Son semanas convulsas y de retroceso para los ciudadanos afganos. La toma de control de la capital de Afganistán ,Kabul, el pasado 15 de agosto por combatientes talibanes, desencadena la vorágine geopolítica del siglo. Estados Unidos fracasa en su intento protagonista de modelar Oriente Medio a su imagen y semejanza, mientras Occidente se convierte en mero espectador de las desgracias ajenas encarnadas por los de siempre: el pueblo. 

Sus habitantes, víctimas de un indeseado azar, nacen en un país cuya supervivencia no está asegurada por razones ajenas a ellos. Los que logran ser evacuados con escasas pertenencias, dejando atrás a sus familias y viendo su identidad, derechos y seguridad expuestos, se someten a largos plazos hasta que se resuelve su petición de recibir protección internacional. De ser admitida, han de esperar un máximo de seis meses para decidir si es o no favorable, de manera que, en el mejor de los casos recibirían el estatuto de refugiado

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, en una rueda de prensa del pasado 24 de agosto, dejó claro que las peticiones de asilo se tramitarían “con la mayor urgencia” con el fin de “dar protección a las personas que se encuentran en un riesgo objetivo y evidente”.

Fernando Grande-Marlaska comparece en la base aérea de Torrejón de Ardoz para agradecer las labores de evacuación de los colaboradores afganos. Vídeo de Tamara Rozas.

 

Aunque son más de 2.200 las personas procedentes de Afganistán (más de 500 a España) que han sido atendidas en menos de dos semanas, el viernes 27 de agosto, nuestro país da por concluido el operativo. El presidente Pedro Sánchez pone punto final con un claro mensaje contundente “misión cumplida”.

Son demasiadas las imágenes desalentadoras del fracaso que se hacen eco mediático; por no hablar del futuro que augura una vida convertida en pesadilla para las personas que han quedado atrapadas en el país asiático. Especialmente para las mujeres y niñas, las más afectadas del cambio de gobierno. Con los talibanes en el poder, y la proclamación de un emirato regido por la ley islámica -Sharia-, su dignidad está a la merced de unos sujetos gobernados por el fanatismo, la arrogancia y la nula empatía. 

Qué credibilidad pueden tener los talibanes en una tierra, per se, gobernada por hombres, cuando aseguran el respeto de niñas y mujeres habiendo crecido ensañandose con la educación de las niñas, convirtiendo las escuelas en objeto de ataque, asesinándolas por destacar en la vida pública. En resumidas cuentas, alimentando políticas de terror. 

Con el anterior gobierno talibán -entre 1996 y 2001-, ellas no podían estudiar, ni trabajar, ni asistir al médico solas, ni participar en política. Víctimas de violencia sexual, matrimonios forzados, matrimonio infantil y un descarnado etcétera de atrocidades que no garantizan los derechos humanos más básicos e ineludibles. En palabras de Mary Akrami, directora del Centro de Desarrollo de Capacidades de las Mujeres Afganas: “ […] No puede haber paz si la vida de las mujeres está llena de violencia, si nuestras hijas no pueden ir a la escuela, si no podemos pisar la calle por miedo a que nos arrojen ácido".

Con la sororidad por el sufrimiento derivado de esa supremacía del horror, son varias las protestas acontecidas estos días en toda España en apoyo a los derechos en materias de educación, trabajo y libertad. En Madrid, el pasado 2 de septiembre, varias personas se congregaron en una manifestación organizada por CGT, frente a la embajada de Rusia, para solidarizarse con el futuro incierto que se presenta para ellas al grito de: “Mujeres afganas, sois nuestras hermanas”.

Marcha por la libertad de las mujeres afganas en Madrid. Vídeo de Tamara Rozas / Agradecimientos a CGT por las entrevistas incluidas.
 

Sentir los problemas ajenos como propios en un mundo globalizado es el signo de humanidad que asegura los derechos humanos. Pero, ¿podemos imaginar sin, afortunadamente, sufrir ese trato deshumanizado por parte de los extremistas, el infierno que supone que la Historia se repita?