En cierta manera, el espíritu de Sunset song se podría equiparar, salvando las distancias, con La canción de la tierra (Das lied von der erde), el ciclo de canciones que compuso Gustav Mahler en forma de sinfonía. De hecho, Terence Davies concibe una suerte de elegía a la que ha imprimido un cierto carácter sinfónico, en parte enfatizado por la propia banda sonora que contiene además algunas versiones de canciones tradicionales escocesas. Una elegía que gira en torno a la joven Chris Guthrie (Agyness Deyn), pero también en torno al paisaje al que de alguna manera, por azares del destino, la protagonista se quedará unida a él.

A partir de la novela del escritor escocés Lewis Grassic Gibbon, seudónimo de James Leslie Mitchell (1901-1935), el director de Voces distantes (1988), La casa de la alegría (2000), Of time and the city (2008) o The deep blue sea (2011) concibe una sobria crónica sobre la existencia de una joven marcada por las circunstancias del azar que transcurre durante los años previos a la Primera Guerra Mundial. Porque las aspiraciones de Chris, que es una alumna brillante como pone de manifiesto una de las secuencias iniciales del film, de convertirse en profesora se acaban frustrando por la adversidad. Al suicidio de su madre ante un nuevo embarazo, se ve forzada a cuidar de su tiránico padre, a quien pone rostro un excelente Peter Mullan, cuando éste cae enfermo, además de otras vicisitudes a las que se tiene que enfrentar.

 

Pero Sunset song trata muchos más temas. Porque es el relato sobre un mundo que comienza a desmoronarse. De hecho, la joven protagonista toma la decisión de hacerse cargo de la granja tras fallecer su progenitor rompiendo con el tradicional papel de la mujer relegado en aquella época a las tareas domésticas. Como también es una trágica visión impregnada con infinidad de matices sobre las secuelas de la guerra y no solo en las vidas de quienes iban al frente.

Un material que el cineasta nacido en Liverpool maneja con sensibilidad y un gran dominio de la contención, dejando espacio a la sugerencia, pues en todo momento se evita lo truculento en beneficio de la insinuación, desde las propias muertes de los progenitores hasta ese plano secuencia que recorre el campo de batalla diezmado por los efectos de la guerra en el que no se muestra cuerpo alguno.

 

Una muy cuidada puesta en escena que, ayudada por la magnífica fotografía de Michael McDonough, acaba dando lugar a tableaux vivants de gran belleza visual. Incluso se podría afirmar que Sunset song es una pintura en movimiento cuya estética posee ciertas conexiones con el espíritu romántico del siglo XIX aunque tamizadas por la particular mirada del que es uno de los grandes cineastas británicos actuales, aunque su nombre no suene tanto como los de algunos de sus compañeros de generación.