Thomas Hobbes sostenía en Leviatán que “las naciones prosperan bajo una Monarquía no porque tengan un príncipe, sino porque lo obedecen”. Y unos años más tarde, Locke, en Dos ensayos sobre el gobierno civil, ofrecía una visión cristiana de la existencia humana y de su sentido de la justicia, según la cual, la vida del hombre pertenece a Dios, así que solo podríamos juzgarnos unos a otros de manera contingente, en caso de conflicto, y para dirimir nuestras diferencias en comunidad.


Estas ideas de justicia divina y contrato social planean también sobre El Burlador de Sevilla, una obra que se atribuye a Tirso de Molina, aunque su autoría no se conoce al cien por cien. Fue el texto en el que nació el personaje de Don Juan Tenorio, no solo un icono contra las normas sociales en la literatura española, sino toda una categoría universal como el Quijote o Hamlet, y que Zorrilla, Valle Inclán, Molière o Mozart han integrado en sus creaciones. Fue el texto, también, de donde nace la expresión “el convidado de piedra”, y donde se afianza aquella de “largo me lo fiáis”.


El Burlador de Sevilla es una obra rompedora para su época, crítica con los abusos de poder y los privilegios de las clases altas, y con una imagen de la mujer alejada de los clichés del momento. Darío Facal, uno de los mejores directores de nuestra escena, y desde luego de los más auténticos, abre la temporada del Teatro Español de Madrid con una memorable versión de esta pieza. Manteniendo prácticamente intacto el texto original, lo encaja en códigos del lenguaje escénico y cinematográfico actual, algunos de ellos ya marca de la casa del director, como el micro de mano, que ofrece una sonoridad canalla acorde con el personaje protagonista, o la música y el baile en directo, que reivindican el erotismo de la pieza y el sexo (que no el amor) como impulso de su trama. En conjunto, se trata de un montaje feroz, poético, detallista, original, irónico, cambiante y efectista, que importa al escenario el concepto de road movie, grabando las andanzas de Don Juan Tenorio por Nápoles, Tarragona o Sevilla, satiriza con vídeos genéticos el sexo que impregna toda la obra, y se interpreta sólidamente por un reparto que se aprecia muy bien dirigido, y cuyas variados físicos le otorgan un tono universal; sobresalen Agus Ruiz, Manuela Vellés, Rebeca Sala, Eduardo Velasco y Emilio Gavira.


Hablamos con Darío Facal.


¿Crees que, si se escribiera hoy, se estrenaría una obra tan transgresora como lo fue El burlador de Sevilla en su momento, o somos más mojigatos y las productoras teatrales no se arriesgarían? Es una obra que por la cantidad de actores que implica, por el carácter poco comercial de su temática y por la complejidad de su puesta en escena, corresponde a un teatro público mantenerla sobre los escenarios españoles, ya que en las circunstancias actuales resultaría imposible de asumir para una productora privada.


¿Cómo describirías la versión de El Burlador de Sevilla que has construido? He intentado que fuese una road movie llena de acción, belleza, poesía y oscuridad.


¿Por qué crees que El Burlador de Sevilla es afín a tu imaginario? Es una obra llena de situaciones sugerentes y de unas calidades literarias y un verso especialmente hermoso. La obra ofrece la posibilidad de poner en escena momentos de una gran belleza plástica y es una obra intelectualmente muy inconformista y políticamente incorrecta, lo cual me interesa especialmente. Además, no podemos olvidar que se trata de una de las obras maestras de nuestro Siglo de Oro menos representada, y para mí es un gran privilegio que el Teatro Español me invitase a dirigir este montaje.



¿A ti te gusta provocar? No es que yo quiera provocar, es que considero que los grandes textos de nuestra cultura son grandes porque siguen siendo provocadores. Creo que si un texto ha dejado de ser provocador y ha dejado de conmocionarnos intelectualmente, entonces, seguir montándolo es un acto de arqueología o de entretenimiento. Considero que mi trabajo es intentar ser fiel a los textos que llevo al escenario. Quizá mucha gente piense que hago exactamente lo contrario, pero desde mi punto de vista no es así. Una parte del público y de la profesión confunde ser fiel al texto con ser fiel a la forma decimonónica en que el texto se ha llevado tradicionalmente a escena. Para mí, ser fiel con el texto es conservar su expresividad, su humor, su violencia intelectual y su vigencia, y para eso considero imprescindible encontrar un nuevo lenguaje con el que llevar esos textos al escenario, para que el público los pueda redescubrir.


Con esta obra nace el mito de Don Juan Tenorio. ¿Por qué nos gustan más los donjuanes, rebeldes con o sin causa, que su antítesis? Supongo que todos tenemos, en nuestro interior, más o menos reprimido, un inconformista. Y supongo que, por eso, nos identificamos con personajes que se enfrentan con el sistema y lo intentan cambiar. Toda la historia del teatro y de la literatura está llena de este tipo de personajes, que hacen prevalecer su subjetividad frente a las leyes objetivas del sistema. El caso de Don Juan resulta especial porque parece estar dispuesto a corromperlo y destruirlo todo. Don Juan es el transgresor de cualquier orden y cualquier estamento, es un personaje perturbador y demoníaco.


¿Qué crees que podemos aprender de esta obra en términos de feminismo? Para mí ha sido maravilloso descubrir cómo el texto me obligaba a no tomar una postura condescendiente al respecto. La primera intención siempre es protegerte de las críticas más inmediatas, condenando y criticando explícitamente a Don Juan y glorificando a las mujeres burladas. Esa parece ser la postura más adecuada y más feminista. Sin embargo, hacerle justicia al texto y a la figura femenina significa no potenciar ese punto de vista, sino dejar que sea el espectador quien tome su propia postura al respecto. Lo que me parece revolucionario es el hecho de que las mujeres que aparecen en la obra, actúan con libertad y son ellas las que se dejan corromper por Don Juan. Considero que, no adoptar una postura paternalista al respecto y aceptar que ellas están también libremente rompiendo las normas morales de su época, entregándose sexualmente a un hombre que las atrae, es el mayor alegato a la libertad e igualdad de la mujer que podemos hacer. Debo confesar que la condescendencia, en cualquiera de sus formas, siempre me resulta insultante. Y por eso, para mí, pensar la obra de esta forma me resulta más justo hacia la figura de la mujer, y menos condescendiente.


Hay sexo explícito en la obra. ¿Cómo se resuelven las escenas de sexo en el teatro? Indudablemente que las hay. De hecho, la obra comienza con una, para sorpresa de todo el que la lee exactamente así. Para mí, el sexo, igual que la violencia, resultan especialmente difíciles de representar sobre el escenario sin que resulten pueriles. Supongo que el objetivo es encontrar una metáfora que resulte lo suficientemente hermosa como para no resultar burda, y lo suficientemente expresiva como para resultar excitante.


¿Siguen existiendo prejuicios a la innovación teatral? Sin lugar a dudas, y lo más curioso es que el público sí que está abierto a un teatro diferente. Yo he tenido la suerte de comprobarlo a lo largo de los años con mi compañía, Metatarso. Después de hacer giras por toda España hemos comprobado que el público está abierto a que le planteen nuevas posibilidades escénicas y nuevas formas de expresión. A lo largo de los años hemos ido consiguiendo un público fiel y sobre todo hemos conseguido que el público joven encuentre apasionante el hecho de ir al teatro. Personalmente creo que el público espera que el teatro le plantee desafíos estéticos e intelectuales.


Entre tus últimas obras, adaptaciones de Las amistades peligrosas o El sueño de una noche de verano. Adaptas los clásicos dándoles una forma afín a códigos estéticos actuales. ¿Crees que la clave de una obra artística está en su forma y no en su contenido? No sé cual es la clave de una obra artística, no siento que mis certezas puedan generalizarse tanto, pero en mi obra necesito que ambas partes tengan la máxima vigencia. Para mí, lo que pueda tener de actual el discurso de El Burlador de Sevilla u otras obras clásicas, nunca podrá apreciarse y conmovernos en toda su dimensión si no encontramos una forma contemporánea que exprese dicho contenido. Por ejemplo, para mí el uso de los micrófonos sirve para poner el verso en primer término de la representación y para poder hacer un uso efectivo de la música que ha compuesto Álvaro Delgado. Los audiovisuales que ha diseñado Iván Mena Tinoco resultan muy efectivos para hacer un contrapunto irónico y añadir nuevas capas de lectura y nuevas consideraciones al texto.


El montaje del Español tiene pinta de caro. Se suele decir que se puede hacer teatro con cuatro duros, pero, ¿se trabaja mejor con presupesto? Sobre todo se trabaja bien cuando te rodea un equipo de profesionales como el que me ha acompañado en esta ocasión, y me refiero tanto a los actores, como al equipo artístico y a todo el personal del Teatro Español que ha hecho posible esta puesta en escena.


Fotos: Sergo Parra.


El Burlador de Sevilla. Teatro Español de Madrid.  Hasta el 29 de noviembre. www.teatroespanol.es