Aitor Etxebarria (Gernika, 1985) pasó de hacer giras como DJ de electrónica a componer bandas sonoras en el cine. Tras labrarse una brillante carrera y consolidarse como un genio en el panorama nacional, el vasco ha compuesto la banda sonora musical de la recientemente estrenada Karmele, dirigida por Asier Altuna. Una película que trata la historia real de Karmele y Txomin, dos músicos dedicados a la protesta contra el régimen franquista durante los años 40. Etxebarria habla con 'El Plural' sobre memoria histórica, nacionalismo y ka importancia del silencio.
P: Empezaste como DJ de música electrónica y ahora eres compositor sinfónico.
R: Después de estudiar solfeo decidí investigar en el concepto de música electrónica en softwares y hardwares. A los 20 empecé a hacer discos de electrónica y a verme envuelto en giras muy locas como DJ. Estuve en ello hasta los 30. Pero también estudié en la escuela de cine, y mi sueño siempre ha sido poder dedicarme a él. Ahora todos los conocimientos que tengo de electrónica me han dado muchas herramientas, no son mundos tan desligados.
P: ¿Te has encontrado muchos prejuicios en cada mundo sobre el otro?
R: En el resto de Europa, la electrónica ha estado más considerada, pero en España, si decías que te dedicabas a ello, tu trabajo se tomaba enserio. Cuando empecé a hacer películas, tuve momentos en los que no me gustaba comentar que venía de hacer electrónica por miedo a que manchara mi imagen. En España ese tipo de música siempre ha estado relacionada a la clase B, como si no fueran músicos. En ese mundo hay de todo, hay también investigación. Ritchie Sakamoto hacía electrónica y era Jesucristo.
P: Nos hemos quedado estancados en la generación de la Ruta del Bakalao.
R: Se mete todo en ese saco, pero dentro de la música electrónica se abarcan muchos espacios. Está la parte festiva, que es igual de lícita, y también puede utilizarse como composición o incluso aplicado al cine. Hoy en día cualquier cosa puede tener una base electrónica.
P: Has compuesto la banda sonora de Karmele, una película cuyo hilo conductor es la música. ¿Cómo ha sido?
R: Fue un proyecto muy especial desde el inicio, porque el director buscaba a alguien involucrado desde la preproducción, casi un año antes del rodaje, para crear piezas musicales que los actores y las orquestas pudieran interpretar. Supuso un trabajo de dos años en el que investigamos música de la época para mantener el rigor histórico y, al mismo tiempo, compusimos obras originales que se integraran de forma natural, para que el espectador no distinguiera lo que es nuevo y lo que pertenece al repertorio original. Verla estrenarse en el Festival de San Sebastián fue muy emocionante, porque pocas películas españolas dan tanto protagonismo a la música. Los actores aprendieron a tocar instrumentos y la música fue concebida como un personaje más de la historia.
P: Como dices eso es algo poco común, y menos cuando hablamos de un contexto de dictadura
R: El reto ha sido amoldar música hecha a día de hoy y que no resultara anacrónico. Ha sido un trabajo de investigación sobre qué géneros llegaban de Europa en aquellos años a la España franquista, como el jazz francés
P: Tienes familiares que fueron testigos del bombardeo de Gernika por los franquistas. Entiendo que tienes un lazo particular con este contexto.
R: Soy de Guernika, y mi abuela y mi bisabuela estaban en el pueblo aquel día y vieron pasar los aviones y el fuego, aunque por suerte no se encontraban en el mercado, donde murió tanta gente. Me repercute pero no de una nacionalista, más bien me interesa la identidad como algo cultural y humano, no político. Me siento cercano al legado cultural, pero especialmente nacionalista. Compuse Gernilka 85 y también he hecho mucho trabajo de investigación con mi madre, que bailaba en un grupo de folklore vasco, pero no creo que sea el momento para darle al nacionalismo demasiada fuerza. Hay una línea muy fina entre identidad y nacionalismo, y el nacionalismo ha llevado a los grandes errores de la humanidad, que son las guerras.
P: Decías hace poco que en la película la banda sonora se usa como protesta. ¿La música puede ser un arma ideológica?
R: La música es una de las artes más directas. No te hace falta ni pensar, su impacto es instantáneo. Puede ser un arma de doble filo, pero por lo general es una herramienta muy objetiva y una manera muy potente de evidenciar lo que un pueblo ha creado.
'Karmele' no es otra película más sobre la Guerra Civil
P: ¿Cómo ha sido formar parte de Karmele cuando la Memoria Histórica con el franquismo sigue siendo cuestión de debate?
R: Es una película que cierto público va a rechazar, porque pensarán ‘ya están los rojos’ desde una narrativa muy simplista. Pero es algo muy importante y sería un error perder el valor de la historia. La familia de Txomin, uno de los protagonistas, todavía está exigiendo que se confirme que fue una víctima del franquismo y que no murió porque sí. Poner nombres y apellidos a los asesinados reales por el régimen, hace que la gente puede empatizar mejor con lo que ocurrió. Se lo que el espectador puede pensar, pero no creo que esta sea otra película más sobre la Guerra Civil.
P: Durante tu carrera musical has reivindicado el “culto al silencio”, como en tu álbum, Nihilism Part 1.
R: Siempre me ha interesado estar presente en la mezcla de sonido, algo que no todos los músicos hacen, porque considero fundamental decidir junto al director qué lugar debe ocupar la música: cuándo debe subir, bajar o desaparecer por completo. Me fascina el valor del silencio tanto como el de una nota o un acorde. Elegir no poner música es también una decisión creativa. En esta vida que va tan rápida, que un disco tenga un momento de silencio para reflexionar sobre lo que has escuchado, es muy importante.En mis trabajos, busco esos espacios de pausa y resonancia. En la película, por ejemplo, hay pasajes llenos de energía musical seguidos de largos momentos sin sonido, porque el silencio también comunica. Esta búsqueda viene de mi admiración por artistas como Oteiza o Chillida, que exploraban el vacío como elemento expresivo. El equilibrio entre llenar y vaciar es esencial; sin silencio, la música perdería su significado.
P: ¿Cuál es la mejor cualidad de un compositor?
R: Creo que para un músico la curiosidad es esencial, especialmente cuando se trata de componer para una película. A veces me preguntan si me gustaría que existiera una “marca” reconocible en mis bandas sonoras, pero sinceramente pienso que eso iría en contra del propio espíritu del cine. Prefiero que la música esté completamente al servicio de la historia, incluso si eso significa que nadie pueda identificarla como “una banda sonora de Aitor”. Si alguien oye la música de Karmele dice que no se parece a nada de lo que haya hecho antes, lo considero un elogio, porque significa que me he adaptado a las necesidades de la película. Evidentemente hay elementos que me atraen, pero no busco imponer un estilo. Cada proyecto requiere su propio lenguaje, y mi trabajo consiste en escuchar, entender y crear desde ahí, sin intentar dejar una huella personal por encima de la historia que se cuenta.
P: ¿Le encuentras ventajas a las bandas sonoras con respecto a los circuitos musicales?
R: De vez en cuando me apetece hacer algún proyecto más libre, ligado al arte en general, pero lo cierto es que me siento muy cómodo trabajando en el cine. Me encanta formar parte de un equipo y compartir la creación con otras personas. Además, que un director o una productora piense en mí específicamente para una película resulta muy gratificante; es una forma de validar el trabajo y de sentir que lo que haces conecta con los demás. En el cine hay algo más objetivo que en otros ámbitos musicales, donde a veces todo depende de las modas, los festivales o que seas guapo y joven. Aquí lo importante es que alguien confíe en ti porque cree que puedes aportar la música necesaria. La manera en la que te contratan es bastante objetiva, y en el arte a veces no hay muchos espacios así.
P: Quizás el cine se haya mantenido más impermeable al marketing de la industria.
R: Aunque los actores sean la cara más visible de una película, la música tiene un valor esencial que a veces pasa desapercibido. En mi experiencia, en el cine el trabajo del músico se reconoce de una forma más honesta. Cuando haces bien tu labor, se genera un boca a boca real. Aquí la música realmente importa, algo que no siempre ocurre en otros ámbitos de la industria musical, donde a menudo pesa más la imagen, el marketing o lo que está de moda. En el cine cuenta más la calidad y la conexión con la historia.
P: ¿Tienes nuevos proyectos?
R: Ahora mismo no tengo previsto sacar un disco, aunque siempre lo tengo en mente. El problema es que no quiero hacerlo sin un concepto claro. No se qué nombre ponerle. No quiero publicar algo solo por hacerlo. Me gustaría que el disco tuviera un sentido, un hilo, y que además llegue a la gente, que se hable de él, que se entienda lo que hay detrás, aunque los proyectos de cine me ocupan casi toda la energía. Aun así, tengo varias composiciones guardadas que me gustaría publicar, pero siempre me debato en hacer un disco más conceptual o simplemente reunir un conjunto de piezas que ya tengo.
P: ¿Te es complicado decidir?
R: Por un lado, me atrae la idea de un disco con un concepto sólido, algo que pueda explicar y defender, incluso llevarlo al directo con una propuesta especial, quizás con orquesta o algo más escénico. Por otro, me gusta la libertad de publicar una colección de canciones sin tanto planteamiento, solo porque me apetece y ya está. Poner un puñado de temas que tengo guardados con un untitled y ya está. Ya veremos.
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