Más allá de la moda surgida alrededor de festivales de cine y de cierta cinefilia a comienzos de la década de los 2000 alrededor del llamado ‘nuevo cine rumano’, lo cierto es que se trata de una de las cinematografías europeas más interesantes de los últimos años, y que, aunque con altibajos, ha ido conformando un bloque de cineastas y películas tan afines en algunos aspectos como dispares en tantos otros. A pesar de una cierta sensación, en general, de repetición, no se puede negar al cine rumano de estas últimas dos décadas su gran relevancia. La muerte del señor Lazarescu, de 2005, segundo largometraje de Cristi Puiu, director de Sieranevavda, puede verse de alguna manera como una de las obras claves de dicho cine, a pesar de que sus siguientes películas, Aurora, un asesino muy común (2010) y Trois exercices d’inteprétation (2013), apenas tuvieron resonancia alguna.

Es posible que muchos espectadores, a la hora de tomar la decisión de ver una película rumana tengan muchas dudas, máxime, hablando ya de Sieranevada, cuando se deben enfrentar a un metraje de casi tres horas. En gran medida, el aplauso de ese ‘nuevo cine rumano’ vino acompañado, a su vez, de una premeditada intelectualización de dicho cine, cuando, en general, la gran mayoría de sus películas son totalmente accesibles a cualquier tipo de público. Exigentes desde un punto de vista formal y argumental, duras en algunos planteamientos, pero para nada obras inaccesibles, como en ocasiones parece venderse un cine complejo pero no complicado.

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Sieranevada nos plantea una reunión familiar un mes después, aproximadamente, de la muerte del patriarca. La película comienza con Lary (Mimi Branescu), hijo del difunto, dejando a su hija al cuidado de la madre de su esposa, con quien se encamina hacia la reunión. Durante el trayecto, la cámara se sitúa detrás de ambos en el coche y recrea varias conversaciones que marcan ya el tono, entre cómico y dramático, así como el posicionamiento de la cámara y, por tanto, de la mirada de Puiu: tan cercana como distante a los personajes, busca crear un naturalismo cinematográfico sin forzar, esto es, dejando que sean las figuras humanas y su relación entre sí así como, sobre todo en la casa, con el espacio, los que vayan transmitiendo ese naturalismo.

Cuando la acción se sitúa en la casa que, salvo una salida al exterior llegado al final, ocupa prácticamente toda la película, Puiu se mueve entre las diferentes habitaciones, en muchas ocasiones situando la cámara en pasillos que recogen varios espacios, moviéndose de un lugar  a otro, rompiendo el espacio constreñido de la casa a la par que usándolo para ir creando una situación cada vez más enrarecida, en determinados momentos claustrofóbica. Aunque aparentemente sencillo, el trabajo formal de Puiu resulta soberbio en tanto a que la cámara no se sitúa de forma simple para recoger las largas conversaciones de los personajes, sino que su posición tiene una estrecha relación con el tono empleado en cada momento. Las diferentes conversaciones van definiendo a cada personaje, así como su posición dentro del encuadre, esto es, dentro de la casa, creándose un microcosmo a través de la familia en el que cada personaje parece tener un lugar determinado.

Mediante esos diálogos o discusiones, de manera tan sutil como explícita, los personajes hablan del pasado y del presente de Rumania, de política, de la sociedad, del lugar que cada uno de ellos ocupa, tanto por edad como por género, mostrando, alrededor de todo ello, posicionamientos ideológicos cercanos y distantes así como diferencias generacionales a la hora, por ejemplo, de abordar el pasado reciente del comunismo. De esta manera, Puiu revela muchos elementos de interés con respecto a la sociedad rumana que, aunque en tiempo presente hablen del pasado, en realidad, parecen mirar en todo momento a un futuro incierto. Una revelación final alrededor de un personaje, que aparece tarde en acción, conduce  a Sieranevada, tras todo lo visto con anterioridad en la película, hacia un cuestionamiento de la construcción de la ficción y de la narración de una manera magistral que provoca que la película, una vez más, de un giro a pesar de no variar en su planteamiento.

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Es posible que Sieranevada resulte exigente, que se sienta incluso con solidez según vaya avanzando gracias a que Puiu logra que el espectador se relacione directamente con la cámara y, por tanto, con su mirada, que va más allá de lo meramente observacional para posicionarse en el lugar concreto dentro del espacio y frente a los personajes. Usa el tiempo narrativo con una precisión absoluta para hacer que todo avance con la idea de estar ante una narración en tiempo real, que poco importa que sea así o no, porque lo que realmente surge con ese intento es cómo, en la realidad, en nuestras vidas, todos interpretamos de alguna manera un papel, en ocasiones creado, en otras impuestos, en las menos elegido, pero que, en cualquier caso, representamos en una ficción que Puiu pone en escena para hablar no solo de la sociedad rumana, también de muchos temas que nos atañen a todos.