Se me ocurren muchas razones, pero sobre todo pienso en dos países en los que miles de personas pueden estar pensando en un exilio voluntario más o menos duradero. En España, la victoria electoral del PP de Rajoy, con la calamidad de un incremento de escaños en algunos de los lugares más señalados en el mapa de la corrupción, ofrece motivos más que suficientes para largarse. Curiosamente, sin embargo, donde más gente parece que tiene ganas de huir en este momento es en Reino Unido, una necesidad que debería aumentar día tras día debido a una incesante acumulación de causas.

Con todo, la peor parte se la llevan quienes están a caballo entre ambos países. Nada más conocerse el fatídico resultado electoral me llegó este mensaje de una amiga que trabaja en Londres: "Gracias España por devolverme la ilusión de seguir viviendo en Londres a pesar del Brexit". La desgracia para muchos de los que lo compartieron es que su trabajo allí podría llegar a peligrar a medio plazo. 

"Gracias España por devolverme la ilusión de seguir viviendo en Londres a pesar del Brexit"

Intento ponerme en su pellejo y todavía bendigo la suerte que tuve de estar viviendo precisamente en Londres cuando Aznar ganó sus primeras elecciones en 1996. No fue un autoexilio, sino el hecho de ser en aquel momento corresponsal de un medio español en un país que daba más noticias que ningún otro y que, al mismo tiempo, me alejaba de la política nacional por una buena temporada. Al menos de manera directa, porque al final todos los caminos conducen a la capital británica al final tuve la ocasión de participar en varios encuentros con el nuevo presidente y, como el directo no le favoreció en absoluto, corroboré punto por punto mis motivos para sentirme contento de no estar viviendo en España.

Mi época allí fue la de la crisis de las vacas locas, la última ofensiva del IRA antes de los acuerdos de paz de Stormont o la detención de Pinochet entre otros muchos asuntos. Casi nada. Pero lo que está sucediendo justo veinte años después es incluso más interesante desde un punto de vista periodístico y, sobre todo, mucho más deprimente para los británicos de a pie. Para los que perdieron el referéndum y para los que lo ganaron.

Dicen que algunas de las desgracias que depararía el Brexit ya estaban previstas y descontadas, pero ver como se hunde la libra esterlina, su mejor bandera, le llega al corazón, incluso a los que votaron contra la Unión Europea en la campiña inglesa o en los suburbios de las grandes ciudades del norte. Y a los bolsillos, que es lo que más le duele a un inglés, aunque la fama sea de los escoceses.

Economía aparte, el resultado del referendum ha puesto patas arriba la política de Westminster hasta convertirla en un culebrón mucho más interesante que las series costumbristas de factura nacional que suelen tragarse los británicos con la cena cada día a partir de las seis de la tarde.  Un culebrón que da material para una buena temporada y al que hay que añadir, para que no quede títere con cabeza, lo que acaba de conocerse hoy mismo: Según el esperado informe Chilcott, el primer ministro Tony Blair exageró la amenaza de Iraq e ignoró las advertencias de los riesgos que conllevaba la invasión. En primer lugar, la muerte de 179 miembros de su ejército cuyos familiares están pensando en emprender medidas legales contra quienes autorizaron la operación, con Tony Blair a la cabeza, al que una diputada del partido Verde, Caroline Lucas, ha calificado en un tuit como "criminal de guerra".

Lo dicho, para abandonar el país. Y los primeros en entenderlo han sido algunos escritores, guionistas y autores de teatro laureados en el Reino Unido. Consultados por The New York Times, sus opiniones quedan reflejadas en un artículo titulado precisamente "El Reino Unido ya no es mi hogar". Se culpa uno de ellos de no haber detectado un fenómeno como la xenofobia, que no ha podido ocurrir de la noche a la mañana y que ha sido una de las principales causas del voto Brexit. Más aún, según la BBC, una marca que todavía sigue en pie, los incidentes relacionados con el odio racial han aumentado un 500 por cien desde el día del referéndum.

"Mi sensación es que algo se ha roto irremediablemente", responde Mike Bartlett, "Y estoy buscando a alguien que me asegure que todavía se puede arreglar".