El PP no encuentra su espacio electoral desde la marcha de Mariano Rajoy. La llegada de nuevos actores políticos en la derecha, primero Ciudadanos y luego Vox, sumado a un acercamiento decidido al centro reformista del PSOE de Pedro Sánchez, ha dejado a Pablo Casado sin una identidad clara que transmitir a los votantes. El líder del PP ha repetido en innumerables ocasiones, la última este martes en el Comité Ejecutivo celebrado en Génova tras la corta victoria en Castilla y León, que es necesario volver a transmitir la solidez del voto útil para derrocar a Pedro Sánchez y ser capaces de llegar a La Moncloa sin perder fiabilidad por el camino.

El incierto escenario que han dejado las urnas para Alfonso Fernández Mañueco en Castilla y León ha agudizado este problema. Mientras la líder con más aceptación y popularidad que tiene el PP entre sus filas, Isabel Díaz Ayuso, apuesta por aceptar los votos de Vox a cambio de sillones sin importar lo que piense la izquierda, la dirección nacional opta, por el momento, por agotar las vías alternativas y probar fortuna con un pacto transversal con el que su partido forme gobierno en solitario. Una partida de cartas que puede llevar a Casado a una repetición electoral, con lo que ello pueda acarrear.

Casado no ha dejado de repetir la esencia y los principios fundacionales de su partido, basados en constituirse como referencia en el centroderecha liberal del país, con claros valores europeístas y una decidida defensa de la Constitución y la soberanía española. Sin embargo, el líder del PP sabe que en su política de pactos se juega perder un espacio que muy difícilmente le haría tener opciones en las próximas elecciones: si opta por un gran pacto con el PSOE, renunciando a todos los acuerdos alcanzados con Vox en regiones como Madrid, Murcia o Andalucía, el PP perderá aún más votantes por la derecha constituyendo a Santiago Abascal como única alternativa sólida frente al sanchismo; por el contrario, si esta vez acepta el trágala de Vox y hace vicepresidente a Juan García-Gallardo, abonará el terreno del centro para un Pedro Sánchez que ya ocupó este espacio tras la deriva de Albert Rivera.

Entre la espada y la pared, por el momento el presidente del PP y su mano derecha, Teodoro García Egea, se contentan con hacer un esfuerzo de equilibrismo argumental criticando con fuerza al Gobierno nacional y rehuyendo de los postulados más conservadores de Vox. Difícil escenario para una formación que, con Ciudadanos al borde de la inoperancia, se ha quedado sin socios con los que cimentar mayorías.

Con Vox o rompiendo con Vox

La aritmética requerirá de una decisión por parte de Alfonso Fernández Mañueco y del propio Pablo Casado. Por el momento, el PP tiene ante sí dos vías: aceptar la mano tendida de Santiago Abascal, quien se siente en la obligación de respetar a sus votantes y exigir puestos de responsabilidad en el Ejecutivo castellanoleonés, o romper todo el escenario en el que sustentan gobiernos autonómicos en manos del PP a cambio de una promesa de Estado que podría desembocar en grandes pactos a futuro con el PSOE. Hacer lo que hasta ahora o copiar la estrategia de la centroderecha europea.

Este martes, durante su intervención en el Comité Ejecutivo del PP, Casado renunció a ambas y se limitó a pedir el voto de forma gratuita, algo que ni unos ni otros se plantean hacer: “Nadie está en condiciones de ejercer ninguna tutela legal ni programática sobre el PP. Somos la alternativa al populismo y el radicalismo. Somos un partido que dialoga y alcanza acuerdos, pero quiero decir una cosa muy clara: tenemos límites. Nuestros principios son nuestras condiciones y no vamos a renunciar a ellos. Nunca. Quien quiera pactar con nosotros tendrá que aceptarlos”, sostuvo en una intervención plagada de referencias a la grandeza del PP y advertencias a los que traten de ocupar su espacio. “Hay quienes están más preocupados por sustituir al PP que por cambiar al Gobierno. Lo segundo les resulta imposible y lo primero, les avisamos, no ocurrirá. La fragmentación del voto solo beneficia a los populismos”, sentenció.

Sin embargo, y pese a que el líder del PP marcó en su discurso la línea a seguir, no todos los dirigentes del partido creen que esta sea la solución. La propia Ayuso ha manifestado en repetidas ocasiones desde el domingo que preferiría gobernar con Vox que con Sánchez y sus socios: "Yo, que vivo en España, tengo un Gobierno donde ministros se declaran comunistas, es como si un ministro se declarara nazi. No hay que plantear un cordón sanitario a Vox", ha añadido este mismo miércoles el portavoz del Gobierno de la Comunidad de Madrid, Enrique Ossorio.  

En la misma línea se ha posicionado la expresidenta regional Esperanza Aguirre, quien no ve problemas en la derogación de cuestiones relativas a la violencia de género o la memoria histórica, como piden los de Abascal: “García-Gallardo ha dicho que quiere derogar las leyes ideológicas de Zapatero y me parece estupendo que lo haga”. Incluso el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, ha coqueteado con las tesis de Ayuso: “A mí no me parece tan importante si Vox entra o no en un gobierno como que permanezca Sánchez en el Gobierno de España”.

Por el contrario, y de forma sorpresiva para algunos, el expresidente del Gobierno José María Aznar ha apostado por seguir el camino pretendido por Casado y alejarse de los radicalismos en los futuros pactos: “No veo las ventajas de que en Francia hubiese un gobierno de derecha radical. No veo las ventajas para España de que la señora Le Pen estuviera en el Gobierno"”, ha manifestado, al tiempo que pedía espacio para Alfonso Fernández Mañueco, quien tiene sobre sus espaldas la importante misión de finiquitar este entuerto. 

Vox no se amedrenta

Pese a que hasta ahora la ultraderecha española se había limitado a ceder sus votos a cambio de diferentes pactos programáticos en Andalucía, Madrid o Murcia, ya hace tiempo que Vox advirtió de que era el momento de exigir igualdad de trato y respeto a sus resultados en la conformación de los nuevos equipos. De hecho, y sabedores de que en Génova está siendo discutida la posibilidad de sumar o adelantar elecciones, el propio Santiago Abascal insiste en sus peticiones y asumirá las consecuencias hasta el final: “Vamos a hacer valer las condiciones de nuestros votantes y no vamos a apoyar gratuitamente ningún gobierno”.

Más allá ha ido el propio partido a través de sus redes sociales, contestando a Pablo Casado y asegurando que los principios de Abascal son los de jugarse la propia vida por el PP durante su temprana incorporación a la política en el País Vasco.