Magnífica película sobre el líder de "The Beach Boys" Brian Wilson a través de dos momentos de su vida alejados en el tiempo pero internamente conectados, con dos estupendos Paul Dano y John Cusack en el papel de Wilson para mostrar su faceta más creativa en relación con sus tormentos internos. Un biopic diferente al optar por la ruptura narrativa y por la discontinuidad.


Jim Morrison, Ray Chares, Charlie Parker, Billie Holiday, Johnny Cash, Cole Porter, Jerry Lee Lewis, Kurt Cobain… el mundo de la música –rock, pop, jazz…- ha creado tanto genios como músicos atormentados por diferentes motivos. Y el cine, dado a la fórmula del biopic, no ha perdido ocasión de recrear esas vidas. Este subgénero de la biografía, además, como hemos visto en los últimos dos años en los que han proliferado los biopic de toda clase, suele ser un buen reclamo narrativo –historias truculentas, personajes conocidos, identificación rápida por parte del espectador con los personajes, reconstrucciones históricas…- y de taquilla.


Love & Mercy sigue la estela de esas películas pero consigue diferenciarse sustancialmente de ellas al optar por un relato que rompe la narración lineal más convencional para crear una película en dos tiempos narrativos correspondientes a dos momentos distintos en la vida del biografiado en cuestión, Brian Wilson, cerebro del grupo “The Beach Boys”,  y uno de los grandes genios de la música pop del siglo XX.



Por un lado, vemos al Wilson de los sesenta, interpretado por Paul Dano, momento en el que Wilson se encuentra al límite cuando empezó a escuchar voces en su cabeza producto de una infancia traumática por problemas con su padre y por su entorno. A partir de ahí, asistimos al proceso de reconversión de esa situación en uno de los albúmenes más emblemáticos del pasado siglo, Pet Sounds. Por otro lado, ya en los ochenta, vemos a un Wilson madura, interpretado por John Cusack, un hombre consumido, víctima de sus excesos que tiene una complicada relación con un medico manipulador (Paul Giamatti), época en la que conseguirá finalmente salir hacia delante gracias a Melinda (Elizabeth Banks), a la postre, su futura esposa.



Pohlad se mueve de una época a otra, creando un relato fracturado, como la propia mente de Wilson. Consigue con ello relacionar directamente aquello que se narra con la forma en que lo hace, como si fuera imposible narrar de manera convencional el relato de un hombre atormentado por su propia capacidad creativa. A partir de pedazos de vida, Pohlad, que hace gala de un estilo elegante y sugerente, atento a los detalles antes que al contexto, nos introduce en la mente de Wilson, muestra que en ocasiones ciertas creaciones que recibimos como alegres provienen de la oscuridad, incluso del dolor. Pero lo hace desde una mirada distanciada, sin intervenir ni querer comentar, dejando que todo fluya con naturalidad, yendo de una época a otra para mostrar los lazos de unión entre una situación y otra.



Los actores, magníficos todos ellos, ayudan a dar consistencia a una película que no sólo nos acerca a Wilson, sino que acaba alzándose como todo un ensayo sobre el proceso creativ. A este respecto, la secuencia de grabación es antológica. Y a pesar de la luminosidad de las imágenes, éstas esconden una gran oscuridad, porque Wilson, en su intimidad más absoluta, esto es, en el interior de su mente, vivía un auténtico calvario que, paradójicamente, se traducía en canciones que parecían indicar todo lo contrario.


En definitiva, una película sorprendente, tan sencilla de contemplar como compleja de asimilar gracias a las diferentes capas que Pohlad va añadiendo según avanza la acción. El retrato de un músico y de un hombre que tuvo la fortuna, o no, de conseguir luchar contra sus demonios gracias a su enorme talento musical. Y aun así…