Conocer algunos datos sobre la azarosa, controvertida y en ocasiones rocambolesca existencia del médico, psicoanalista y neuropsiquiatra Wilhelm Reich ayudan a entender mejor el espíritu que desprende el que es uno de sus libros más conocidos, ¡Escucha, hombrecillo!, publicado en 1948, tres años después de su escritura. Una feroz crítica contra el sistema impregnada por la indignación y el dolor, ya que Reich fue un hombre vapuleado a lo largo de su vida y desde todos los ámbitos, aunque después sus teorías y sus trabajos influirían o inspirarían a destacados pensadores como Erich Fromm, Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Hannah Arendt, Simone Weil o Michel Foucault; a personalidades de la contracultura como Allen Ginsberg, Jack Kerouac o William Burroughs quien, al parecer, fue un ferviente admirador suyo; o en las diversas corrientes surgidas a partir de la década de los sesenta, desde la revolución de mayo del 68 al movimiento hippie.

Según testimonios de la época, Reich era un hombre de fuerte carácter, poseedor, al parecer, de un gran magnetismo personal y con esa suerte de aureola, en parte por la imagen que de él tenían los demás, en la que se mezclaba la genialidad y la locura. De hecho, al final de su vida se le diagnosticó esquizofrenia. De origen judío, nacido en 1897 en la región de Galitzia, en aquella época bajo el dominio del Imperio austrohúngaro y hoy en día Ucrania, estudiante brillante y discípulo de Sigmund Freud, con el que despues acabaría teniendo fuertes discrepancias, vive en Viena durante la década de los años veinte llegando a ocupar el cargo de subdirector de la Policlínica Psicoanalítica de esa misma ciudad, en un época en la que el marxismo se halla en su apogeo y a cuyas ideas se adhiere.

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Considerado por algunos un precursor de la revolución sexual por sus investigaciones sobre la relación entre la psique y la sexualidad, defendía entre otras ideas que la neurosis se manifestaba en el propio cuerpo y que su mejor tratamiento era llevar una vida sexual ordenada y placentera. En 1927 publica uno de sus libros más conocidos, La función del orgasmo (1927) y tres años después funda en Berlín la Asociación Alemana para una Política Sexual Proletaria, conocida como SexPol, en la que, entre otras actividades, se imparten seminarios sobre educación sexual. En ese período publica Análisis del carácter (1933), La Psicología de masas del fascismo (1933), un análisis crítico en el que trata de comprender el apoyo masivo al nazismo por una ciudadanía que en su mayor parte pertenece a la clase trabajadora, y La revolución sexual (1936).

Pero sus teorías y sus actividades pronto fueron puestas en cuestión. Clarividentes para algunos, delirantes para otros, sufre el rechazo de la escuela psicoanalítica, del ámbito científico y del Partido Comunista, además de la persecución del gobierno nazi. Tras un periplo por varios países europeos, Reich se exilia a los Estados Unidos cuando está a punto de comenzar la Segunda Guerra Mundial. Sus investigaciones sobre la existencia de una fuente de energía vital común a todo organismo vivo a la que llama Orgón, término en el que combina los vocablos “organismo” y “orgasmo”, le llevan a fabricar una máquina para su estudio, el acumulador de Orgón, que, poco después, en 1940, se la presenta a Albert Einstein quien, mostrando interés, realiza varios ensayos aunque con resultados negativos.

Reich aún va más lejos al establecer la presencia de energía orgónica en la atmósfera, diseñando para ello un aparato formado por un haz de tubos, el Cloud-buster (cazanubes), con el que incluso tratará de captar la energía extraterrestre. Pero su figura, a la que nunca dejó de acompañar la controversia, vuelve a desatar los recelos de las autoridades, en su caso la FDA (Fod & Drug Administration), en una época en la que la “Caza de Brujas” se halla en plena efervescencia. Sus equipos son destruidos, sus papeles quemados y él es procesado y encarcelado en la prisión de Lewisburg donde fallecerá el 3 de noviembre de 1957 de un ataque al corazón.

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Sea como fuere, ¡Escucha, hombrecillo! es el reflejo del sufrimiento, la incomprensión y el desprecio que padeció Reich a lo largo de su vida, llegando en algunos pasajes del libro a mostrarse como un mártir de la ciencia. Sin embargo, más allá de su amargura y de su pesadumbre, el texto es una implacable denuncia contra las miserias del sistema cuyo principal culpable es la mediocridad de la que hace gala ese hombrecillo y esa mujercilla que conforman la masa, ese hombrecillo y esa mujercilla que se muestran dóciles y medrosos ante la opresión de los poderes políticos y económicos dejándose manipular y engañar por ellos, ese hombrecillo y esa mujercilla cuya indolencia, sumisión e ignorancia permite la injusticia, los abusos y la desigualdad. Un alegato en el que el Reich se dirige de tú a tú a ese hombrecillo y a esa mujercilla tratando de despertarle de su letargo, incitándole a que reaccione, a que piense, a que actúe.

Un texto que comparte ciertas afinidades con ¡Indignados! (2010) de Stéphane Hessel aunque como Fernando Alonso apunta en el prólogo de la presente edición, éste último «ofrece una dosis de enfado democrático fácil de consumir y hacer propio, mientras que Wilhelm Reich presenta la realidad de la dominación en toda su brutalidad, remitiéndola no a los distantes poderes financieros ni a los poderes corruptos, sino a la aceptación que hacemos de ella todos y cada uno de nosotros: el abandono de sí ante lo injustificado y lo injustificable» (pág. 13). 

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En la cuidada edición que ha realizado La linterna sorda se incluye diverso material fotográfico junto con las ilustraciones originales que dibujó William Steig (1907-2003) para su edición americana. Una ocasión idónea para leer o releer un texto que, en estos tiempos que corren, sigue siendo revelador pues mantiene intacta su vigencia. Tan solo un botón de muestra:

«Yo desearía que dejaras de ser un “subhombre” y que fueses tú mismo, Tú mismo, en lugar del periódico que lees o de la pobre opinión que escuchas de tu malicioso vecino; sé que no sabes lo que eres y cómo eres en la profundidad de tu ser. Sé que en lo más íntimo de tu ser eres lo que es un ciervo, o tu Dios, tu poeta o tu hombre sabio. Pero crees ser miembro de la Legión de honor o de tu club deportivo o del Ku Klux Klan. Y como lo crees, actúas en consecuencia. También esto fue ya dicho por otros: Heinrich Mann, en Alemania, hace 25 años; Upton Sinclair, John Dos Passos y otros en Estados Unidos. Pero tú nunca oista hablar de Mann o de Sinclair. Sólo conoces a los campeones de boxeo y a Al Capone. Si tuvieses que escoger entre una biblioteca y un combate, incuestionablemente escogerías la pelea» (pág. 46).

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