El centro derecha catalán antaño hegemónico bajo el liderazgo de Jordi Pujol fue dinamitado en 2012 por Artur Mas al convertirse a la fe independentista y creerse por quince días el nuevo Francesc Macià. Siete años después del primero de los grandes retrocesos electorales de CiU, el propio Mas piensa en cómo recuperar una parte de aquella fuerza electoral. La parte soberanista, porque los promotores de la Lliga Democràtica, un proyecto sin líder que se asocia al catalanismo moderado de  Francesc Cambó, pretenden reorganizar el centro derecha constitucionalista sobre estas mismas cenizas. La repartición definitiva del legado político de Pujol, el otro legado, el de la corrupción, no lo quiere nadie.

Hace unos días, Artur Mas peregrinó a Waterloo para consultar a Carles Puigdemont sobre qué hacer con el desastre del PDeCat y tal vez también para recomponer sus relaciones personales. Mas eligió a Puigdemont como sucesor en la presidencia de la Generalitat cuando la CUP le mandó a él a la papelera, en una improvisación sorprendente para el propio partido, entonces denominado todavía CDC. Durante los meses álgidos del desafío procesista, Mas, ya inhabilitado por el 9-N, se mantuvo en segunda línea por temer los efectos de la unilateralidad, y después, cuando Puigdemont se obstinó en ser investido presidente desde la lejanía, él expresó públicamente sus dudas sobre la idea.

Los dos expresidentes decidieron en Bruselas que el guirigay de siglas creado al entorno de un mismo espacio electoral debía unificarse urgentemente bajo el paraguas de JxCat para así competir de forma más eficiente con ERC en auge. La marca electoral deberá transformarse en un partido en el que se integraran PDeCat y la Crida, el último invento de Puigdemont que ha quedado en nada, como el Consell de la República. A la expectativa de ver cómo evoluciona el nuevo intento de reorganización, Artur Mas ha aprovechado la circunstancia para hacer saber que no está cerrado del todo a repetir como candidato a la Generalitat, aunque no le apetece y no sabe que hará si se lo proponen formalmente. Pero dicho está.

Artur Mas seguirá inhabilitado hasta el 23 de febrero de 2020 y la reordenación de la parte independentista de la vieja Convergència llevará su tiempo, por eso también ha expresado su escepticismo sobre el plan de convocar elecciones autonómicas como reacción plebiscitaria a una posible sentencia condenatoria de los dirigentes juzgados en el Tribunal Supremo. Demasiado pronto para su calendario. Convocar elecciones contra la sentencia ha dicho “es un recurso fácil, pero a veces lo más fácil no es lo más recomendable”.

El movimiento del ex presidente ha coincidido en el tiempo con el anuncio de un nuevo partido, largamente rumoreado. El de los críticos (y damnificados) por el giro independentista de CiU impuesto en su día por Artur Mas. Aquellos convergentes y democratacristianos pactistas y no independentistas han intentado reponerse a la orfandad con iniciativas menores y sin éxito: Lliures, Units per Avançar (aliados por ahora del PSC), Convergents.

El proyecto en marcha llevará por nombre el de La Lliga Democràtica, de resonancias clásicas en el centro derecha catalanista, cuenta con el impulso del entorno de Societat Civil Catalana y un puñado de ex militantes de CiU, PSC e incluso PP o Ciudadanos, y su primer objetivo es reunir en una misma mesa a las modestos partidos ya existentes en esta área constitucionalista.

Todo se ha precipitado un poco al conocerse la ruptura de Manuel Valls con Ciudadanos y la voluntad de los ex presidentes de negar al PDeCat el protagonismo de la reunificación de siglas, dejándolo en manos de JxCat donde dominan los legitimistas, los adversarios más crueles con lo que pueda quedar de la Convergència pujolista en el PDeCat. Valls no está dispuesto a encabezar el nuevo partido , aunque se dejará querer y utilizar por parte de los promotores, cuya esperanza es, por otra parte, pescar catalanistas moderados entre los restos del pujolismo.

La predisposición de Mas a enfrentarse de nuevo con las urnas al frente de JxCat y la eventual consolidación de La Lliga permitirá, de materializarse ambas cosas, conocer cual es el grado de liderazgo que retiene el ex presidente entre los suyos y cual es el nivel de oposición de muchos de sus antiguos simpatizantes que le señalan como primer responsable de todo lo ocurrido en Cataluña desde 2012, especialmente sus viejos aliados del sector financiero.