Los que peinamos canas tenemos cierta ventaja temporal, de modo que podemos comparar épocas y situaciones; lo que nos ayuda a vivir el presente con un cierto desapego. En 1994 me conecté por primera vez a Internet y me sobrecogieron sus posibilidades. En aquel momento era revolucionario que un compañero profesor de Buenos Aires te hiciera llegar la tesina que había que corregir en tiempo real y a las pocas horas se la devolvías terminada. Por Dios, qué invento era el correo electrónico. En 1995 contraté los servicios de Arrakis a 10.000 pesetas y ya fue una pasada tener Infovía y dejar a todo el mundo sin teléfono en casa porque estabas trabajando, conectado a la Red de Redes. Entonces, Bill Gates lanzó al mundo su Windows 95; la repanocha. Ya nada fue igual.

Y se dijo que el mundo iba a cambiar de pies a cabeza, que en poco tiempo surgirían nuevos nichos laborales y desaparecerían muchos otros. Que nos preparásemos a cambios desconocidos hasta ahora. Las nuevas empresas tecnológicas se lanzaron a invertir millones en portales, convencidos de que todo el mundo se pasaría con armas y bagajes a sus servicios. La locura llegó en el año 2000, cuando los teléfonos móviles empezaron a asomar la patita para cambiarlo todo. En España; Terra, la filial de Telefónica, se fue a Nueva York y compró Lycos por 9.768 millones de euros. 4 años después se revendió por 28, y nadie dimitió. Eran los tiempos en que a Aznar le gustaba tirar la casa por la ventana, sin despeinarse. Era también el momento en que Feijóo navegaba con su amigo Marcial Dorado. Años después dijo que no sabía a qué se dedicaba pese a las decenas de noticias sobre sus oscuros negocios: “Antes no había internet ni Google”, dijo, poniendo la misma cara de póker que su maestro.

Ahora leo que las tecnológicas, no tan nuevas ya, pues Google tiene 26 años y Facebook 30, también están gastando lo indecible para posicionar sus servicios de Inteligencia Artificial, que ahora podemos disfrutar a precio ridículo, hasta que se asiente y convierta en un elemento esencial para la vida de los ciudadanos. Eso no ocurrirá pronto, estén tranquilos. Faltan años, como ocurrió con la irrupción de internet, que sólo despegó realmente cuando llegaron los servicios de movilidad, que verdaderamente nos han cambiado la vida.

¿Cuál es el equivalente con la Inteligencia Artificial? Todavía está por ver y los expertos están dando muchos palos de ciego buscando la ventana a la que asomarse. Y, mientras tanto, el verdadero enemigo de todos sigue avanzando lentamente, ganando ventaja: el algoritmo.

Sí, el algoritmo; no el que maneja la IA, que es amable y tranquilo; me refiero al que determina nuestras búsquedas en Google o las noticias que leemos en Redes Sociales, o los productos que nos apetece comprar. Ese lo hace con impunidad plena, porque nos conoce bien, sabe hasta lo que vamos a votar en las próximas elecciones, aunque todavía no lo hayamos decidido, porque es él el que nos pone en contacto con esos amigos y nos permite compartir fotos. El algoritmo oscuro, incontrolable, es el que debemos temer. Es el que está convirtiendo a muchos adolescentes en zombies de las pantallas, puesto que esa aparición continua de videos de impacto genera una ansiedad y una dependencia de la que no nos damos cuenta.

Superamos aquella etapa de la arroba punto com dominante a finales del siglo pasado y superaremos ésta, siempre que entendamos que la vida sigue siendo de carne y hueso. Esta mañana, una amiga me ha llamado para preguntarme si estaba bien, que me había mandado un whatsapp hace 2 horas y no le había respondido. Maldito algoritmo.