Parece que fue ayer pero han pasado ya diez años de la muerte de Jordi Solé Tura. Su fallecimiento se produjo el día 4 de diciembre de 2009, víctima de una enfermedad, el Alzheimer, que nos lo arrebató de modo definitivo a los 79 años de edad, después de cinco años de sufrimiento. Muchos le recuerdan porque fue uno de los siete ponentes encargados de la redacción de la vigente Constitución española y porque fue también ministro de Cultura con Felipe González como presidente del gobierno. Pero Jordi Solé Tura fue mucho más. Fue un tipo humano excepcional, nacido en Mollet del Vallès el 23 de mayo de 1930 en una familia trabajadora y políticamente comprometida, republicana y de izquierdas; trabajó en la panadería de sus padres, cursó todos los cursos de bachillerato en solo dos años, mientras hacía el servicio militar obligatorio, y se licenció en Derecho por la Universidad de Barcelona con premio extraordinario de final de carrera.

Entonces Solé Tura era ya un activo militante antifranquista de izquierdas. Llegó al PSUC procedente del FOC, y por ello tuvo que exiliarse, trabajando en Bucarest como redactor y locutor de la mítica Radio Pirenaica en sus emisiones en castellano y catalán. A su regreso compaginó sus actividades clandestinas con una intensa vida académica e intelectual, con un par de detenciones y varias sanciones gubernativas. Fundó y lideró Bandera Roja pero acabó regresando al PSUC. Se doctoró en la UB, donde llegó a ser decano y catedrático de Derecho Constitucional; tradujo al catalán muchas obras de pensadores de izquierdas, como Antonio Gramsci, Bertrand Russell, Ernst Fischer… Diputado en el Congreso, primero por el PSUC y algunos años después por el PSC, fue asimismo senador socialista. Su muerte prematura no le impidió escribir, diez años antes de su fallecimiento, una brillante autobiografía, “Una història optimista”.

A punto de cumplirse los diez años de su muerte, Jordi Solé Tura sigue muy vivo. No solo en la memoria de los suyos, sus familiares, amigos, discípulos y compañeros. Su trayectoria vital, la de un hombre leal siempre a sus principios, que defendía con tanta pasión como cuando jugaba a fútbol o cuando hacía esquí de fondo; la trayectoria vital del intelectual lúcido y siempre crítico, es el gran legado humano de Jordi Solé Tura, al que su hijo, el cineasta Albert Solé Bruset, supo comenzar a dar continuidad con un excelente y emotivo documental, “Bucarest, la memòria perduda”, dedicado a los últimos años de vida de su padre.

Siempre recordaré con emoción el fuerte abrazo y los besos que nos dimos Solé Tura y yo en el preestreno de aquel documental, en el CCCB. No supe que no le volvería a ver, que de aquella manera se cerraba una relación de amistad que se inició hacia 1965, que se acrecentó cuando a mis 20 años recién cumplidos tuve la osadía de redactar y publicar en “Cuadernos para el diálogo” una breve recensión de “Catalanisme i revolució burgesa” -un libro tan denostado ya entonces por el nacionalismo conservador- , una amistad que se mantuvo en pie siempre. Cuántas veces he encontrado a faltar, desde entonces, sus observaciones y opiniones, sus análisis y sus consejos, sus ironías siempre tan inteligentes…

Parece que fue ayer pero han pasado ya 10 años de la muerte de Jordi Solé Tura. Parece imposible pero es así. Como parece imposible que, ¡en 1967!, Jordi Solé Tura de alguna manera prefigurase ya con gran lucidez gran parte del desastre colectivo que llevamos viviendo y sufriendo en Cataluña estos últimos años. Lo hizo en “Catalanisme i revolució burgesa” de entonces -es decir, hace más de medio siglo- y lo hizo de nuevo en 1985, con un excelente rigor académico y conceptual, en su gran ensayo político “Nacionalidades y nacionalismos en España. Autonomias, federalismo, autodeterminación”.

La lectura de ambos libros resulta ahora todavía mucho más recomendable que cuando fueron redactados y publicados, lo cual demuestra hasta qué punto Jordi Solé Tura, además de un gran político antifranquista en la clandestinidad, en el exilio y también ya en democracia como diputado, ponente constitucional, ministro de Cultura y senador, fue también un gran académico y, por encima de cualquier otra consideración, un gran intelectual y un analista político con verdadera visión histórica. Y por encima de todo un tipo humano excepcional, al que muchos no dejaremos nunca de recordar.