¿Buscas un biopic tranquilo, bonito y predecible? Sigue buscando. 'Kneecap' (Filmin) no es para ti. Pero si lo que quieres es una historia que te haga reír, pensar y replantearte lo que sabes sobre Irlanda del Norte, entonces esta película es justo lo que necesitas. Eso sí, prepárate: no hay marcha atrás una vez que entras en su universo. "En Irlanda hay 80.000 hablantes de irlandés, 6.000 viven en el norte y tres de ellos lo van a poner todo patas arriba cuando formen un trío de rap llamado Kneecap. Anárquicos, rebeldes y dispuestos a todo para salvar su lengua materna", así presenta Filmin la obra, que ha arrasado en los BAFTA y ha generado comparaciones de todo tipo con dos obras maestras como Trainspotting y 8 millas. Casi nada.

Pero Kneecap no es solo una película. O, mejor dicho, no es una película más. Es un estallido de energía y rebeldía. Bajo la dirección de Rich Peppiatt, esta obra convierte la historia del trío de rap irlandés Kneecap en un manifiesto cultural. No busca ser solemne ni convencional. Tampoco intenta ser complaciente. Más bien, apuesta por un enfoque rompedor, audaz, irreverente y, en ocasiones, abrumador. Todo esto, mientras combina sátira política, humor absurdo y una cruda crítica social.

La trama nos lleva a un Belfast que respira caos. Es un espacio donde la política y la cultura chocan constantemente. Allí, los tres miembros del grupo (Mo Chara, Móglaí Bap y DJ Próvaí) se interpretan a sí mismos, ofreciendo una autenticidad que atraviesa la pantalla. No son actores profesionales -aunque firman un debut en la gran pantalla que augura más apariciones-, y eso es justo lo que fortalece la película. Su frescura y naturalidad reflejan la esencia de su música: cruda, directa y sin filtros. No buscan convencer a nadie. No son ejemplos de nada, ni lo pretenden. Solamente canalizan a través de la música la rabia de una generación atrapada en sus contradicciones y el capitalismo salvaje. A través de ellos, la historia transita entre lo absurdo y lo profundamente humano.

La película no teme abordar temas complejos. A base de visiones de Ketamina, viajes de LSD y colocones de marihuana, Kneecap habla de identidad, violencia y resistencia cultural. También explora el conflicto político en Irlanda del Norte desde un ángulo diferente. Pero lo hace con humor. Un humor que, aunque absurdo, nunca es vacío. Cada broma tiene un propósito. La reivindicación del idioma irlandés es el gran ejemplo. Se presenta como una causa que oscila entre la necesidad y el ridículo. Sin embargo, en el trasfondo, late un mensaje claro: la lengua es un acto de resistencia.

La brutalidad policial, el desprecio por el idioma irlandés y la persecución a los independentistas son algunos de los temas centrales. Pero Peppiatt no se queda ahí. También satiriza las contradicciones internas de los defensores de la lengua y la cultura. Y es que, el éxito de Kneecap radica precisamente en su valentía. No tiene miedo de molestar. Tampoco teme parecer ridícula. Esa falta de pretensión es lo que la hace tan efectiva. Peppiatt no pretende ofrecer respuestas fáciles. En lugar de eso, plantea preguntas. ¿Qué significa resistir? ¿Qué precio tiene la identidad? ¿Qué lugar ocupa el humor en medio del conflicto?

El contexto histórico de 'Kneecap'

“The Troubles” fue un conflicto armado que se extendió durante treinta años, entre 1960 y 1998, con epicentros en Derry y Belfast, territorios británicos situados en el norte de Irlanda. Este enfrentamiento tiene raíces profundas en la historia irlandesa y su relación con Gran Bretaña, marcada por siglos de represión y tensiones. Fue un conflicto fundamentado en el sectarismo entre católicos y protestantes, en el que los católicos sufrieron discriminación religiosa de manera sistemática. Uno de los objetivos históricos del Imperio británico en Irlanda fue la erradicación de la cultura irlandesa, junto con el catolicismo.

Tras numerosos conflictos bélicos a lo largo de los siglos, la guerra de independencia irlandesa (1919-1921) culminó en un acuerdo entre los representantes de la República de Irlanda y el gobierno británico. Este tratado incluyó la cesión de seis condados de la provincia de Ulster al Reino Unido, decisión que generó un fuerte descontento en el movimiento republicano, ya que muchos de sus integrantes y gran parte de la población se oponían a entregar cualquier parte del territorio irlandés al dominio británico.

Una frase emblemática de la época era: “Ulster is a Protestant land for Protestant people” (Ulster es una tierra protestante para los protestantes). En los años 60, se organizaron marchas en defensa de los derechos civiles tanto para católicos como para protestantes, inspiradas por los movimientos de derechos civiles en Estados Unidos. Sin embargo, una de las principales causas que encendieron el conflicto fue la represión violenta contra estas marchas, especialmente las católicas. Esto dio pie al surgimiento, hacia 1969, del Ejército Republicano Irlandés Provisional (Provisional IRA).

La policía de Belfast, predominantemente protestante, permitió que la violencia contra los católicos se intensificara, y la situación se deterioró hasta que el ejército británico intervino para restablecer el orden. No obstante, su presencia agravó el conflicto. Las fuerzas británicas comenzaron a participar en acciones sectarias, como asaltar casas de católicos sospechosos de pertenecer al IRA, deteniendo a sus ocupantes si encontraban armas. Esta escalada marcó el inicio de la guerra abierta entre el Provisional IRA y las fuerzas británicas.

La población se dividió en dos bandos principales: los loyalists y los republicans. Los loyalists, de mayoría protestante, apoyaban la permanencia de Irlanda del Norte como parte del Reino Unido. Dentro de este grupo surgieron organizaciones paramilitares como la Ulster Defence Association (UDA), la Ulster Freedom Fighters (UFF) y la Ulster Volunteer Force (UVF), conocidas por realizar ataques en zonas católicas, disparando indiscriminadamente contra civiles. Cabe destacar que también existían protestantes que defendían los derechos de los católicos, como los miembros del Social Democratic Labour Party (SDLP), quienes no formaban parte de los loyalists. Por su parte, los republicans buscaban la reunificación de toda Irlanda, y en este grupo se encontraba el IRA, junto con su facción militar conocida como los Provos.

La violencia escaló con eventos como el Domingo Sangriento (Bloody Sunday), en el que el ejército británico disparó contra manifestantes desarmados, y el uso de balas de goma (conocidas como KIPS), posteriormente prohibidas por su peligrosidad. El IRA, en respuesta, recurrió a tácticas de guerrilla, como coches bomba, y operaba como una especie de policía en las zonas católicas, donde tenía apoyo popular. Entre sus métodos de control interno se incluía el kneecapping, una práctica que consistía en disparar en la rodilla a quienes violaban sus leyes.

Hoy en día, las divisiones entre católicos y protestantes persisten en ciudades de Irlanda del Norte como Belfast, donde muros y verjas separan comunidades. La religión sigue siendo un marcador clave de identidad y nacionalidad. The Troubles dejó un saldo de 3.600 muertos y más de 30.000 heridos. A lo largo de esos años se intentaron varios acuerdos de paz, pero no fue hasta 1998 que se alcanzó una solución mediante el Acuerdo del Viernes Santo (Good Friday Agreement), que estableció un reparto de poder en la Asamblea de Irlanda del Norte.

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