En su cuento, Del rigor en la ciencia, Jorge Luis Borges nos habla de unos cartógrafos de la antigüedad que en su ambición por hallar la perfección de su oficio, “levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”. Sin embargo, aunque el objeto modelado coincida en dimensiones con el patrón, nunca será lo mismo moverse en el mapa que en el territorio. Es esto lo que le ocurre a los personajes de La contemplación —la maravillosa novela de Edgar Borges que ahora, once años después, reedita la editorial Tiempo de Papel—: deambulan por el mapa en lugar de hacerlo sobre el territorio.

En la novela, una serie de asesinatos pone en jaque la convivencia de una tranquila calle que poco a poco hará emerger los prejuicios y sentimientos más abyectos de sus vecinos. ¿Es posible enfrentarse con gallardía ante lo que suponemos una injusticia sin haber antes superado nuestros miedos y complejos más recónditos?

Edgar Borges, autor de 'La Contemplación'

Los lectores que hayan leído a Edgar Borges saben que en sus ficciones suele presentarnos universos que, pese a parecerse al nuestro, no son ni remotamente similares a él. O sí... Porque en ellos la realidad ha sido sustituida por la simulación. Sus personajes se mueven en atmosferas enrarecidas que nos hacen pensar en parajes oníricos o paisajes distantes que se emplazan en otra dimensión. Esos personajes no actúan ni razonan como haríamos nosotros, sino que lo hacen desde una perspectiva artificiosa que trabaja en función de una alegoría... Por supuesto esto es de Perogrullo, puesto que estamos hablando de literatura, y, al fin y al cabo, ¿acaso la literatura no trabaja en función de lo que desea expresar un escritor? Pero, una vez más, apelo a los lectores del autor que, estoy seguro, sabrán con certeza a qué me refiero.

En La contemplación estas características de las que he hablado se ven magnificadas gracias a la historia y a la manera en que está contada permitiendo que el disfrute de la lectura se vea también amplificado. De hecho, su primer capítulo es de un portento que incluiría entre los mejores que me he encontrado como lector; una especie de epítome de todo el libro. Intriga, misterio, la eterna lucha del ciudadano invisible contra el poder, juegos metaliterarios, ingenio, desparpajo, mixtificación de la realidad, situaciones cotidianas que desembocan en lo absurdo… ¡Es el universo del autor en estado puro!

Otra característica de la obra de Edgar Borges es su habilidad de abrevar en la cultura pop y conseguir arte de lo que en otros casos podría haber resultado un batiburrillo. Y en esto La contemplación es de nuevo un excelente ejemplo. Ya sea de manera explícita o velada, por ella se pasean Kafka, The Beatles, Rubén Blades, Virginia Woolf, Ana María Matute, Cortázar, Walser, Hitchcock, Paul Auster, Tarantino, Picasso, Vila-Matas, la teoría de la conspiración en varias de sus acepciones, etcétera. En este particular, como suerte de crisol en el que se ha vaciado una ecléctica selección de sus gustos por la cultura popular, y en su manera de mostrarnos lo que entendemos como “la realidad”, respetando, desde luego, las debidas distancias, me atrevería a comparar La contemplación con la Matrix de los hermanos Wachowski, ahora hermanas Wachowski, para acentuar aún más las coincidencias y guiños entre ambas obras.

Y en cuanto a los temas que se abordan en ella, como acontece en toda novela, son variados: transexualidad, inmigración, las prisas de un mundo que no nos deja ver lo que en realidad importa, manipulación mediática, la amarga derrota ante el poder… No obstante, por encima de estos asuntos destacaría el de la identidad como hilo conductor de las distintas historias de vida que se cuentan en La contemplación.

Aunque creo que en el fondo la novela no deja de ser un delicioso y hábil juego en el que su autor invita al lector a involucrarse al máximo, poner de su parte para incluso reescribirla. Supongo que es oportuno advertir de que no cualquiera disfrutará con su lectura, puesto que está hecha para ese tipo de lectores que Cortázar definió como “lector cómplice”. Se trata de una historia laberíntica que va arrastrándote hacia su centro y, de pronto, sin saber cómo ni cuándo ni por qué, te das cuenta de que estás fuera sin poder explicarte cómo ha sucedido... Pero el trayecto ha merecido la pena, ha sido tan placentero, te ha hecho reflexionar tanto, que te mueres de ganas por volver al principio y sumergirte otra vez en el laberinto a ver si ahora sí consigues pillar dónde demonios quedaba la salida… Sin duda, para mí, el mejor libro de Edgar Borges que hasta el momento ha caído en mis manos.

*Víctor Vegas es novelista, cuentista y dramaturgo