El propósito de Historia del silencio (Acantilado), de Alain Corbin es, fundamentalmente, el reaprendizaje del silencio, es decir, del estar con uno mismo. En el cine, asocio el silencio con Andrei Tarkovski, en particular con Sacrificio (1986), ese silencio que el protagonista adoptaba como impulso de acción, protesta sacrificial y renuncia combativa. Sacrificaba todo, sus posesiones materiales, sus relaciones afectivas, sus palabras, su herramienta expresiva y reflexiva (ya que era profesor de Arte), sus propias creencias, porque era ateo, su propia voz, sumiéndose en la mudez, y aceptando quedar al margen del mundo, cuando se arrodillaba ante un Dios en quien no creía para suplicar que la catástrofe que ha tenido lugar, la destrucción nuclear, no haya ocurrido. Modifica los sucesos, la realidad, sacrificándose a sí mismo en todas las facetas. El artista se desprende de cualquier rastro o residuo de su ego por la transformación o mejora de una realidad Un acto radical. Hay algo de ese talante en esta hermosa obra: Hoy en día, es difícil que se guarde silencio, y ello impide oír la palabra interior que calma y apacigua. La sociedad nos conmina a someternos al ruido para formar así parte del todo, en lugar de mantenernos a la escucha de nosotros mismos. De este modo, se altera la estructura del individuo.

Por eso, de entrada, como umbral, Corbin puntualiza que el silencio no es sólo ausencia de ruido. Corbin nos guía a través de una zona tarkovskiana, como en Stalker, cuyas coordenadas son el silencio de los lugares íntimos, el silencio asociado al recogimiento, la exigencia, a partir del siglo XIX, de la habitación particular, del espacio propio, del caparazón, del lugar secreto y de silencio, los silencios de la naturaleza, en mar, desierto, montaña, campo, los pequeños ruidos que revelan el silencio y lo crean, la delicadeza del silencio de la nieve, el silencio de la prudencia, el mandato de guardar silencio, el arte de callar, las tácticas del silencio, el papel (del silencio) en las relaciones sociales, en sus ventajas y sus inconvenientes, en los vínculos con la creación de su propia imagen, la palabra como resonancia del silencio, la noche como tiempo de silencio porque el oído es un sentido de la noche, los miedos al silencio, los silencios tácitos, el terreno de los <<odios tenaces en los que cada uno parece llevar la contabilidad de agravios irrisorios que da por resultado un silencio rencoroso y persistente>>(Frederic Chavaud), y cómo el silencio es <<el mensajero de lo desconocido peculiar de cada amor>> (Maurice Maeterlinck) ¿No es el silencio lo que determina y fija el sabor del amor?.

En Therese Desqueyroux, de Mauriac, O'Dwyer distingue en ella no menos de diez tipos de silencio asociados a la palabra; los silencios que traducen la aniquilación del sujeto o la incomunicabilidad entre los seres, el silencio que arroja al sujeto a las <<tinieblas de su ser>>, el silencio que es un viaje interior, el silencio amenazador del otro que remite a la nada, el silencio generado con el fin de resistir al estruendo del mundo y, en lo que nos concierne, de manera más preciosa, el silencio de reflexión, los silencios sugerentes que dicen lo indecible.

3472722lpw 3472753 article jpg 3466020 660x281

Los primeros pasos son los que trazan la geografía de ese silencio que es residencia, habitación de realidad, reflejo de una actitud y relación con la realidad que busca y forja una estructura de realidad definida por la conciliación, por el desarrollo de la percepción aguda, la consecución de la interacción con nuestro alrededor que nos haga sentir como presencia, e inmensidad:

Hay lugares de privilegio donde el silencio impone una sutil omnipresencia, lugares en los que podemos escucharlo de manera especial, lugares, donde con frecuencia, el silencio aparece como ruido delicado, leve, continuo, anónimo; lugares a los que se aplica el consejo de Valery:<<Escucha ese fino ruido que es continuo y que es el silencio. Escucha lo que se oye cuando nada se hace oír>>; ese ruido <<lo abarca todo, esa arena del silencio...Nada más. Esa nada es inmensa al oído>>.

Es un libro que intenta hacernos recordar que nos hemos olvidado. Se apoya, de modo constante, en textos ajenos para realizar un recorrido reflexivo por la historia, del Renacimiento a nuestros días, a través de diferentes manifestaciones o significaciones del silencio. Sobre todo, porque parece que no sólo vivimos en el ruido, sino que somos ruido. Si no nos escuchamos a nosotros mismos, ¿de qué estamos hablando? ¿Y para qué?. Estamos ofuscados, y confortablemente entumecidos (confortably numb, como expresaba la canción de Pink Floyd) en la algarabía de los relatos. Vivimos para el relato de las experiencias más que para vivir el momento, por eso grabamos todo con los móviles, y ya pensamos en cómo relataremos a otros lo que hemos vivido. Vivimos en diferido, en los relatos de nuestra vida. No hablamos sino a las horas que no vivimos (…) y la vida verdadera, la única que deja alguna huella, no está hecha sino de silencio -escribe por su parte Maeterlinck.

Escribimos, pensamos, especulamos, anticipamos, recordamos, pero el núcleo de la vida, la residencia momentánea (aunque suscite la ilusión de eternidad) se manifiesta en el contacto con el cuerpo de lo real, el momento de la sensación verdadera, en expresión handkiana. En cierto pasaje, Corbin menciona cómo en la obra de Patrick Modiano es fundamental la figura del silencio. En Recuerdos durmientes escribió: Ninguno me ha dado señales de vida en estos cincuenta últimos años. Por entonces debía de ser invisible para ellos. O será, sencillamente, que vivimos a merced de ciertos silencios. Y cuántas historias se agitan en esos silencios...

Historia del silencio es un libro que nos impulsa a despertar. Y para ese logro es necesario no sólo saber descifrar los silencios sino aprender a residir en el silencio. Porque en el silencio nos miramos, y así nos sentimos, de frente.