En Viaje a Sils Maria, el cineasta francés Olivier Assayas, posiblemente uno de los mejores directores europeos en activo, vuelve a profundizar, más si cabe, en algunos de los temas alrededor de los cuales ha gravitado su obra. Y lo hace, además, desde una gran  madurez artística, que entendemos también es personal, al enfrentarse a la narración, tanto metafórica como física, del paso del tiempo.


Compleja en su interior, sencilla en su apariencia, Viaje a Sils Maria nos adentra en un viaje tanto exterior como interior de la actriz Maria Elders (Juliette Binoche), quien acude junto a su asistente, interpretada por Kristen Stewart, a la localidad suiza de Sils Maria para presentar un acto de homenaje al dramaturgo que escribió la obra y el papel que años antes, cuando apenas contaba con dieciocho años, encumbraran a Maria. Ahora, pasado el tiempo, es una actriz de éxito internacional. Pero el suicidio del autor rompe con los planes. O mejor dicho, empuja a Maria a tomar una decisión casi traumática para ella: interpretar de nuevo la obra que la hiciera famosa pero, en esta ocasión, asumiendo el papel de la mujer madura, siendo el de la joven, el que ella interpretara en su momento, para una actriz de Hollywood (Chloe Grace Moretz). Así, en Sils Maria, ensayará con su asistente durante la segunda parte de la película, en un juego de espejos que recuerda a Persona, de Ingmar Bergman, obra que homenajea y recrea de forma indirecta pero clara. Ya, en una tercera última parte, desarrollada en Londres, Maria se enfrentará a algo que ha intentado esquivar en todo momento. Que el tiempo ha pasado.



Assayas recrea el proceso de Maria mediante un excelente trabajo de espejos para hablar del tiempo, de la relación (y aceptación) del paso del tiempo. Durante los ensayos, Maria se ve en su ayudante, se recuerda, y apenas es capaz de aceptar que ahora tenga que interpretar a alguien más maduro, aunque sea precisamente la edad que ella tiene. Como espectadora de excepción de ella misma, la actriz lucha contra su reflejo hasta que este acaba desapareciendo, porque quizá incluso nunca existió, en un momento magnífico de la película. Enfrentada a un vacío existencial producto de su incapacidad para ser lo que es, Maria deberá renunciar al simple parecer, al deseo de querer ser algo que ya nunca será. Y así, al final, en un plano magistral que cierra la película, encontramos a una actriz, a una mujer, que ha encontrado, por fin, su lugar en el mundo.



Y a la par, Assayas, habla sobre el proceso creativo, sobre las derivas del cine contemporáneo, sobre los nuevos medios de comunicación y de conexión personal, sobre los límites de la privacidad y la intimidad. Pero también, Viaje a Sils Maria, acaba siendo todo un documental sobre la propia Binoche, superando la separación entre realidad y ficción en una película magistral, llena de capas, compleja e incómoda, que mira tanto al pasado como al presente para vislumbra algo del futuro. Y para hablar de eso tan extraño e indescifrable que llamamos vida, como ese elemento atmosférico que se produce en Sils Maria cuando las nubes bajan tanto que, entre las montañas, asemejan a serpientes moviéndose entre ellas.



El devenir y el ser se dan la mano en una película que Assayas maneja con esa madurez de cineasta que le permite realizar una puesta en escena soberbia, casi imperceptible en su desnudez, pero compleja y meditada en cada detalle. Assayas enfrenta a los cuerpos entre sí y con el paisaje; indaga en la confrontación generacional, un tema recurrente en algunos títulos de su filmografía pero que en Viaje a Sils Maria asume una fuerza nueva, porque su mirada es la de un cineasta que busca su lugar en cine contemporáneo, que mira al pasado y al presente del cine para encontrar el suyo.