Pedro Sánchez, mano en pecho, hacía una pequeña genuflexión frente a Isabel Díaz Ayuso en la Real Casa de Correos. Lo hacía con aire ceremonioso, como si aquella conversación que llegaba tarde marcase un antes y un después en la forma de entender la política. La presidenta regional, por su parte, visiblemente nerviosa, ascendía la escalinata manteniendo conversaciones superfluas y agradeciendo la visita al líder del Ejecutivo como si la retahíla de despropósitos vertidos durante lo peor de la pandemia, cuando no le tocaba encabezar la lucha contra el virus, cuando podía hacer bandera política a costa de las muertes, no hubiera existido nunca.

Lo cierto es que al propio Sánchez parece que se le olvidaron. En su discurso final agradeció sobremanera el trato recibido a los inquilinos de la Puerta del Sol. Tanto, tanto, que incluso hubo quienes achacaron que con su manso relato estaba blanqueando las medidas segregadoras que entraban en vigor ese mismo lunes.

“El Gobierno viene a ayudar, en ningún caso a tutelar ni suplantar”, exponía el presidente del Gobierno en sus declaraciones, reconociendo que la capacidad competencial recaía en las comunidades autónomas y que, en ningún momento, los plenipotenciarios del Gobierno enviados a las reuniones bilaterales tratarían de imponer su visión amparándose en un orden jerárquico. “Ofrecemos asesoría”, repetía Sánchez, para aumentar detrás de cada palabra la sonrisa nerviosa de Isabel Díaz Ayuso, que, sabiéndose observada, tenía que dar un volantazo de 180º al discurso que le había servido todo este tiempo para ganarse el aplauso de Génova, de Miguel Ángel Rodríguez y de Rocío Monasterio.

Después de la demora -hay que recordar que Sánchez pidió una cita a Ayuso el miércoles y no se reunieron hasta el lunes-, quién sabe si por las peculiaridades de Miguel Ángel Rodríguez e Iván Redondo (jefes de gabinete de Ayuso y Sánchez, respectivamente), encargados de que todo saliese bien, el pacto alcanzado en apenas hora y media dejó fría a la ciudadanía. De aquel encuentro salía un “Espacio de Cooperación”. Un pacto para seguir pactando. Toda la pompa propagandística se resumió en decirse mutuamente que las administraciones necesitaban cooperar, que ellos necesitaban cooperar y que España necesitaba de su cooperación. Un paso demasiado corto, o no, depende de la metáfora que quiera ver cada cual detrás de las reverencias incesantes que se dedicaron presidenta y presidente entre banderas de España y de la Comunidad de Madrid. O de España y de la “España dentro de España”, que diría Ayuso.   

Sin embargo, el jabón se ha acabado. Este viernes, sin previo aviso, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, contraprogramaba al viceconsejero de Salud de la Comunidad de Madrid, Antonio Zapatero, para decir, grosso modo, que no estaba de acuerdo con lo que exponía su compañero del “Espacio de cooperación” en la rueda de prensa paralela. El Gobierno regional ampliaba sus restricciones a la movilidad a ocho zonas sanitarias más de las que ya estaban confinadas. El nacional decía que habría que confinar a todo Madrid, recordando que vienen “semanas duras”. Al mismo tiempo, desde el núcleo duro de Ayuso se filtraba a la prensa que Enrique Ruiz Escudero, jefe del mando único de Madrid, no comparecía porque sorprendentemente estaba de acuerdo con Illa y no con su propio equipo. Él lo desmintió poco después. Y entre desmentidos transcurrió un viernes negro para la cogobernanza, ya de por sí maltrecha, incapaz de mostrarse frente a la opinión pública como un bloque sólido.

Hubo quienes creyeron que detrás de la reunión Ayuso-Sánchez se fraguaba un movimiento más centrado en lo sanitario que en lo político. El choque entre gobiernos ha acabado con la unidad. El jaque de Illa a la Comunidad de Madrid es un jaque a la promesa del propio Sánchez. Tal vez deba volver a reunirse con Isabel Díaz Ayuso: esta vez, igual sí, sirve para fijar criterios sanitarios y científicos homogéneos sobre los que cimentar futuras actuaciones. Antes de que sea tarde.