Su fecha de nacimiento sólo podía entreverse en su solemne resistencia a las nuevas tecnologías. Hasta hace bien poco su semanal artículo llegaba a la redacción a través de un mensajero en dos folios bien escritos a máquina que luego había que “picar” para meterlo en nuestra red de ordenadores. Los escribía su compañera de toda la vida, Carmen, porque él seguía escribiendo con bolígrafo sobre papel. Los folios de Santiago llegaban, eso sí, puntuales en día y hora. La disciplina era otro dato que señalaba su condición de viejo comunista.

Cuando convocamos nuestras periódicas comidas de colaboradores para poner en común el pulso de la actualidad él nunca quería perdérselas. A pesar de que su andar ligero de los primeros años diera paso a la ayuda de un bastón o a la de un brazo amigo en los últimos tiempos. Y a pesar de que ya no se pudiera fumar en los restaurantes. Solíamos terminar tan tarde que, ya cerrado, el restaurador amigo solía dejarle encender su eterno pitillo. Su presencia, marcaba. Las demás firmas de El Siglo lamentaban cuando, en alguna ocasión, no podía acudir. Sus tranquilas pláticas, a veces con una lentitud expositiva algo exasperante para el periodista en activo, siempre aportaban una perspectiva que pocos de los que nos “peleamos” con la noticia a diario somos capaces de ver.

El postrer “regalo” que nos hizo fue su presencia en la última Fiesta de la revista, la que conmemoraba nuestro 20 aniversario, en octubre del año pasado. Santiago quiso acudir, a pesar de su ya tocada salud, y nos robó parte del protagonismo porque una mayoría de invitados quería saludarle y hacerse una foto con él. No nos importó. Nosotros también nos la hicimos. Y la guardamos. Los dos folios de Santiago dejarán definitivamente de llegar a nuestra redacción y no habrá nadie que los reemplace.

Inmaculada Sánchez es directora de la revista EL SIGLO