Domingo 30 de octubre. Noto esta mañana un triste sopor que me empuja a quedarme en la cama. Una sensación que ralla con la afasia, ese trastorno que dificulta la habilidad de comunicarse mediante el habla. Me palpo para ver si me he convertido en la enorme cucaracha de Kafka y enseguida constato que no. Me levanto, me miro al espejo y me digo buenos días. ¡¡¡Incluso puedo articular palabras, no debo estar tan mal!!. A pesar de todo hago un esfuerzo sobrehumano para intentar superar lo que parece una súbita depresión y, sobre todo, descubrir su origen. Ahora es más fácil que antes, gracias a internet ni siquiera tengo que quitarme el pijama para ir al quiosco de prensa. Recurro al ordenador para ver las portadas de la prensa del día y en ellas descubro con horror lo que me pasa. El diagnóstico es desazonador: Rajoy repite como presidente del Gobierno.

Ha sido posible gracias a la abstención del PSOE, afirman todos repitiendo lo que se sabe desde hace una semana. Unos periódicos lo aplauden y otros lo critican. Surge en mi desconsolado ánimo la primera levedad del día, los argumentos que ofrecen unos y otros casi me convencen por igual: unas terceras elecciones habrían sido un desastre para el país, con un más que probable aumento de escaños para el PP, algo más catastrófico si cabe; pero también entiendo a los que afirman que era posible un gobierno de cambio con unos acuerdos de mínimos, el primero de ellos, sin duda, sacar a Rajoy de La Moncloa.  No ha sido posible porque las razones de quienes podrían haberlo hecho posible se contradicen con sendas cargas de profundidad de lo más destructivo. El PSOE echa la culpa a Podemos por no haber apoyado su acuerdo con Ciudadanos y embriagarse con la posibilidad del Sorpasso. Podemos echa la culpa al PSOE por haber traicionado a sus bases y dejarse arrullar por los cantos de sirena de la derecha.

Todavía queda alguna posibilidad, me digo intentando animarme, cuando llegue el momento de aprobar unos nuevos presupuestos. Pero recaigo en la depresión al escuchar en la radio la opinión de un politólogo: Rajoy tiene la sartén por el mango, porque a partir de mayo podría convocar elecciones y quedarse tan ancho. Con el juicio de la Gürtel presumiblemente a la espera de sentencia y los datos macroeconómicos eclipsando la precariedad laboral y salarial, tendría muchas posibilidades de volver a ganar, incluso obtener mayoría absoluta en el Congreso con la ayuda de su anaranjado partenaire liberal.

Para intentar olvidar recurro a las páginas de internacional, pero estas me ofrecen la segunda levedad del día al recordarme lo que podría ocurrir el día 8 de noviembre en Estados Unidos. Estudios, sondeos y opiniones, bien aireadas a diario por el New York Times, aseguran que Donald Trump no tiene ninguna posibilidad de llegar a la Casa Blanca. Pero la vena negativa que domina hoy mi ánimo me recuerda que algo parecido afirmaban con rotundidad ante el posible resultado del referéndum sobre el acuerdo de paz con las FARC en Colombia y el que hicieron los británicos acerca de su salida de la Unión Europea, el famoso Brexit.

Tras su rotundo fallo, encuestadores y analistas aludieron a ciertos imponderables que los modelos aplicados no habían tenido en cuenta e incluso al tiempo. Es cierto que en Colombia un huracán impidió acudir a las urnas a muchos ciudadanos de las zonas rurales, más propensos a un SÍ al acuerdo, pero también lo era que el mensaje de Uribe, partidario del NO, había calado con fuerza en las principales ciudades del país y empezaba a extenderse por el resto junto a cierto malestar por el excesivo triunfalismo del Gobierno de Santos.

En el Reino Unido la mayor parte de la responsabilidad se la llevó el convocante, David Cameron, que pagó su atrevimiento con una salida prematura y abrupta de la política, pero también tuvo parte de culpa la laxitud del partido Laborista durante la campaña al no intentar convencer a las clases trabajadoras de las zonas desindustrializadas de que no son los inmigrantes los que amenazan su calidad de vida sino las políticas conservadoras.

En ambos casos, curiosamente, la abstención también tuvo parte de culpa, una por ser demasiado alta y la otra por lo contrario: en Colombia porque fue del 62 por ciento, la mayor en dos décadas, lo que supuestamente restó votos al SÍ.  Y en el Reino Unido, verlo para creerlo, porque fue inusualmente baja: la afluencia a las urnas alcanzó el 72 por ciento, la tasa más elevada del último cuarto de siglo.

La tercera y última levedad de mi ser a día de hoy es más filosófica, al estilo de la novela de Milan Kundera. Tiene que ver con la presunta inutilidad de la existencia que me invade esta mañana y que me recuerda la polémica ficción de Michael Houellebecq, "Sumisión". Salió a la venta el mismo día que se produjeron los atentados contra el satírico Charlie Hebdo en enero de 2015, un mal momento para que el controvertido autor francés planteara la llegada al poder en las elecciones de 2022 de un candidato islamista gracias al apoyo del partido Socialista en la segunda vuelta por acción u omisión, es decir, por votación de unos y abstención de otros. El país tardó poco en transformarse en algo parecido a una república islámica. Pero es pura ficción,  mucho ojo, mientras que aquí, por la repetición de Rajoy gracias a una polémica abstención, la vida de los españoles no parece que vaya a cambiar demasiado en los próximos tiempos. Aquí, por desgracia, ya está todo escrito.