Bennett Miller elabora un tan sobrio como sórdido retrato de la sociedad norteamericana a partir de la historia real de los hermanos Mark y Dave Schultz, campeones de lucha libre, y su compleja relación con el hierático y acomplejado multimillonario John du Pont.

La posible desventaja de visionar una película basada en hechos reales que son conocidos conlleva el hecho de estar condicionado por los mismos, ya que en cierta manera se sabe de antemano lo que va a ocurrir. Algo que tampoco supone un inconveniente si el film posee la suficiente calidad. Sin embargo hay ocasiones en que es mejor desconocerlos, en especial en el caso de Foxcatcher, que además de ser un excelente film, cuenta con la ventaja de que los acontecimientos que cuenta no tuvieron tanta repercusión en estas latitudes como en Estados Unidos. Es por ello que la primera recomendación, si se desconoce la historia verdadera en la que se inspira la tercera película de Bennett Miller, es abstenerse de realizar cualquier tipo de consulta en internet antes de verla y dejarse seducir por su historia. Como tampoco se desvelarán aquí los detalles más relevantes.

Quizá más de uno pensará que Foxcatcher es otro film más sobre deporte, ya que su historia gira en torno a la lucha libre, una modalidad que tampoco parece arrastrar demasiadas multitudes. De hecho, en las pocas secuencias de competiciones que muestra apenas se aprecia una asistencia masiva de público, salvo las que tienen lugar dentro del marco de los juegos olímpicos. Pero quizá tampoco esto sea algo relevante, porque en realidad la lucha libre le sirve a Miller como elemento metafórico para concebir una sobria crónica sobre las relaciones humanas y al mismo tiempo una radiografía de la sociedad americana, aparte de que dos de los protagonistas del film fueron en realidad campeones mundiales en dicha especialidad. Una historia que mantiene intacta su vigencia a pesar de que aquellos hechos ocurrieron hace casi dos décadas.

 

El eje argumental de Foxcacher gira en torno a un trio de personajes, dos hermanos campeones mundiales de lucha libre y un multimillonario. Mark Schultz, a quien pone rostro Channing Tatum, y su hermano Dave, interpretado por un magnífico Mark Ruffalo, son dos hombres antitéticos. Mark es un ser solitario, vulnerable, en cierta manera inadaptado y parco en palabras que vive entregado en cuerpo y alma a sus entrenamientos. Sin embargo, Dave es afable, sociable, aunque tampoco destaque por su locuacidad, dedicado a su faceta de entrenador tras retirarse de la alta competición y a su familia. Dave sabe de las inseguridades de su hermano, por eso sigue prestándole apoyo en todo momento. Hasta que se cruza por su camino John du Pont, un magnate con aspiraciones filantrópicas, encarnado por un excelente Steve Carell, que ha invertido grandes sumas de dinero en unas instalaciones deportivas que ha edificado en sus terrenos provistas con todo el equipamiento necesario para preparar a un equipo de lucha libre, su equipo, que bautiza con el nombre que da título a la película y con el que pretende representar a los Estados Unidos en competiciones internacionales. Y algo más, porque aparte de convertirse en su entrenador, aunque cuente con la ayuda de Dave, se erige como una suerte de mentor, de maestro espiritual incluso, utilizando el equipo como medio para, a su modo, autoproclamarse abanderado de la nación. Pero en realidad John du Pont es un ser mediocre, atormentado, austero y acomplejado, en parte también por la influencia de su férrea y anciana madre, Jean du Pont, a quien interpreta Vanessa Redgrave.

De ahí las reveladoras imágenes en blanco y negro del inicio que captan instantes de cacerías del zorro, deporte que practicaban los ancestros de John du Pont pero que al mismo tiempo vienen a ser una metáfora sobre el peso familiar, ese que representa su madre, quien prosigue manteniendo con firmeza las cuadras pero que desaprueba el escaso interés de su hijo por los caballos, reprochándole al mismo tiempo su predilección por un deporte que ella considera innoble. De hecho hasta le expresa su disgusto por el hecho mismo de que lo practique. Porque John du Pont también participa en algún campeonato como luchador, aunque éste esté organizado a su medida.

Sin embargo más allá del aspecto deportivo, John du Pont es un ser retraído, alguien que deja en manos de otros la administración de su inmensa fortuna, alguien que de una manera inconsciente canaliza sus complejos a través de una serie de aspiraciones donde se mezclan sus ideas patrióticas con sus deseos de convertirse en líder espiritual de la lucha libre, como se pone de relieve en una conversación con su madre, cuando el hijo dice que él no solo dirige a sus deportistas, sino que les entrena, les da un sueño y a su país le proporciona esperanza. De hecho, en algunas conferencias que imparte en público se presenta como ornitólogo, ya que también ha escrito un libro sobre aves, y filántropo.

 

Al mismo tiempo, John du Pont es un ser hierático que hace gala de una permanente solemnidad, tanta, que en las reuniones deja que sus administradores hablen por su boca mientras él, impertérrito, contempla a sus interlocutores. Un hieratismo que ni tan siquiera pierde cuando no se cumplen sus deseos, como en esa secuencia en la que rechaza un tanque que ha adquirido para su colección de armas porque le falta una ametralladora. Un individuo que en su denodado patriotismo incurre en actitudes fascistoides. Tiene  enmarcada la bandera americana en su despacho, hace prácticas de tiro con un grupo de policías embutido en su chándal con la rúbrica del equipo o su gusto por hacerse llamar el Águila o el Águila Dorada, epígrafe que hace incluir en su propio nombre, John “Eagle” du Pont, en la placa de un trofeo que ha recibido.

Pero más allá de estas actitudes, John du Pont es una especie de vampiro que va absorbiendo a todo aquel que se mueve a su alrededor. Hasta su figura, impregnada de un cierto halo siniestro, posee rasgos vampíricos. Su rostro enjuto, su modo de hablar casi en forma de susurro, la palidez de su piel, sus parsimoniosos movimientos que le confieren en ocasiones cualidades de espectro, o sus “apariciones”, casi siempre sin apenas hacer ruido, sin que nadie se percate de su presencia hasta que ya está prácticamente encima de quien se acerca. Pero John du Pont también es un ser vulnerable, incluso reprimido, por su soterrada homosexualidad, como sugieren sus miradas hacia Mark o aquella escena en la que el joven le corta el pelo mientras suena This land is your land de Woody Guthrie pero cantada por Bob Dylan. Pues John du Pont viene a ser como un padre para un desorientado Mark, quien a pesar del apoyo de su hermano Dave, sigue sin superar el divorcio de sus progenitores cuando era un niño de apenas dos años de edad. Además Mark, quien en muchas ocasiones habla casi con monosílabos, tampoco hace gala de tener muchas luces lo que hace de él un ser especialmente maleable.

 

Bennett Miller, responsable de Truman Capote (Capote, 2007) y Moneyball: rompiendo las reglas (Moneyball, 2011), elabora un tan sobrio como grisáceo fresco a partir del microcosmos en el que se desenvuelve el trío protagonista, casi siempre en los dominios del millonario. El cineasta concibe con aparente sencillez una minuciosa y cuidada puesta en escena, potenciada por la fotografía en tonos apagados de Greig Fraser y la sobria banda sonora, en la que se combina la partitura de Rob Simonsen con una serie de composiciones como Für Alina de Arvo Pärt que subraya el desenlace final.

Una historia que si bien mantiene un ritmo pausado a su vez va in crescendo a través de los numerosos conflictos emocionales que se van generando durante el desarrollo del metraje. Desde las secuencias iniciales, cuando Mark se entrena con un muñeco, en cierta manera una metáfora sobre su lucha interior consigo mismo, o cuando entrena junto con su hermano, donde Miller esboza la relación que hay entre ambos; hasta los propios ademanes y actitudes de John du Point, como en aquel plano en el que se halla sentado mirando hacia el infinito en el porche de su mansión, casi como si estuviera en un trono, aunque a su alrededor no hay nadie, pues en el fondo, es también un hombre solitario, al igual que Mark. Porque en realidad John du Pont es, a pesar de su fortuna, un don nadie que desea ser alguien, al contrario que el propio Mark, que ha sido alguien, aunque de manera efímera, en la lucha libre, pero que después, fuera de ella, ni siquiera sus triunfos le sirven para evitar su deriva existencial.