Tengo treinta y cinco años y creo que he alcanzado la edad del desconsuelo. Otros llegan antes. Casi nadie llega mucho después. No creo que sea por los años en sí, ni por la desintegración del cuerpo. La mayoría de nuestros cuerpos están mejor cuidados y más atractivos que nunca. Es por lo que sabemos, ahora que -a nuestro pesar- hemos dejado de pensar en ello. No es sólo que sepamos que el amor se acaba, que nos roban a los hijos, que nuestros padres mueren sintiendo que sus vidas no han valido la pena. No es sólo eso, a estas alturas tenemos muchos amigos y conocidos que han muerto; todos, en cualquier caso, tendremos que enfrentarnos a ello, antes o después. Es más bien que las barreras entre nuestras propias circunstancias y el resto del mundo se han derrumbado a pesar de todo, a pesar de toda la educación recibida”.

La edad del desconsuelo, de Jane Smiley, fue publicada originariamente en 1987 dentro de un volumen que recogía varios relatos y cuentos de la escritora norteamericana, una novella que destacaba por encima del conjunto y que, ahora, la editorial Sexto Pisto, publica de manera independiente. Smiley, conocida ante todo por su novela Herederas la tierra (1991), entrega en esta novela corta una mirada reflexiva hacia la vida en pareja y la cotidianidad degastada, la pérdida, la infidelidad o, mejor dicho, al miedo a que se produzca, el deterioro de los cuerpos y las emociones y, en términos generales, una desoladora, aunque también divertida, meditación sobre un momento particular de unas vidas que desde un aparente orden y perfección revelan las costuras del constructo social y personal en el que estaban sustentadas.

Dave y Dana están casados, tienen tres hijas y son propietarios de una clínica dental. Dave está convencido de que su mujer tiene un amante, sospecha que crece cuando un día, de repente, Dana dice “nunca más volveré a ser feliz”. Smiley compone un relato sin pausa alguna, que avanza de manera lineal, pero con ideas y venidas en el tiempo, todo asentado en una primera persona, la de Dave, quien va desgranando la historia de su familia a la par que hablando de ese presente de temor hacia la descomposición de ese núcleo que habían creado y cuyo futuro parece incierto.

Lo que comienza siendo un retrato de una familia de clase media de dentistas, poco a poco va transformándose en un relato mucho más oscuro, a la par que también lo hace Dave en dos momentos particulares. Uno cuando se convierte, desde fuera, en observador de su familia; otro, cuando tras hablar con un paciente mientras realiza una ortodoncia, asume su forma de ser. Variaciones que Smiley trabaja para romper con el tono y el ritmo de su novela y para enturbiar un contexto familiar e íntimo que tendrá su clímax cuando todos sus miembros se contagien de la gripe.

Y es que “todos los sentimientos se manifiestan tanto en el cuerpo como en la mente”, como afirma Dave y Smiley se encarga de desgranar a lo largo de La edad del desconsuelo, porque la escritora no solo se centra en el retrato psicológico de los personajes, también en el físico, conformando una mirada hacia lo cotidiano que resulta tan cercano, y en ocasiones tan previsible, como sorprendente. Porque consigue transfigurar un espacio que resulta compresible gracias a un gran trabajo de síntesis literaria, a la elaboración de momentos en apariencia intrascendentes que revelan aquello que anida bajo la superficie de una perfección labrada más por convencimiento social que personal.

La edad del desconsuelo sitúa al lector en un escenario de vulnerabilidad personal y familiar, de miedo a perder a todos y a todo. En un territorio de cuestionamiento sobre las decisiones tomadas y los resultados de lo conseguido. Es decir, en un momento vital en el que el presente se tambalea y el futuro se presenta incierto. De ahí ese desconsuelo que abraza tanto a Dave como a Dana, llamados a tener que tomar una decisión mientras sus cuerpos se ven afectados por una enfermedad que, a diferencia de otras cuestiones de su vida, al menos, tiene una solución mucho más clara.