La Plaza de San Pedro vivió una noche inédita: música urbana y góspel, pop y lirismo, y un mar de móviles brillando entre columnas berninianas. Bajo el título Grace for the World, el Vaticano celebró este sábado su primer macroconcierto, un directo gratuito y multitudinario que reunió a Karol G, Andrea Bocelli, Pharrell Williams y John Legend, con un cierre de espectáculo aéreo de más de 3.000 drones iluminando la cúpula. El evento puso broche al tercer Encuentro Mundial sobre la Fraternidad Humana y sirvió, además, para adelantar el 70º cumpleaños del papa León XIV.

La fotografía más compartida del fin de semana fue la de San Pedro convertido en un escenario global. Grace for the World congregó a decenas de miles de personas —más de 80.000, según recuentos difundidos tras la cita— que corearon clásicos y colaboraciones en un ambiente familiar, bajo fuertes medidas de seguridad y con accesos escalonados desde última hora de la tarde. Co-dirigido por Pharrell Williams y Andrea Bocelli, el concierto se planteó como un gesto de hospitalidad cultural en pleno Año Jubilar 2025 y se retransmitió en abierto por Disney+, Hulu y ABC News Live, lo que amplificó su alcance planetario.

Karol G fue uno de los nombres más esperados —y uno de los más celebrados— de la velada. La artista colombiana llevó a la plaza su registro más melódico con Mientras me curo del cora y protagonizó un momento de alto voltaje emocional al unir su voz a la de Bocelli en Vivo por ella, himno intergeneracional que convirtió el adoquinado en un karaoke masivo. La mezcla de reguetón depurado y canción romántica funcionó como puente de públicos en un recinto donde lo sagrado y lo popular se dieron la mano sin complejos.

No fue la única imagen icónica. Bocelli abrió la noche con Amazing Grace junto al estadounidense Teddy Swims; Pharrell Williams —arropado por el coro Voices of Fire— puso a bailar hasta a los guardias suizos con Happy; y John Legend, al piano, hiló Glory y Bridge Over Troubled Water con la plaza en silencio de iglesia… literalmente. La curaduría alternó momentos de comunión colectiva con pequeñas cápsulas de intimidad que permitieron respirar la magnitud del espacio.

El Vaticano acompañó la música con una puesta en escena tecnológica sin precedentes: un show de drones sobre la cúpula recreó motivos inspirados en los frescos de la Capilla Sixtina y, en uno de los pasajes más comentados, el rostro del papa Francisco apareció dibujado en el cielo antes de desvanecerse entre aplausos. La coreografía aérea —desarrollada por equipos especializados y ensayada durante meses— subrayó el carácter internacional del proyecto y la voluntad de dialogar con lenguajes contemporáneos desde un espacio simbólico de la cristiandad.

La producción hizo guiños constantes a la diversidad: además de las grandes figuras del cartel, participaron el coro de la Diócesis de Roma dirigido por Marco Frisina y un ensamblado internacional bajo la dirección musical de Adam Blackstone. El diseño pensó en la televisión global —cámaras a ras de público y planos cenitales— y en la experiencia de plaza, con pantallas laterales y un sonido que, pese a los rebotes del recinto, mantuvo legibles las voces solistas. La operación, por dimensiones y ambición, coloca a San Pedro en la liga de los grandes escenarios efímeros del planeta.

Que el Vaticano firmara su primer macroconcierto —y además con un line-up que cruza géneros, idiomas y generaciones— explica la magnitud del eco. En términos culturales, la cita supone un giro de timón que consolida la estrategia de abrir espacios tradicionalmente reservados al ritual a una celebración más amplia de la comunidad. La elección de Karol G como embajadora pop de la noche no es anecdótica: el reguetón —nacido en la periferia— entra en la plaza más famosa de la Iglesia católica como música de encuentro. A su lado, Bocelli y Legend —dos voces de timbre reconocible y repertorios anclados en el canon popular— garantizan transversalidad; Pharrell, por su parte, firma el maridaje entre cultura urbana, góspel y televisión en directo.

El acceso gratuito y sin reserva previa obligó a desplegar un dispositivo de control de aforo y a segmentar la plaza por sectores, con recomendaciones de llegada temprana y refuerzos en transporte público. El “formato familia” se notó en la composición del público —muchos grupos de jóvenes peregrinos y visitantes del Jubileo— y en la duración del espectáculo, calibrado para televisión y streaming entre las 20:00 y el late prime. La señal internacional, además, dejó claro el objetivo de posicionar Grace for the World como un hito exportable: un modelo de gran evento espiritual y cultural para la era del livestream.

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