Abrir el grifo, llenar la nevera o respirar aire limpio podrían dejar de ser gestos cotidianos garantizados en Europa. Así lo advierte la Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA, por sus siglas en inglés), que en su último informe alerta de que el deterioro ambiental está “poniendo en peligro el modo de vida europeo” y exige un cambio profundo en el uso de recursos y la gestión del territorio. La institución advierte de que los avances logrados en la reducción de emisiones o en la mejora de la calidad del aire no son suficientes para frenar una crisis ecológica que ya impacta en la economía, la salud y la cohesión social de los países europeos.

Un informe con luces y sombras

El documento, publicado este septiembre, reconoce ciertos progresos. La Unión Europea ha conseguido disminuir sus emisiones de gases de efecto invernadero en comparación con los niveles de 1990, ha impulsado energías renovables y ha aprobado directivas que han mejorado la calidad del aire en las grandes ciudades. Sin embargo, los datos generales dibujan un escenario preocupante: la biodiversidad continúa en retroceso, los ecosistemas marinos y terrestres están cada vez más degradados y la sobreexplotación de los recursos naturales amenaza la seguridad de abastecimientos básicos.

Uno de los indicadores más llamativos del informe señala que cada ciudadano europeo consume de media 14 toneladas de recursos al año, una cifra que multiplica hasta por seis la de países con menores ingresos. Este nivel de consumo, recuerda la EEA, resulta insostenible y colisiona directamente con los límites del planeta.

El agua, recurso cada vez más escaso

El acceso al agua potable y su gestión eficiente constituyen uno de los principales desafíos. Según la Agencia, el 34 % del territorio europeo y cerca del 30 % de la población viven en áreas con fuerte presión sobre los recursos hídricos. La sequía prolongada en regiones mediterráneas, como España o Italia, es ya una realidad que compromete tanto el consumo doméstico como la producción agrícola.

Además, apenas un 37 % de las masas de agua continentales analizadas alcanzan un estado ecológico “bueno” o “alto”. Esto implica que la contaminación por fertilizantes, vertidos industriales y residuos urbanos sigue afectando a la calidad de los ríos y acuíferos europeos.

Otro de los puntos críticos del diagnóstico es el deterioro de los suelos. La EEA señala que la erosión y la desertificación se expanden en diversas zonas del sur del continente. En España, Grecia o Portugal, la combinación de olas de calor más frecuentes, incendios forestales y prácticas agrícolas intensivas acelera la pérdida de tierras fértiles. La degradación de estos suelos no solo amenaza la seguridad alimentaria, sino que también repercute en el equilibrio territorial y en la viabilidad de muchas comunidades rurales.

La Agencia subraya además que el impacto del deterioro ambiental no es homogéneo. Las comunidades con menos recursos, infraestructuras más débiles y menor capacidad de adaptación son las que sufren con mayor dureza las consecuencias de la contaminación o de los fenómenos meteorológicos extremos. En palabras del informe, estas desigualdades pueden “erosionar la cohesión social y alimentar la desconfianza hacia las instituciones”.

En la práctica, eso significa que barrios con mayores índices de pobreza en ciudades europeas padecen niveles más altos de polución, mientras que regiones enteras, como el sureste español, se enfrentan a limitaciones hídricas que condicionan tanto la economía como la vida cotidiana.

Un llamamiento a la acción política

El informe se publica en un contexto de tensiones políticas en Bruselas, donde parte del debate gira en torno a retrasar la aplicación de algunas medidas del Pacto Verde Europeo para aliviar la presión sobre sectores empresariales. La EEA advierte que cualquier retroceso puede debilitar los compromisos climáticos y dejar al continente en una posición de mayor vulnerabilidad.

Entre las medidas urgentes, la Agencia propone reforzar la gestión del agua, restaurar humedales y suelos degradados, reducir el uso de fertilizantes, apostar por cadenas de producción alimentaria sostenibles y garantizar que la legislación ambiental se aplique sin excepciones.

El mensaje final de la Agencia es claro: la prosperidad y la calidad de vida en Europa dependen directamente de la capacidad de proteger sus ecosistemas. Sin un cambio profundo en los patrones de consumo y en el modelo de desarrollo, la seguridad alimentaria, la salud pública y la estabilidad social del continente estarán en riesgo.

Súmate a El Plural

Apoya nuestro trabajo. Navega sin publicidad. Entra a todos los contenidos.

hazte socio