En el noroeste de España, donde el Atlántico abraza con fuerza las costas de Galicia, se esconde un rincón paradisíaco que parece detenido en el tiempo. Frente a Pontevedra, dentro del Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas, las Islas Cíes emergen como un susurro de otro tiempo, cuando el ser humano aún caminaba despacio, en silencio y atento a la belleza de lo simple. Allí, el azul turquesa del océano se mezcla con playas de arena blanca y bosques que acarician el cielo, en un paisaje que bien podría confundirse con el mismísimo Caribe… pero está en España. Un auténtico sueño atlántico hecho realidad. Monteagudo, Faro y San Martiño, las tres hermanas que forman el archipiélago, no solo ofrecen vistas espectaculares, sino que regalan una experiencia sensorial, emocional y espiritual.

Un viaje al corazón del Atlántico

El recorrido comienza en el puerto de Vigo, donde el catamarán parte sorteando las bateas que flotan como alfombras sobre la ría. El trayecto ya es en sí una promesa, protagonizado por la brisa salada, las gaviotas que escoltan la embarcación y esa paz que se disfruta en soledad o en compañía de familiares y amigos.

Al llegar, la playa de Rodas se presenta como una postal irreal, donde deslumbra una arena tan blanca como la nieve, aguas tan frías como cristalinas y un entorno donde el verde de los pinos se funde con el azul profundo del mar. No es casualidad que haya sido reconocida como una de las mejores playas del mundo, pero además Rodas cautiva por su pureza y por esa calma que parece venir desde lo más profundo del océano.

Justo detrás de la playa, el Lago dos Nenos —una laguna de agua salada— recuerda que la biodiversidad aquí no es un concepto abstracto, sino que se ve, se oye y se respira. A cada paso, la naturaleza se manifiesta con una fuerza tranquila pero poderosa.

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Las Islas Cíes, joya del Atlántico gallego donde playas, bosques y leyendas se unen en un entorno de naturaleza protegida

Senderos que esconden páginas de historia

Aunque el cuerpo pida toalla y descanso, otra de las grandes esencias de las Cíes se descubre caminando. Desde la caseta de información de Monteagudo parten cuatro rutas autorizadas, cada una con su carácter y encanto. La más popular —y también la más exigente— es la que asciende hasta el Monte Faro.

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El faro de Cíes, punto más alto del archipiélago, con vistas panorámicas al Atlántico

El sendero, de siete kilómetros, serpentea entre tojos, jaras y retamas. El aire huele a sal, pero también a tierra viva y vegetación resistente. Se atraviesan bosques de pinos y eucaliptos, se abren claros que permiten vistas fugaces del océano y, poco a poco, se llega a A Pedra da Campá, una roca horadada por el viento que parece obra de un escultor invisible.

Más adelante, el Observatorio de Aves ofrece un espectáculo único con cientos de gaviotas patiamarillas y cormoranes moñudos revoloteando sobre los acantilados. Finalmente, tras un gran esfuerzo en zigzag, se llega a el faro, desde donde el mundo parece más grande y uno, más pequeño.

Un paraíso que educa y transforma

Todo el Parque Natural donde se encuentran las Islas Cíes nos recuerda que somos parte de un ecosistema frágil que necesita ser cuidado y respetado. Su alto nivel de protección, gestionado por la Xunta de Galicia, limita las visitas, exige autorizaciones previas y prohíbe prácticas invasivas. Y eso no debería verse como una incomodidad, sino como una oportunidad de conectar con la naturaleza de manera consciente.

Aquí no hay coches, ni chiringuitos con música alta, ni masificaciones. Hay viento, hay pájaros, hay caminos de tierra y mar, hay vida en estado puro. Y eso, en estos tiempos, es más valioso que nunca.

Leyendas que resuenan en el profundo océano

Además de estas espectaculares historias que logran que la esencia de las Cíes nunca desaparezca, inquietantes leyendas se esconden entre las olas y mueren en la orilla, haciendo que la experiencia esté cargada de misterio y adrenalina.

Se dice que en sus profundidades marinas aún duerme el oro de algún galeón español que regresaba de América y no logró evitar el naufragio. Pero los verdaderos tesoros no están bajo el agua, sino en lo que el tiempo ha dejado en tierra firme. Ruinas de una antigua fábrica de salazón, vestigios romanos, restos del monasterio de San Martiño o del convento de Santo Estevo —hoy convertido en Centro de Interpretación— nos hablan de monjes, marineros, piratas y pobladores castreños que encontraron aquí un hogar, un refugio o simplemente un misterio que explorar.

Las islas de los dioses que dominan la noche

Cuando cae la tarde y la mayoría de los visitantes regresan al continente, las Cíes se quedan en silencio. Solo algunos se quedan en el único camping autorizado, una opción ideal para quienes quieren vivir la isla más allá del horario turístico.

Las noches aquí son mágicas. Las islas son Destino Starlight, lo que significa que el cielo nocturno es limpio, sin contaminación lumínica. Basta tumbarse en la arena o subir a una pequeña loma para mirar hacia arriba y entender por qué los romanos las llamaron “islas de los dioses”.

La isla de Ons, la hermana con un alma rural

Aunque las Cíes son la joya más visitada del Parque Nacional, la isla de Ons tiene una belleza diferente, más rural, más humana. A Ons se llega también en barco, y allí aún vive una pequeña comunidad que mantiene vivas las costumbres isleñas. En la aldea de O Curro, las casas de piedra, la capilla de San Xaquín y las barcas de pesca atracadas dan la bienvenida con una mezcla de humildad y orgullo.

La isla de Ons, en las Rías Baixas de Galicia, forma parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas. (Foto: Diputación de Pontevedra)
La isla de Ons, en las Rías Baixas de Galicia, forma parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas. (Foto: Diputación de Pontevedra)

Ons es perfecta para bajar a pequeñas calas donde es fácil estar completamente solo o aventurarse a conocer el enigmático Buraco do Inferno, una inquietante fosa sobre la que circulan leyendas de almas en pena y sonidos extraños.

Y, por supuesto, aquí el pulpo a la gallega tiene sabor a hogar. Un almuerzo frente al mar, con la brisa del Atlántico y un vino blanco gallego bien frío, convierte la experiencia en algo inolvidable.

El auténtico sabor del pulpo a la gallega
El auténtico sabor del pulpo a la gallega

 

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