Raoul Dufy fue considerado durante mucho tiempo como un maestro. Sin embargo, con el transcurso del siglo XX esta apreciación fue apagándose por diversos motivos. Por un lado, porque los acontecimientos que se fueron sucediendo impusieron no solo otro tipo de arte, sino también una apreciación y un acercamiento diferente hacia la creación artística, hacia qué tenía qué ser, qué tenía que decir. Se pedía un arte más reflexivo y que tradujera en su estilo la angustia y la crudeza, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, de la realidad.


dufy7El arte de Dufy, en sus diferentes etapas, era demasiado colorista y alegre como para encajar en esa coyuntura. Por otro lado, los cambios de gusto estético no solo vinieron condicionados por el contexto, sino también por un cierto rechazo, en general, hacia todo arte que apelara más a un componente emocional que a uno reflexivo. Getrude Stein dijo sobre su arte que “Dufy es el placer”, sentencia tan breve y concisa como elocuente. La explosión cromática del pintor francés, su sentido jovial y desinhibido y su búsqueda de apelar a los sentidos como vehículo para la experiencia estética se contraponía con esa postura intelectual que, en cierto modo, no era sino una coartada para rehuir todo conato de acercamiento emocional al arte; una postura casi de vergüenza ante el disfrute o goce sensorial.


Por eso el nombre de Dufy ha permanecido muy por debajo de otros como Matisse, Darin, Marquet o Braque, todos ellos integrantes de ese ismo de las vanguardias conocido como fauvismo de efímera pero fructífera duración. Aunque como movimiento sus inicios podrían remontarse a 1898, no se les conoce como tal hasta que exponen en el Salón de Otoño de 1905 y el crítico de arte Louis Vauxcelles habla de ellos como fauves, fieras, pudiéndose certificar el fin del movimiento en 1907. Dufy fue uno de sus integrantes, aunque, como muchos de ellos, ya tenía una trayectoria y, después, su carrera se iría por un camino diferente al de sus compañeros.


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La cual se puede apreciar en la magnífica, y necesaria, exposición que ha dedicado al pintor francés el Museo Thyssen-Borzemisza. Una muestra que no solo sirve para conocer mejor la obra de Dufy y su clara evolución, sino también para recorrer con él gran parte de la deriva del arte contemporáneo desde la irrupción y la ruptura que supuso la aparición del Impresionismo. Este recorrido aparece bien delimitado en la exposición por cada etapa que marca la carrera de Dufy y en la que se aprecia a la perfección su desarrollo.


Así, en un primer momento, influenciado por Boudin, Monet o Pisarro, Dufy se sitió fascinado por retratar la vida moderna y los paisajes naturales modulando la luz a través del color en busca de la esencia de la pintura en sus componentes más primarios. Así, obras como El mercado del pescado, Marsella, no le diferencian demasiado de sus coetáneos impresionistas desde una mirada superficial, pero bajo su trabajo a partir de las coordenadas de un estilo se puede observar a un pintor que pretende ir más allá, que no se contentaba con el “simple” trabajo cromático. De ahí que diera un paso más para iniciar una segunda etapa en su carrera, un período sintético, el fauvista, basado ante todo en la expresión, creando un arte que se adecuada a la perfección a las palabras del maestro del movimiento, Matisse: “La expresión, para mí, no reside en la pasión que estalla en un rostro o que se afirma por un movimiento violento. Está en toda la disposición de mi cuadra: el lugar que ocupan los cuerpos, los vacíos que hay en torno a ellos, las proporciones, todo tiene su papel. La composición es el arte de ordenar de manera decorativa los diversos elementos de que dispone el pintor para expresar sus sentimientos”.


Y es que si el fauvismo en general, y Dufy en particular, fueron denostados y progresivamente olvidados durante muchos años, por ese carácter de expresividad sentimental, la exposición de Dufy nos revela que bajo esa aparente banalidad pictórica se esconde en realidad la expresión interior y personal de cada artista. Lo que en un momento determinado se vio como un mero trabajo colorista, con el tiempo se mostró como la más pura expresión, apelando a todos los sentidos posibles, de las emociones. Porque, recurriendo de nuevo a Matisse, “expresión y decoración son una sola y misma cosa; el segundo término condensado en el primero”.


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Cuando en 1907, aproximadamente, el fauvismo desaparece, o, mejor dicho, se reformula, Dufy descubre a Paul Cézanne y como tantos otros artistas coetáneos no puede dejar de ser sentirse fascinado por el gran maestro. Comienza en la carrera de Dufy el período constructivo, en el que prevalecen las geometrías, el poco color y al uso de la pincelada cézanniana. Período que vive muy de cerca junto a Braque, con quien trabaja de modo regular, aunque finalmente sus caminos como pintores irán por sendas muy diferentes. Braque se encaminará hacia el cubismo, mientras que Dufy, sobre todo a partir de 1920, irá construyendo una etapa más madura. Pero antes de llegar a ella trabajará en el terreno de la decoración, primero con el modista Paul Poiret, después para la casa textil Bianchi-Férier, entre 1912-1928, época en la que Dufy se siente completamente libre para dar rienda suelta a su expresividad cromática a pesar, o por ello mismo, de estar trabajando por encargo.


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Ese trabajo decorativo conduce a Dufy a su última etapa, más intimista e interiorizada en la que confluyen todos los elementos que había ido trabajando anteriormente en un estilo personal que coincidirá, a su vez, con su enfermedad y su progresiva parálisis. Un arte en el que el color sufre una completa liberación ornamental y cuyos logros vienen a mostrar que Dufy fue algo más que un mero artista ornamental, porque en sus cuadros encontramos esa utilización, tan importante entre finales del XIX y mediados del XX, del color no solo como elemento para mostrar la naturaleza primigenia de la pintura, sino también como vehículo emocional e introspectivo. Y en algunos de sus mejores obras de la época, aparece como una resonancia del pasado Matisse y sus ventanas, ese cuadro dentro del cuadro que abre el interior hacia el exterior, espacios que modularon la pintura de Dufy durante sus últimos años, rechazando la perspectiva académica y buscando mediante la estilización de las formas una mirada subjetiva hacia la realidad.


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Imágenes facilitadas por el Museo Thyssen-Bornemisza