El mismo día que Donald Trump es elegido por los norteamericanos como nuevo presidente es el que me ha tocado leer con cierto detenimiento la Ponencia Marco que el PSOE presenta a su 41 Congreso, a celebrar próximamente en Sevilla. Dicen los socialistas (página 61, punto 318) que “el primero de esos desafíos es frenar el avance de los valores autocráticos y la internacional ultra”...“España no ha sido ajena a este proceso. El PP ha terminado adoptando las ideas y el discurso de Vox”...”Ahora, el frente ultra podría verse reforzado por la aparición de Se Acabó la Fiesta, un movimiento libertario y anti-sistema que rechaza las reglas y consensos más fundamentales de nuestra sociedad, como el respeto a la ley, la igualdad de todas las personas, o el valor de la ciencia”.
Trump y el PSOE, cada cual representa una forma de entender la realidad; en eso estaremos de acuerdo. Dos visiones de un futuro que viene cargado de incertidumbres y que nos llena de un sentimiento de ansiedad e inseguridad que no contribuye precisamente a la estabilidad política y social. Y eso es precisamente lo que buscan los que se basan en el negacionismo y la desinformación, con lo que consiguen sus objetivos de desacreditar al Estado y sembrar la duda constante.
La batalla, pues, está servida, y no solo en España. Los gobiernos elegidos democráticamente son constantemente desautorizados a partir de discursos basados en un terraplanismo barato pero muy eficaz, que cala en una población descontenta y carente de referencias, con el aval de medios de comunicación a la búsqueda de rentabilidad económica y política.
Trump puede ser considerado el líder de esa “internacional ultra”, pues sus métodos y sus discursos recuerdan lo que dijo la filósofa Hannah Arendt: “En el lado receptor, no sólo recibes una mentira – una mentira que podrías seguir repitiendo el resto de tus días – sino una gran cantidad de mentiras, dependiendo de cómo sople el viento político. Y un pueblo que ya no puede creer en nada, no puede decidirse. Está privado no sólo de su capacidad de actuar, sino también de su capacidad de pensar y de juzgar. Y con un pueblo así puedes hacer lo que quieras”.
Es el fin del espíritu de la Ilustración, ese pensamiento racional que, precisamente, permitió la creación de los Estados Unidos de América y abrió paso a la Revolución Francesa. La base ideológica de nuestra sociedad, sobre la que nos educamos y hemos crecido, está en duda. Ahora mandan otros objetivos, como demuestra la victoria de Trump. No nos han cambiado las respuestas, sino las preguntas y eso, a lo largo de la historia, ha supuesto siempre convulsión y violencia.
Hay estudiosos que unen esta nueva ideología, basada en el pensamiento mágico, a una internacionalización económica que, a la postre, supondrá un modelo distinto de redistribución de la riqueza, que no tiene por qué estar precisamente basado en la equidad y la justicia. Al final, siempre ganan los mismos.
En España, el Partido Popular ha entrado en una dinámica que ya no puede controlar. Esa visión de no admitir que la política se basa en la confrontación leal puede costarle caro. Los acontecimientos de Valencia van a poner a cada cual en su sitio y aquí el pensamiento mágico no va a poder ocultar la ineptitud de quienes no han estado a la altura.
Espero también que los socialistas entiendan en su 41 Congreso de Sevilla que no bastan documentos y actos sociales más o menos floridos para cambiar la realidad. Es hora de ofrecer respuestas a los ciudadanos que les permitan tener puntos de referencia ante este reino de la relatividad y el posibilismo.