Rocío Hoces y Julia Moyano son mamás además de artistas y las dos componentes del colectivo La Rara, un proyecto de agitación escénica, política y vital. “Nuestro territorio de trabajo es la escena; pero la escena entendida no sólo como un espacio físico, también como una metáfora del pensamiento, la acción y el movimiento colectivos”, expresa la compañía. Y fruto de esa voluntad nació el proyecto Si Yo Fuera Madre, “una indagación sobre la maternidad, los cuidados y el amor después del amor”, que el 21 y 22 de abril se representará en el Teatro del Barrio.

Si yo fuera madre es un ejercicio de autoficción que no habla desde el ‘yo’ sino desde el ‘nosotras’, y que plantea una indagación artística y vital sobre el amor después del amor, el hecho de ser madre o no serlo, y el lugar que ocupan los cuidados en nuestra sociedad. Es un acto de conciliación en escena.

Hay una niña y un niño en el escenario, puro presente y azar que nos devuelven a la esencia de lo teatral: el encuentro colectivo con lo inaplazable y lo imprevisible; esto es, con el misterio de estar vivas. En el origen del proyecto, “Lucas tenía seis meses, Julieta tres. Nos preguntábamos hasta dónde llegaríamos trabajando con nuestros bebés, ante la disyuntiva a la que la sociedad nos abocaba: invisibilidad o desapego. Elegimos conciliar y ser vistas”, cuentan Rocío y Julia. En enero del 2020, Si yo fuera madre (SYFM) se estrenó en el Teatro Central de Sevilla, con la sala llena y buenas críticas durante cuatro funciones. “Lucas tenía año y medio y muchos mocos, Julieta aún tomaba teta (también en el escenario), y ambos usaban pañales”, recuerdan las creadoras.

Hablamos con Rocío Hoces.

¿Por qué decís que esta obra es una especie de 'Boyhood' escénico?

Cuando empezamos Lucas tenía seis meses, Julieta tres. Ahora tienen 5 años. Pasamos de dar teta y evitar cualquier peligro (alturas, cables, etc.) en el escenario, a interpelarles en medio de una función para que hablen flojito y nos dejen contar lo que estamos contando. Pasaron de asombrarse por las luces, a dejar de jugar para prestar atención al texto que  decimos.  Sentimos que vamos creciendo juntas, ahora dan más ritmo a la escena, nuestra atención es completamente diferente, su crecimiento y nuestra adaptación a él,  transforma la lectura de la pieza.

¿Cómo es eso de convivir con vuestras criaturas en el escenario?

Un bello vértigo. El tiempo no nos pertenece, eso es una característica de ser madre, salimos al escenario como si nos hubieran cogido desprevenidas y nos hubieran soltado ahí, es una sensación muy diferente a la que tenemos con otros trabajos, no hay ritual previo y durante la función “lo imprevisible” se hace más evidente. Todo un aprendizaje como intérpretes y un verdadero regalo como madres: SYFM nos brinda el encuentro, en el escenario hay algo que no es cotidiano, algo así como una especie de aura mágica. Compartir eso con Lucas y Julieta es muy especial porque también  ellas lo sienten, hacer SYFM es algo que esperan con ilusión  y disfrutan muchísimo cuando pasa. Lo que sucede antes y después es otras cosa, de ahí que nos vayamos despidiendo después de más de tres años: las horas de viaje, el montaje en el teatro, hacer la función, volver a desmontar, viajar de nuevo. Es muy cansado. Tratamos de hacer un plan paralelo, con una acompañante que viaja con nosotras para respetar sus horas de sueño, que  tengan ratos en los parques, buscamos alojamientos cercanos a los teatros a los que vamos, las opciones más cómodas para viajar…Pero todas estas atenciones nos han limitado mucho. Tristemente nuestro oficio no permite tantas condiciones, muy pronto nos dimos cuenta que SYFM era una pieza “joya”, sólo iba a suceder en contadas ocasiones, y para nosostras, como compañía, ha llegado un momento en que el que no nos compensa seguir.

¿Habéis sentido también vosotras, socialmente, la presión de ser madres? ¿Cómo acabamos con esto?

Hablo por mí.  Claramente no. Tengo instinto a jierro, de verdad, en mi caso es así. Y recuerdo esas sensación desde muy pequeña, a mi me gusta cuidar. Julieta es mi segunda hija, Mauro; el mayor, tiene 14 años. Yo fui madre con 28, cosa rara en estos tiempos en el contexto vital en el que me he movido: llevaba años invirtiendo todo mi tiempo y mi dinero en mi carrera, formaciones aquí y allá, mis primeros trabajos.  Nadie a mi alrededor se imaginaba que su padre y yo estábamos decididos a dar ese paso.  Por tanto no me dió tiempo de sentir esas miradas de: “se te pasa el arroz”, tampoco en mi familia. El caso de Julia es diferente, ella no se había planteado la maternidad hasta que un día surgió el deseo, con fuerza, una fuerza que le hizo plantearse muchas fórmulas, de esto hablamos también en la pieza, las diferentes opciones para ser madre y todas las contradicciones que esto genera.

¿Cómo reacciona el público ante una propuesta escénica tan singular?

Con mucha emoción. Desde su estreno hemos tenido unos feedbacks muy hermosos. En alguna feria de teatro en las que el público suele ser menos expresivo, programadores y programadoras, hemos sentido un calor especial.  Y es frecuente ver los ojos bañados en lágrimas en los aplausos. De una forma u otra te atraviesa, si no eres madre , tienes una madre, o en algunos casos tienes una hija que ha sido madre, varios hombre se nos han acercado a abrazarnos por esta razón. El hablar de “eso que no se habla” de la maternidad, el acto en sí, revela realidades que no vemos. Al comienzo de la pieza decimos: “SYFM lleva pasando mucho tiempo, toda la vida, pero no te na dejado mirarlo.  Ahora vas a mirarlo, no vas  a dejar de mirarlo, nunca más en la vida vamos a dejar de mirarlo”.