Lo bueno de que en el recuento de votos del exterior haya ganado el Partido Popular, sumando un diputado más a costa del Partido Socialista, es que por fin tenemos la certeza de que no ha habido pucherazo. ¡Uf, qué alivio! Cosa bien distinta habría sido de suceder al revés, pues de haber arrebatado el PSOE al PP algún diputado no faltarían políticos bocazas y periodistas venales susurrando maliciosamente durante días y días que Pedro Sánchez, en connivencia con carteros comunistas y embajadores renegados, había amañado el resultado.

Aun así, la providencia no ha querido ser del todo cruel con los cráneos privilegiados de Celtiberia Show y ha tenido a bien obsequiarles a Carles Puigdemont, exiliado imaginario y prófugo escurridizo cuyos votos favorables son imprescindibles para que Pedro Sánchez siga siendo presidente. Hasta el recuento el pasado viernes del voto exterior a Pedro le valía la abstención del autoexiliado; ahora necesitará sus síes. No es probable que ese cambio de estatus preocupe demasiado a ‘Perro’: a fin de cuentas, en 2020 fue presidente gracias a la abstención, no al voto favorable, de Esquerra y de Bildu, pero el PP siempre, desde el minuto uno, interpretó tal abstención como un sí tan sí como el más nítido, irrevocable e infernal de los síes.

Sánchez ha ganado perdiendo. El poder del perro. Atemorizado ante la perspectiva de una invasión inminente de los bárbaros, el pueblo rojo salió a votarlo en masa, y eso que el cabroncete viajaba en Falcon a todas partes, a los mítines, a la playa, a comprar el pan, a visitar a sus suegros, a tomar café con sus amigachos de la ETA: de haber viajado en su modesto Peugeot diésel de 2016 y no en un avionzaco propulsado por turboventiladores a reacción habría arrasado.

Mientras, a su adversario Feijóo le ha sucedido lo que a ese jugador de la Lotería de Navidad cuyo décimo coincide con el Gordo en todas sus cifras salvo en la última: coinciden los millares, ¡bien!, coinciden las centenas, ¡¡bien!!, coinciden las decenas ¡¡¡bien, bien, bien!!!, pero fallan, maldita sea, las malditas unidades. En la contabilidad del Congreso salido del 23-J al PP le han fallado las unidades, necesitaba 176 escaños pero solo ha logrado reunir 171, a solo cinco dígitos del ansiado Gordo.

Linces a posteriori 

En política, la victoria solo es victoria si pare un gobierno, y la del PP del pasado domingo no ha parido nada. 23-J, Día Nacional del Gobierno Nonato, festividad inversa que quizá también acabe conmemorando el Partido Socialista, qué remedio, mientras Carles Puigdemont disfruta de la jornada desde su -hasta ahora- bien blindada hornacina belga. En el caso del PP, además de estéril, la victoria es particularmente dolorosa por lo que hay en ella de burla, de sarcasmo, de justicia poética. Fue conocerse los resultados y ya esa misma noche los comentaristas de la derecha se apresuraron a identificar las imperdonables equivocaciones que había cometido su candidato, pero de las que ninguno de estos linces a posteriori tuvo a bien advertirle en su momento.

Víctima de la hybris maligna que suele perder a los hombres y encoger a los héroes y que lo animó, primero, a no acudir al debate de TVE y, luego, a ponerse farruco con una periodista que estaba haciendo bien su trabajo, al pobre Feijóo lo han castigado los dioses. Creyó tener a su alcance el tesoro del poder, pero a la postre las deidades esquivas solo le han dejado entre los trémulos dedos un puñado de polvo, una espectral cosecha de humo, sombra, niebla, nada.

Ahormadas por el tardío convencimiento de que la compañía ultra es la culpable de la derrota, las relaciones futuras del PP con Vox no serán ya las mismas. El nuevo tono de la comunicación entre ambos partidos parece haberlo anticipado esta semana el presidente andaluz, durante la sesión del control al Gobierno autonómico.

Como ese caniche que, protegido tras las rejas del balcón del primer piso donde mora, amenaza ruidosamente con sus agudos ladridos al pitbull de mirada criminal que cruza por la acera sin posibilidad de alzarse tres metros sobre el suelo para, con un par de certeras tarascadas, dar buena cuenta del puto enano que tan cobardemente lo desafía, tras la intervención crítica de un diputado ultra Juan Manuel Moreno arremetía duramente contra Vox a propósito de la violencia de género, pero lo hacía, eso sí, una vez que la aritmética derivada del 23-J había certificado sin ningún género de dudas que Alberto Núñez Feijóo ya no necesita a Vox porque los escaños ultras y los del PP no suman mayoría absoluta y nadie más en el hemiciclo está dispuesto a prestarle al candidato conservador el puñado de votos que le faltan para ser investido.

Una campaña feroz

La del 23-J ha sido, ciertamente, una campaña algo animal. Tras identificar a Pedro como perro mordedor, traidorzuelo y peligroso, Feijóo quiso presentarse ante el electorado como un pacífico sambernardo dispuesto a auxiliar a la famélica España tras cinco años de penurias y dentelladas, pero el público, que no es un lince pero tampoco está ciego, veía al perrazo en todas partes acompañado del pitbull Abascal.

La mirada mansa y afable del uno era desmentida por las pupilas inyectadas en sangre del otro. Perro Alberto no daba miedo, pero Perro Santi sí; comparado con este, Perro Sánchez es un inofensivo chihuahua. Las webs de perros describen, por cierto, en estos términos a los especímenes de razas peligrosas: fuerte musculatura, configuración atlética, caja torácica potente, cuello ancho, pelo corto, pecho macizo y extremidades robustas. ¿No te recuerda a alguien, desocupado lector, esa inquietante descripción?

Sea como fuere, el adverso balance electoral parece haber convertido al impostado sambernardo de la campaña electoral en un caniche histérico cuyo alimento preferido, más allá de los ladridos de rigor dirigidos al pitbull, seguirán siendo los tiernos tobillos y las apetitosas pantorrillas de Pedro Sánchez. Nos espera una legislatura a cara de perro, si es que hay legislatura, claro: en realidad, una legislatura como todas aquellas en las que la derecha perdió unas elecciones que esperaba ganar.