Quienes han aclamado a Alberto Núñez Feijóo para presidir el Partido Popular justificaban su valor en las “cuatro mayorías absolutas” con las que ha gobernado Galicia desde 2009. Sin embargo, su mayor fortaleza podría haber sido su gran debilidad, si el nuevo líder del PP hubiese optado por trasladar de Galicia a Génova la comodidad con la que reina -más que gobierna-. Pero el Comité de Dirección que presentó este domingo tras ganar el XX Congreso demuestra que Feijóo ha aprendido en la piel de Pablo Casado y ha montado un cortafuegos, con salida de incendios incluida, con el que protegerse del flamígero liderazgo de Isabel Díaz Ayuso.

Por una parte, Feijóo ha montado un equipo en Génova hecho a su imagen y semejanza, pero con hombres fuertes de Moreno Bonilla en puestos clave. Si vienen mal dadas, la sucesión orgánica quedará en manos de Andalucía. Por otra parte, el gallego ha dado este mes varias pistas de que tendrá que protegerse de una rebelión de la militancia que pueda impulsar a Ayuso en forma de primarias, quizás con un cambio de los estatutos que vuelva a dar preponderancia a los compromisarios.

Galicia y Andalucia desembarcan en Génova

El núcleo duro de la nueva Génova ha plasmado lo que ya se vio en Sevilla este fin de semana y lo que se anticipó en la reunión de barones de madrugada que cortó la cabeza a Casado a finales de febrero: ahora mandan Galicia y Andalucía. El resto de territorios son comparsas y, si acaso, reciben premio de consolación Castilla-La Mancha, por su rápido cambio de bando, y Madrid, con un espejismo de “cargo importante” que no da ningún poder a Ayuso. Nada para la Murcia de Teodoro García Egea, ni para la Castilla y León que pacta con Vox; Valencia se lleva una vicesecretaría en la persona de un Esteban González Pons más cercano a Feijóo que a la actual dirección levantina.

El control orgánico de la formación queda en manos de Miguel Tellado, el número dos de Feijóo en el PP gallego. Las listas electorales, como reconoció abiertamente el gallego este domingo, serán controladas por el coruñés Diego Calvo. El relato y la gestión del presidente serán cosa de las gallegas de confianza de Feijóo: Mar Sánchez y Marta Varela.

La salida de emergencia en caso de incendio, si Feijóo fracasase en sus compromisos electorales, queda en manos de Andalucía con los dirigentes que el gallego ha subido en AVE. Todos los que ha podido, según contó el propio presidente andaluz el sábado, que hasta presumía de haber “frenado” a Feijóo para que no le quitara todo el equipo y le diese margen para ganar sus próximas elecciones autonómicas. Elías Bendodo será coordinador general, con funciones plenas a partir de la cita electoral andaluza. Y la economía, clave de bóveda del discurso de Feijóo, está en manos de Juan Bravo, el consejero de Hacienda que controlas cuentas en San Telmo.

Ayuso no tendrá ni topo

Con estos mimbres, palidece cualquier afirmación de que el puesto del madrileño Pedro Rollán como vicesecretario de Coordinación Autonómica y Local es “importante” y desautoriza al equipo de Ayuso que esperaba llevarse la cartera de Organización. La fontanería la llevarán Tellado y Bendodo y las listas las hará Calvo. Pero, por si acaso, Feijóo ha escogido en Rollán a una figura lejos del ayusismo. Rollán era el número 31 en la lista con la que Soraya Sáenz de Santamaría se enfrentó a Pablo Casado en el anterior Congreso. Es decir, es otro sorayo más de los que han resurgido en esta nueva etapa y Ayuso ni siquiera contará con un topo en el círculo de confianza de Feijóo.

El viernes, antes de conocerse el organigrama de Feijóo, la presidenta madrileña ya dio pistas de que se considera la alternativa al gallego si fracasa en las próximas elecciones y que, como mucho, le dará una oportunidad. “No nos hemos reunido aquí simplemente para ganar un Congreso, sino para ganar elecciones. Los españoles nos están mirando”, le dijo ante un plenario atestado y en un momento tan delicado como el Congreso que tenía que entregarle el poder del PP.

El poder de la militancia

Feijóo es consciente de que el mayor riesgo de Ayuso es su fenómeno fan. Pudo verlo en primera persona en Sevilla, con los codazos entre militantes para conseguir una fotografía con ella y en los aplausos del auditorio cada vez que aparecía la madrileña. Para cortar ese fuego, es vital limitar el poder de la militancia en futuros procesos. Algo habitual en un partido como el PP, donde el aparato y la Presidencia tienen mucho poder, pero que puede verse empañado con los actuales estatutos, donde hay que pasar un filtro previo de primarias.

Durante el mes largo que ha durado el proceso de relevo en el PP, Feijóo y su equipo han dado pistas sobre su querencia por la democracia controlada. El líder gallego quería llegar al poder sin contestación y por aclamación, aunque rechace esta expresión, como se vio en su rostro cuando el vicepresidente de la Comisión Europea, Margaritis Schinás, la utilizó en su discurso como si fuera un halago. Y las semanas previas, Feijóo tuvo que recorrer España en una campaña electoral con un único candidato que diese la imagen de pugna interna.

Democracia controlada

En las vísperas del Congreso, desde la organización se llegó a deslizar que no habría urna en las sedes para que los militantes votaran al candidato, y que valía con elegir a los compromisarios que votarían en el cónclave. Finalmente hubo urna, aunque votaron solo 36.000 militantes, de los 800.000 que el PP calcula que tienen.

Los discursos del líder del PP de estos días han puesto en valor el proceso, “como no podía ser de otra manera en un partido democrático”, pero apuntan a que habrá cambios. “No vamos a ser el PP que quieren los otros partidos”, llegó a decir, “guárdense sus carnets de demócratas”. Feijóo quiere cerrar “debates estériles” y no caer en el “entretenimiento infantil en el que ha degenerado la política española”. Mensajes que en clave interna se leen como un cambio estatutario que refuerza la democracia controlada que ejercen los compromisarios.

Cortafuegos y salida de incendios

Casado ganó un Congreso de rebote, aupándose sobre los escombros de la guerra política de Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal. Sin embargo, ejerció un ordeno y mando justificado solo por los estatutos, pero sin un poder territorial que le respaldase. En su equipo, un mosaico que pretendía unidad tras la batalla, prendió rápido la llama de la traición. El fenómeno fan de Ayuso le cocinó a fuego lento a las puertas de Génova y los barones, que no le debían nada, pero tenían agravios acumulados, degustaron la venganza en plato caliente. Feijóo ha aprendido la lección y ha puesto un cortafuegos y una salida de incendios. Solo el tiempo dirá si ha sido suficiente.