Alejandra Pizarnik es un concepto en sí mismo. Muchos ya conocerían su huella poética -en especial, más allá del charco-, pero lo cierto es que el impulso de las redes sociales ha aupado su figura como nunca antes. La que ya estaba consolidada como una de las escritoras hispanohablantes del siglo XX, lo cierto es que ahora su peso literario ha cobrado aún más fuerza que antaño.

Leer su prosa o su poesía se siente como admirar la obra de Salvador Dalí. El surrealismo, lo inexplorado, la figura metafórica en sus líneas y las presencias espectrales de influencias artísticas quedaron impregnadas en sus palabras. Una voz poética sumergida en lo onírico, que busca la profunda y continuada introspección abordando así temáticas como la muerte, la nostalgia disfrazada de media verdad por lo no vivido y deseado, el vínculo entre la vida y la poesía o la sensualidad de la mujer.

Como si de un espejo roto se tratase, Pizarnik conduce un hilo en prosa poética que lleva al lector a sumergirse en sus heridas, sus pensamientos más intrusivos y quizás aquello en lo que pensamos cuando nos encontramos perdidos.

Solo las palabras hubieran podido salvarme.

El yo a partir de la introspección poética

La irrealidad, “la identificación con algo de fuera” y la abstracción conforman, además del peso que tiene en sus versos la muerte, la feminidad o el sexo, el hilo conductor de su prosa y sus relatos, séase, del lenguaje concebido como pizarkiano.

Sus vivencias, en el tono más profundamente sentimental, las plasmaba en papel: “Hacer el amor deseando terminar cuanto antes para escribir un poema”. El anhelo por dejar un legado literario, de trazar una comprensión ya no sólo para el otro, sino para sí misma podía ser el motivo que le conducía a escribir. Por eso Pizarnik decía que el poema trascendiera, traspasara fronteras, perdurase en el tiempo.

El poema, la literatura, se vertebra para Pizarnik como un refugio seguro, un espacio en el que encapsular todo aquello que no se puede verbalizar de la misma manera, en el que las palabras queden selladas y permanezcan. "Yo muero en poemas muertos que no fluyen como yo, que son de piedra como yo".

Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta.

La muerte como musa

Hablar de Pizarnik es hablar de la muerte. Y es que, Pizarnik y la muerte son dos conceptos inseparables en su poética. La muerte en su obra no es solo una presencia oscura; es una compañera constante. No se trata de un fin abrupto, sino de una sombra que se arrastra entre sus versos, susurrando en cada palabra. No es solo un tema. Es él tema. La gran obsesión. Un misterio que la tormenta, pero que también la inspira. Ya saben, lo que duele, inspira.

Esto convierte su poesía en un espacio de confrontación entre la vida y la desaparición, un terreno donde la finitud humana se enfrenta a la inmensidad del lenguaje. En su búsqueda incesante por entender el sentido de la vida, la muerte se convierte en un espejo donde proyecta sus angustias y sus deseos de trascendencia. No es extraño que el poeta se refiera a la muerte con una familiaridad inquietante, casi como si fuera una compañera de viaje, siempre presente en su camino.

La figura de la muerte en la obra de Pizarnik también se relaciona con su propia fragilidad emocional y su lucha con la depresión. Para ella, la muerte es a veces vista como una salida, una forma de liberar su ser del dolor que la consume, pero al mismo tiempo, como una fuente inagotable de creación. Su escritura, plagada de imágenes de desaparición, silencio y vacío, refleja una conciencia profunda de lo efímero y una fascinación por el fin.

Pero no es solo tristeza lo que emana de sus textos. También hay una curiosidad oscura. ¿Qué hay después? ¿Cómo se siente desaparecer? Preguntas que flotan, como si ella misma las estuviera haciendo desde algún lugar al que no podemos llegar. Y es que, volviendo a las líneas anteriores, para Pizarnik la muerte es un estado continuo de desaparición, una especie de muerte diaria que la vida misma implica. En este sentido, su poesía se convierte en un espacio de resistencia y reflexión. Es en ese diálogo constante con la muerte que Alejandra Pizarnik construye su legado, uno que sigue resonando con quienes buscan respuestas a las preguntas más profundas de la existencia humana.

Para poder mirar las nubes medité previamente en mi suicidio.

Sexo, feminidad y la fragilidad del ser

En la obra de Pizarnik, lo femenino y el deseo laten como pulsos inevitables, en una danza entre la palabra y el abismo. Sus versos exploran la identidad desde los lugares más oscuros y vulnerables, donde ser mujer y desear es también confrontarse con el vacío. Para Pizarnik, lo femenino es más que una cuestión de género. Es una manera de preguntarse quién es y dónde encaja en el mundo.

En este contexto, lo femenino no es simplemente una categoría biológica, sino una construcción cultural y existencial que la poeta examina con una mirada crítica y sensible. Pizarnik utiliza su poesía para cuestionar y redefinir lo que significa ser mujer, explorando las múltiples facetas de la feminidad y sus implicaciones en la vida emocional y psicológica.

El sexo, por su parte, aparece en la obra de Pizarnik no solo como un acto físico, sino como una metáfora de la conexión y la alienación. A través de sus versos, la poeta aborda la sexualidad desde una perspectiva que trasciende lo meramente erótico, convirtiéndola en un vehículo para explorar la vulnerabilidad, el deseo y la desesperación. La sexualidad en la poesía de Pizarnik es a menudo un reflejo de su lucha interna, una manifestación de su anhelo de comprensión y de su miedo a la soledad.

‘Una traición mística’, una viaje por su prosa poética

Debido al impacto entre generaciones y a su regreso de boca en boca a golpe de redes sociales, en librerías ya se encuentra Una traición mística (Lumen), una recopilación en forma de antología que recoge los mejores relatos de Pizarnik aunados en un mismo libro que, a su vez, muestran una parte desconocida de la poeta.

En dicha antología, la argentina conjuga pequeños cuentos partiendo de la alucinación y el tono poético más onírico, a la vez de incluir su teatro breve y relatos que nutren toda su obra literaria. “Una traición mística es un viaje asombroso, lúdico y, a ratos, delirante por el universo narrativo de Pizarnik, que nos regala las claves de su obra: la visión más burlesca de la realidad y de sí misma, la reflexión sobre el lenguaje, la muerte; así como los límites entre la cordura y la locura”, desgrana la editorial.

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