La segunda temporada de Respira regresa con factura pulida, tensiones aumentadas y una trama que reutiliza argumentos políticos y sanitarios con descaro. En el centro de todo está Patricia Segura, interpretada por Najwa Nimri, presidenta de la Comunidad Valenciana que apoya la privatización del hospital público que, paradojas del guion, terminará siendo el lugar donde se trata su cáncer de mama.

Ese personaje articula dos espejos: por un lado la figura mediática y bonapartista de Ayuso -modelo de política de derechas, gestora de “lo privado” frente a lo público-; por otro, la estética de mando “conciliadora” de Cifuentes, las americanas estructuradas, el maquillaje que transmite control, el bolso rígido como atributo de poder. Cuando Segura entra en escena está vestida para gobernar… y para ser observada.

Desde el primer episodio sabemos que Patricia Segura no es una perdedora al uso: es una presidenta eficaz, resuelta, segura de su línea política. Pero también llega el drama personal: el hospital público Joaquín Sorolla, escenario principal de la serie, se transforma en su enemigo político cuando ella introdujo lógica empresaria allí; y simultáneamente se convierte en su salvación médica cuando descubre que solo en ese entorno encontrará el tratamiento adecuado. Y ahí el paralelismo con Ayuso se vuelve evidente: habla de eficiencia, de gestionar como empresa, de privatización como panacea, de “menos Estado” en lo que “no funciona”.

En el guion de Respira, Patricia Segura encarna ese discurso -porque es la presidenta que impulsó la externalización del hospital- y luego se enfrenta a sus propias contradicciones cuando necesita depender de él. Una ficción que refleja realidades políticas y sanitarias, con la voz de la protagonista hecha cepillo que limpia su imagen autoritaria.

Ahora bien, el componente de estilo no es menor. La forma importa tanto como el fondo. Patricia Segura aparece con el traje sastre de hombros marcados, la blusa de seda, el labio fuerte, el bolso de diseño sobrio. Esa silueta de poder femenino recuerda inevitablemente a Cristina Cifuentes en sus días de presidenta madrileña: comunicadora de protocolo, fotografía bien cuidada, gesto institucional. En Respira, ese traje es uniforme de mando; es el aspecto público de una mujer que gobierna mientras le late un corazón humano y enfermo. Cuando vemos a Segura en la cama del hospital, entre tratamientos, en bata blanca, el contraste es brutal: la ejecutiva se vuelve paciente, la privatizadora se convierte en cliente de lo público. Ese quiebre ético traza una crítica sutil: la lógica de negocio aplicada a la sanidad no se sostiene cuando la salud se convierte en valor y no en producto.

Aquí la serie se articula como espejo de nuestra política reciente: gestoras que prometieron revolución liberal, lideresas que apostaron por lo privado y luego descubrieron que sin lo público su poder se queda cojo. La combinación de esos dos ecos -Ayuso en el discurso y la agresividad mediática; Cifuentes en la estética- convierte a Patricia Segura en un diseño ficcional riguroso. Najwa Nimri lo asume con intensidad: según sus propias declaraciones, el reto fue adentrarse en “cómo funciona una política de derechas” y “meterse en terrenos escabrosos”.

Finalmente, la novedad estética que aporta la serie no es anecdótica: el look de Segura es parte de su personaje. Que una presidenta luzca como una CEO del siglo XXI no es casualidad; es parte del relato de cómo el poder se mercantiliza, se hace fotografía, se consume imagen. 

La nueva temporada de Respira no solo devuelve el suspense a las salas de espera televisivas, sino que lo hace con la política al borde del bisturí. Patricia Segura habla como Ayuso, se viste como Cifuentes y vive lo que políticamente parece creer que solo les pasa a otros. 

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