Hacia la mitad de esta historia que seduce al lector desde las primeras líneas, el narrador dice: Algo desagradable e insólito nos ha ocurrido a todos. Y en cuestión de unos pocos días nos hemos vuelto aún más desconfiados con respecto al mundo exterior. Los personajes de Cosecha viven en uno de esos encierros naturales como los de la película El bosque, de M. Night Shyamalan: aunque no hay muros ni verjas con alambres, son ellos mismos los que no salen, los que han decidido establecerse allí para siempre, igual que en esos pueblos casi abandonados de España donde muchos de sus habitantes jamás han ido más allá de los límites de su provincia (ni quieren hacerlo). Incluso el narrador y protagonista, el viudo Walter Thirsk, es un hombre que eligió esta aldea y no ha vuelto a salir desde entonces: Somos demasiado pequeños y cada día lo somos más. Y están demasiado lejos de cualquier ciudad, como afirma un poco antes. Mis vecinos oriundos de este lugar se han atrincherado para protegerse del mundo exterior, apunta Thirsk. Por eso, cualquier cosa que venga de fuera, sea una noticia o un forastero, puede suponer una amenaza para la colectividad.

A esa localidad, a esa aldea donde los habitantes viven de sus cosechas y se mantienen despiertos merced a los amoríos, las infidelidades y los chismorreos, llegan un día tres personas: dos hombres y una mujer. Se instalan en las inmediaciones. Hacen fuego. Irrumpen el equilibrio, la rutina. Desde entonces nada volverá a ser lo mismo, y el pueblo inicia su decadencia mediante una serie de hechos y desgracias que aquí no vamos a desvelar. Todo arranca con esa llegada, la de tres personas a las que en seguida se acusa del incendio de un palomar, y se condena a los hombres a pasar varios días en la picota. A partir de ese momento, que coincide con la recogida de la cosecha, la tragedia empezará a destruir al pueblo y a sus vecinos.

Del británico Jim Crace ya se habían publicado en España varios libros: Continente, Arcadia, Lennie sopla, Los cuarenta días y la extraordinaria Y amanece la muerte. Y es precisamente esta novela, hoy descatalogada y difícil de encontrar salvo que se recurra a librerías de viejo y de segunda mano, la que tal vez lo convirtiera en un autor de culto (al menos en nuestro país). Allí contaba la historia de una pareja asesinada en una playa, y cómo sus cuerpos se van descomponiendo, y qué sucede antes, durante y después de esa muerte. En Cosecha también se sumerge en lo inusual, en lo insólito. Su narración está plagada de misterios: no sabemos en qué época sucede, no sabemos cómo se llama el pueblo ni dónde está (más allá de formar parte de la campiña inglesa), no sabemos por qué esa gente actúa con unas leyes tan estrictas (donde los niños también trabajan y las mujeres son una propiedad). Pero esta novela atemporal, traducida por Pablo González-Nuevo, es una de las obras más notables e interesantes de la temporada. La prosa milimétrica, que actúa como un flujo de conciencia que nos embruja, va calando en el lector, lo envuelve en su atmósfera de peligros y descripciones del paisaje con un toque de poesía, lo abruma con una carga de detalles inquietantes, siniestros, propios de una sociedad feudal, conservadora y cerrada. La novela, por cierto, ganó varios premios. Muy merecidos.