Viven en un mundo que cada vez resulta más lejano. Venden un producto que se toca y se huele y que encima está hecho de papel. Y, por si eso fuera poco, lo hacen en pequeños locales a pie de calle, nada de internet ni similares. Son libreros. Una profesión en peligro de extinción. O no. 

Antes de ponerme a redactar, me da por buscar cuántas librerías hay en Madrid, para ver si es verdad que cada vez quedan menos libreros. El portal del lector de la Comunidad lista más de cuatrocientas solo en la capital. Les recomiendo que echen un vistazo al mapa, que es para verlo. 

Desde lejos, no parece que el negocio goce de mala salud. Sin embargo, cuando nos acercamos, se nos revela un mundo en el que la competencia con las series de ficción, las grandes superficies y las grandes tiendas generalistas ahogan a quienes intentan hacer de su pasión por los libros su forma de vida. 

La mayoría optan por soluciones que mezclan tradición con innovación. Desde publicar en redes sociales las novedades recibidas, hasta dedicarle el rato que sea menester a quien viene en busca de algo que llevarse a los ojos y al cerebro; pasando por transformarse en editoriales o buscar “nichos de mercado”.

Hemos hablado con los dueños de dos librerías madrileñas. Una, La Librería, lleva treinta años publicando y vendiendo libros sobre la historia y las curiosidades de la capital. La otra, La Sombra, es casi una recién nacida, aunque sus fundadores llevan toda la vida en esto. 

La conclusión de la charla: muchas amenazas y pocas soluciones. Pero empuje y ganas les quedan tanto a los nuevos, como a los que ya peinan canas. 

Pachi Lanzas