Comienza la semana más difícil para los candidatos, probablemente la más dura (por desagradable) desde hace varias elecciones norteamericanas. Dicen los últimos sondeos que Trump ha remontado y ha frustrado de golpe lo que casi parecía un paseo demócrata hacia la Casa Blanca. Los contendientes, ya casi combatientes, echan el resto (Hillary Clinton, ayer tres mítines en Florida) y lanzan puñaladas cada vez más hirientes, más sangrantes y más burdas.

No  se trata de los últimos emails de Hillary filtrados por el FBI, ni siquiera de los fraudes fiscales de Trump, sino de algo mucho más barriobajero: a la campaña femenina contra el candidato republicano por su actitud repelentemente machista, éste ha intensificado su respuesta sacando a la luz los viejos trapos sucios del ex presidente demócrata.

Violador contra violador

"Bill Clinton es un violador", gritó un hombre este martes por la noche en Fort Lauderdale, tres minutos después de que Hillary empezara su discurso mientras mostraba una luz de neón con el mismo mensaje. Con voz alta, dura y clara, acallando a sus partidarios, Hillary respondió al boicoteadro. Con calma, pero respondió. Algo que habitualmente no hace y que ha sido destacado por algunos medios como muestra de su creciente hartazgo.    

Quién violó más, y no precisamente la Ley, se ha convertido en uno de los ataques más recurrentes de esta campaña presidencial. Y el asunto ha pasado a mayores: hace tres semanas un juez federal de Nueva York fijó la fecha del 16 de diciembre para una comparecencia de Donald Trump en relación a la supuesta violación de una joven de 13 años en 1994. Montaje o realidad, la imagen de un presidente norteamericano en potencia, a menos de un mes de su juramento, sería devastadora para el resto de su mandato.

Bulo puede ser también que un partidario de Trump está detrás de intervenciones como la de anoche en Florida, y que una página web ofrece 5.000 dólares a quien llame violador a Bill Clinton en los mítines de Hillary.  A cambio, bien cierto es que los mismos personajes que animarían esa iniciativa son los promotores de unas camisetas con el mensaje "Clinton es un violador" que aparecen desde julio en los mítines de la candidata demócrata y que se venden al módico precio de 9,99 dólares.

Sobre escándalos y trampas

Podría calificarse a ésta como la "campaña de los escándalos", pero también la de las trampas. A Hillary Clinton la acusaron de haber utilizado un auricular oculto durante una entrevista en directo en la NBC en la que debía responder complicadas preguntas sobre asuntos militares a veteranos y votantes.  Embustero por naturaleza sería Trump, según el ex boxeador Oscar de la Hoya, quien asegura que le vio hacer trampas dos veces en dos hoyos consecutivos en su propio club de Golf, algo que resulta muy creíble en alguien que ha evadido impuestos durante varias décadas.

Como en el caso de las supuestas violaciones, es fácil que el tramposo se convierta en acusador. El propio Trump volvió a demostrarlo al sugerir la posibilidad de un fraude electoral a gran escala en Estados Unidos. Llegó incluso a tildar de ingenuos en un tuit a los líderes republicanos que lo negaban. El republicano afirma que hay gente que murió hace diez años y aun vota, e inmigrantes ilegales que se inscriben de manera fraudulenta al no cumplir los requisitos.

Increíbles dudas sobre el sistema

Esas dudas, que le condujeron a la inusitada afirmación de que podría negarse a reconocer el resultado de las elecciones si gana Hillary Clinton, ha conseguido inculcárselas a buena parte de sus partidarios. Solo el 38 por ciento de sus seguidores confían en que sus votos serán contados de manera justa, según un  estudio del Pew Research, una cifra que se eleva al 68 por ciento entre los que afirman que votarán a Clinton.

La británica BBC llegó a plantearse si es posible llevar a cabo un fraude electoral a gran escala en Estados Unidos y llegó a la conclusión contraria tras consultar a varios expertos. Primero, porque el proceso es muy descentralizado, y porque se ha demostrado que el número de personas que votan con el nombre de un muerto, que los hay, es insignificante.

Por si acaso, y por primera vez en la historia de las elecciones norteamericanas, una misión de la Organización de Estados Americanos ejercerá como observadora de los comicios del 8 de noviembre. Sus agentes aseguran que, de momento, no han detectado elementos para dudar sobre el proceso. Pero esa percepción puede cambiar mucho en función de lo que ocurra a lo largo de la próxima semana.