Fernando León de Aranoa no conseguía que nadie produjera Loving Pablo, adaptación de las memorias de la periodista Virginia Vallejo, Amando a Pablo, odiando a Escobar (2007), hasta que Penélope Cruz y Javier Bardem, productores y protagonistas, se interesaron por el proyecto. De ahí que su presencia condicione, para bien y para mal, el resultado final. Resulta extraña esa dificultad para poner en marcha un proyecto alrededor de Pablo Escobar (1949-1993) cuando su figura, devenida en una suerte de icono popular, se encuentra tan en boga a través de series y películas, de manera directa e indirecta, así como teniendo en cuanta cómo el narcotráfico ha regresado, desde posturas diferentes, y algunas cuestionables, a ciertos intereses públicos y representacionales. Loving Pablo, a partir de las memorias de Vallejo, publicadas con gran revuelo y que obligaron a reabrir algunos casos que se habían cerrado, en teoría viene a ser un acercamiento íntimo a partir de la relación entre la periodista colombiana y Escobar que se desarrolló entre los años 1982 y 1987.

De ahí que la película arranque, y termine, estableciendo el punto de vista de Virginia (Cruz), como narradora de la historia; una voz en off intermitente a lo largo de Loving Pablo intenta resaltar esa mirada. Teniendo en cuenta que la película se basa en su libro biográfico, cuya veracidad del relato se puede o no creer, parece una elección lógica. Otra cosa es que León de Aranoa, según avanza el metraje, abandone ese punto de vista para construir una película que tiene como base la relación entre Virginia y Escobar pero que acaba pesando más el correlato del proceso de subida y caída del narco colombiano, en muchos pasajes con sucesos sin la presencia de Virginia, quien poco a poco resulta casi irrelevante para el desarrollo de la acción. Esto denota que el director se sintió mucho más atraído por la figura del narco y lo que suponía, así como por la persecución por parte de las autoridades hasta dar con su fin, que por la relación con su amante. También denota algo de pereza: es mucho más trabajo profundizar en ello más allá de unas pinceladas que dejan claras las etapas de la relación y poco más. Porque Loving Pablo funciona, en la medida en que consigue hacerlo en algún momento, más como película de acción, siguiendo una plantilla muy ajustada y normativa a este tipo de narrativas, que como relato de la intimidad amorosa.

La elección de que los personajes hablen en inglés, algo que más allá de contravenir la veracidad de la reconstrucción y seguramente pensar en un mercado internacional, resulta chocante en su mezcla con el castellano, produciendo una extrañeza idiomática que, en determinados momentos, roza el ridículo. En otros, directamente, lo sobrepasa. En este sentido, Bardem desarrolla mucho mejor su personaje que Cruz, quien decae completamente cuando debe otorga de cierta hondura al suyo. Unas secuencias al final, a este respecto, rozan lo paródico y casi grotesco. De ahí que todo el componente íntimo y personal acaba derivando en la nada, en una suerte de drama romántico que más que melodramático tiene mimbres de culebrón desaforado.

Todo lo relacionado con el retrato de Escobar como narco posee algo de interés puntual, no demasiado, pero al menos hace olvidar el esforzado retrato de una relación que acaba importando absolutamente nada. No puede decirse que León de Aranoa arroje nueva luz ni presente un acercamiento demasiado novedoso salvo, y aquí sí resulta algo interesante, el intento de transmitir una cierta mirada crítica hacia las maniobras de Escobar como construcción icónica basada en un populismo surgido a raíz de sus cuestionables acciones sociales. Máxime en un momento en el que su figura transita entre esa faceta obvia, un narcotraficante con miles de muertes a su espalda y la figura popular casi mesiánica para cierta población en Colombia (y de alguna manera extendida en ciertos retratos indirectos de su figura). No hay condescendencia por parte del cineasta, pero sí cierta frivolidad expositiva, casi por dejadez, mediante un acercamiento muy ilustrativo de parte de su vida, mediante una puesta en escena de imágenes sucias, casi rozando lo cutre, que representa un mundo de herrumbre, y decididamente hortera. No hay atisbo de elegancia formal, como si eso pudiese traicionar la esencia de la historia de un hombre, y de paso de una mujer, bajo falsos oropeles.

Lo anterior dota de cierto, y efímero, interés a una película, en términos generales, muy irregular y reminiscente de otras tantas que han llevado a cabo acercamientos similares; y que lo han hecho mejor. Pero se debe reconocer a León de Aranoa su intento por dar un paso más allá en su caótica carrera –lo que consiga está por ver- y tener una cierta ambición a la hora de poner en marcha un proyecto como Loving Pablo. Otra cosa es que el resultado es impersonal y normativo.