete”, es que oculta algo. El misterio y la mentira están desangrando a Mazón: cuando no explicar algo le hace a uno tanto daño y aun así no lo explica, es porque el damnificado sospecha que explicarlo le haría más daño todavía. 

La única manera de restablecer la normalidad institucional en la Comunidad Valenciana y devolver la decencia al cargo de presidente es defenestrando a Carlos Mazón. El PP tiene en su mano hacerlo, pero le asusta el coste político que tendría la operación: primero porque Mazón no quiere dejarse matar, lo cual aumenta el riesgo de ponerlo todo perdido de sangre en el momento de cabo el trabajito, y segundo porque su sustitución requeriría los votos de Vox, que solo está dispuesto a aportarlos a la investidura a un precio exorbitante que el PP no quiere pagar.  Alberto Núñez Feijóo es hoy por hoy el único que puede hacer dimitir a Mazón, aunque para dar ese paso se precisa una determinación que el presidente del PP no tiene. Feijóo arrastra la mala fama de ser un líder pusilánime: con Mazón tiene una oportunidad de desembarazarse, al menos en parte, de ese feo baldón, el peor posible que puede recaer sobre un comandante en jefe.

Las cuentas de la oposición de izquierdas, y también de Vox, son que el PP se coma solo el marrón de Mazón: que Génova active la guillotina y ordene su decapitación y que apechugue con las consecuencias. En ese escenario descarnadamente utilitarista, los socialistas del PSPV, con Diana Morant al frente, solo tienen que sentarse a la puerta a esperar que pase ante ellos el cadáver de su enemigo.

Dado que Alberto Núñez Feijóo teme dejar caer a Carlos Mazón para no tensionar el PP valenciano ni quedar a expensas de Vox, la salida más honorable para Valencia y sus instituciones sería que los socialistas comprometieran su apoyo, vía abstención, a la investidura de un nuevo presidente de la Generalitat designado por el PP. ¿Eso sería hacerle un favor al PP? Sin duda. Pero sería también hacerle un favor al sistema institucional valenciano y, sobre todo, sería hacer un favor, un verdadero e impagable favor a las familias de los ahogados y a los numerosísimos valencianos que vienen exigiendo dimisión del president. Aunque sería decisión audaz y, por tanto, arriesgada, seguramente el PSPV tendría con ella más que ganar que perder: podría atribuirse con justicia el mérito de haber echado a Mazón de un puesto que ha deshonrado y al que ningún socialista tiene posibilidad alguna de acceder con la actual aritmética parlamentaria.

Mas no están los tiempos ni los partidos para decisiones audaces. En la política de hoy en día, la audacia se ha convertido en el refugio de los canallas. El PSPV optará seguramente por dejar que el PP se vaya achicharrando lentamente: todo muy lógico, muy práctico, todo muy dentro de la ortodoxia. Ahora bien: ¿acaso no es esa clase de tácticas, precisamente esa clase de tácticas, de tácticas cínicamente partidistas, la que desacredita la política y favorece el ascenso de partidos pretendidamente apolíticos como Vox? Una de las razones por las que crece la ultraderecha es porque ningún partido se atreve a hacer nada que, siendo bueno para las instituciones, lo sea también para su enemigo: si en Valencia viéramos algo así, España no sería España ni la política sería la política. Y ni la una ni la otra pueden, las pobres, dejar de ser lo que son.