El 10 de noviembre fue crucial para el futuro de Ciudadanos. Puso los cimientos – o los derribó, según se mire – del fin del partido liberal. El retroceso hasta la decena de escaños, que se entendía como un toque de atención del electorado, no ha hecho sino acentuar la precipitación de los naranjas hacia un abismo de donde no podrá volver.

La tarea de resucitar un partido que decidió inmolarse en poco más de un año era ardua. Nadie lo niega. Pero era el momento de reconstruir lo que un día significó Ciudadanos para la política española; una formación de centro, liberal – en su más estricta definición – y sin los vicios de los “viejos partidos”. No se hizo. Ni siquiera hay visos de corrección.

El rumbo que tomó el extinto Albert Rivera aún no se ha corregido. El expresidente del partido se vio en Moncloa antes de tiempo y su partido lo pagó caro. El hiperliderazgo del catalán y el ahogo de los pensamientos disidentes al propio devolvieron la orfandad al votante de un partido que se había convertido en una comparsa del PP en la lucha contra Sánchez.

Inés Arrimadas, que presumiblemente se sentará en el trono naranja – o lo que quede de él – tras las primarias, no ha sido sino una extensión de su predecesor. Si bien es cierto que le tendió la mano a Sánchez desde un principio, los recursos discursivos siguen siendo los mismos. Incluso por parte del cabecilla del sector crítico, que insta a un retorno al centro tras perpetuar al Partido Popular en Castilla y León pese a las ofertas provenientes del PSOE.

El músculo que pudo mostrar tras las generales de abril no resultó más que una hipertrofia química. Los signos de debilidad del partido naranja eran evidentes en cuanto a la estrategia que marcó la cúpula. El leve viraje con respecto a Sánchez se ha diluido como un azucarillo en el café. Ciudadanos no ha salido del rebufo de un Partido Popular que tenía la sartén por el mango. Y lo ha demostrado en las negociaciones para las elecciones vascas y gallegas.

Debilidad naranja

La partida no puede estar más decantada a favor del Partido Popular. Los de Pablo Casado tienen todo a su favor para dar un paso más allá y efectuar lo que desde hace un año ha pretendido y no ha escondido: fagocitar a Ciudadanos. Una OPA en toda regla que, con un disfraz colaboracionista, ha sabido vender a sus ‘socios’.

El objetivo de Pablo Casado desde el monumental fracaso de abril no ha sido otro que reagrupar a las huestes del centro-derecha bajo una sola bandera, la del Partido Popular. Máxime cuando la ultraderecha le pisa los talones y promete darle más de un quebradero de cabeza.

Los conservadores ya han movido ficha y han puesto a los liberales a su servicio en los territorios que a ellos les interesa. Pese a las discrepancias en las últimas horas entre Alfonso Alonso y Génova, populares y naranjas han cerrado un acuerdo para concurrir juntos a las elecciones vascas. Eso sí, el PP ha rechazado la nomenclatura que propuso Inés Arrimadas – Mejor Unidos - para esta colaboración “constitucionalista” en Euskadi.

Ciudadanos sí que se ha llevado dos “puestos de salida” en Álava y Vizcaya, pero también un revés catedralicio. Un trágala que no habrá sentado bien a Albert Rivera allá donde esté. Los liberales tendrán que comerse la defensa del cupo vasco que tanto han repudiado en los últimos años.

De hecho, su antiguo líder, llegó a calificarlo como un “amaño en un cuarto oscuro” de PP y PSOE concedido al PNV como favor por las diversas investiduras. Un “privilegio” del cual se harán adalides, pues es una condición sine qua non del Partido Popular que dirige Alfonso Alonso.

Por el interés, te quiero Inés

Una vez cerrado – de aquella manera – el pacto en Euskadi y con Feijóo rechazando todas las ofertas posibles para Galicia, sólo habría que despejar la incógnita de Cataluña. Quim Torra anunció que convocaría elecciones una vez se aprobasen los Presupuestos – estancados desde hace tres años -. Por lo tanto, en este sentido, las conversaciones entre Ciudadanos y PP se cocinan a fuego muy lento.

La fuerza dominante en Cataluña, al contrario que en los otros territorios, es Ciudadanos. Los liberales hicieron historia en 2017 al ganar las elecciones mientras el PP se hundía en la intrascendencia parlamentaria.

Dos años después, el escenario es totalmente diferente para los naranjas. De ser la primera fuerza política en el inestable tablero catalán, lucharán por ser el cuarto o quinto partido con mayor representación. La dinámica descendiente de los liberales afectará también a su autonomía fetiche.

Si la situación es mala para Ciudadanos, para el Partido Popular es aún peor. La debacle puede afectar a una formación que ha perdido el poco peso que tenía en una Comunidad que ha castigado el centralismo imperante en Génova. Es por este motivo por el cual, los conservadores quieren unirse a Ciudadanos. Por el interés, te quiero Inés.

En Galicia, al Partido Popular no le interesa una unión con una fuerza totalmente residual en una autonomía en la que Feijóo va a pugnar por mantener la mayoría absoluta. Una ardua tarea que podría verse mermada con una confluencia junto a los liberales. En el País Vasco, sin embargo, el PP pierde fuelle a marchas forzadas y buscan aglutinar los pocos votos que la formación naranja cosecha allí.

Una mascarada, con vistas al futuro a largo plazo, con la que el Partido Popular pretende enterrar a Ciudadanos y, así, garantizar la hegemonía en el tan convulso espacio del centro-derecha. Por su parte, los de Arrimadas acuden a su hermano mayor para que les proteja de una muerte anunciada. Pero estas negociaciones han puesto los clavos sobre el ataúd de los liberales.