Hace unas semanas hablábamos de American Assassin en relación a cómo desde su condición de cine basura, de consumo rápido y sin apenas ambiciones, manejaba unos ciertos imaginarios políticos, ideológicos y sociales con una gravedad y una soltura que es complicado de encontrar en gran parte del cine comercial actual. Con El extranjero, dirigida por Martin Campbell, encontramos algo similar si bien en este caso estamos ante una película más particular, con gran parte de su producción procedente de China acorde con su estrella protagonista, Jackie Chan, también productor de la película, la cual tiene reclamos dirigidos tanto a un público occidental como oriental, incluso cuando estamos ante un Chan que, a pesar de un par de set pieces de luchas, se presenta muy sombrío, representando tanto a su papel como a su condición de héroe de acción.

En El extranjero interpreta a Quan, un propietario vietnamita de un restaurante en Londres cuya hija muere en un atentado perpetrado por un grupo reorganizado del IRA, y de quien poco a poco iremos averiguando más elementos de su pasado marcado por la violencia. Por su parte, Pierce Brosnan da vida a Liam Hennessy, primer ministro norirlandés, ex miembro del IRA y ahora político asentado en los privilegios de su cargo, un personaje que se desdobla entre lo que representa y lo que ha podido ser el actor en el pasado, ahora en la madurez; no casualmente Campbell dirigió una de sus encarnaciones de James Bond, Goldneye. A partir del atentado, Chan primero pide responsabilidades a las autoridades inglesas para saber quiénes han matado a su hija; después, acudirá a Hennessy convencido que, debido a su pasado terrorista y a pesar de que todo apunta a lo contrario,  todavía tiene contactos con el grupo y, por tanto, sabe quiénes son los asesinos. Al no lograr contestación, emprenderá un acoso a Hennessy basado en trasladar la violencia a su vida.

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Basada en la novela de Stephen Leather, cuya adaptación ha llevado a cabo David Marconi, El extranjero, como en la base literaria, despierta la figura del IRA, alejada de escenarios cinematográficos salvo casi ya a modo de recuento histórico, lo cual no deja de ser llamativo en tiempos de otros terrorismos, de otros miedos. Sin embargo, y aunque la película plantea al final algunas cuestiones en relación con Hennessy verdaderamente arriesgadas, tiene el objeto concreto tratado más como excusa para desarrollar una historia más general, también más abstracta, sobre la violencia. Si Hennessy recurre a ella para conseguir asentar más su poder político, dado que es más fructífero para él la violencia que la paz a pesar de su discurso, Quan, movido por la venganza, hará lo propio para acabar con quienes le han arrebatado a la única persona que le quedaba como familia; un suceso que, por otro lado, despierta antiguos fantasmas de su pasado con los que ha tenido que convivir bajo un fuerte sentido de culpa. Así, ambos personajes se introducen en una escalada de violencia que Campbell trata con cierta distancia, con un estilo sombrío que rehúye todo halo de espectacularidad para mostrarlas de manera frontal, casi con sordina, dejando claro que apenas le interesa su impacto en la pantalla como aquello que las provoca.

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Lo anterior nos sitúa frente a una película muy poco condescendiente que se abre con un atentado terrorista que, como decíamos con American Assassin, nos sitúa en unos miedos actuales extendidos, en esta ocasión firmado por el IRA. Un detonante para ir hilvanando una historia de venganza que tiene el gran defecto de crear diferentes subtramas tanto personales como políticas que no acaban de estar del todo bien resueltas, ni de manera independiente ni en relación con el conjunto, creando en ocasiones un ritmo algo moroso. Consiguen, eso sí, aportar una seriedad más amplía a una película que a simple vista parece un producto de acción simple pero que se mueve por terrenos muy peliagudos a la hora de afrontar decisiones personales y/o políticas, las cuales se exponen con crudeza, con un claro posicionamiento, pero sin seguir a Quan como ese justiciero al que el espectador debe entender en sus actos. La figura del propio Chan resulta decadente, agotada, como su personaje, quien despojado de todo recurre a la violencia, lo único que ha conocido en su vida como forma de resolver los problemas cuando no encuentra la solución en quienes debería. En este sentido, El extranjero es dura en su mirada a los personajes y conforma un territorio cinematográfico abonado a una violencia instaurada en todos los niveles; particularmente llamativa es la resolución final con los terroristas, donde de manera abierta se muestran torturas y ejecuciones por parte de la policía británica en unas imágenes que, en otros contextos fílmicos en la actualidad, parecen complicado esperar que aparezcan.

Aunque, como decíamos, El extranjero adolece de muchos problemas narrativos en su conjunción de elementos, se presenta como una thriller de acción muy por encima de la media, con una mirada al género basada en un trabajo formal que hace lo funcional elegante, gracias a esa mirada directa por parte de Campbell sin manierismos visuales, asentándose en una atmósfera turbia y sombría para trazar esa visión sobre la violencia que puede ser entendida en una forma mucho más amplia que la que vemos en pantalla.