Hay quienes hasta para celebrar una fiesta de todos, como es la Hispanidad, con todos sus claroscuros, necesitan romper los consensos y montar un cristo. Esta pasada semana, en lo que pretendía ser un encuentro de Vox para celebrar la Hispanidad en Madrid, a su grandilocuente y un tanto carnavalesca manera, un grupo musical perfectamente olvidable, Meconios e Infovlogger, animaron a los correligionarios de Santiago Abascal con una letra que decía “vamos a volver al 36”. Una letra sencillamente repugnante, que ataca a partidos y dirigentes políticos, grupos como los LGTBQ+, feministas, e inclusos frivolizan con violaciones grupales que, por supuesto, son para ellos siempre responsabilidad de los inmigrantes. Una letra y una canción que además de plagiar acordes de otra, es sencillamente constitutiva de delitos de incitación al odio, por lo que se ha pedido que la Fiscalía General del Estado actúe de oficio. Lo más sorprendente es que por edad, los intérpretes de tamaña insensatez punible, deberían saber, aunque sólo sea por las asignaturas de historia que evidentemente se han saltado, lo que sucedió en 1936: un golpe de estado militar contra el gobierno legítimo de la República española que causó muerte y destrucción, exilio, dictadura y aislamiento durante décadas en nuestro país.  Sucede con el día de la Hispanidad lo que con otra serie de conmemoraciones y símbolos identitarios en España: el daño secular, la apropiación y desvirtuamiento que han hecho de ellos los sectores más conservadores y reaccionarios de nuestro país nos ha hecho a todos caer en la trampa de creer que la bandera, la lengua o nuestra cultura les pertenecen a ellos y no a todos.

Por mucho que les pese a uno y otro de los sectores más montaraces de la derechona patria, con la bandera de fondo, apropiándose una vez más de ella, y animándonos a sentirnos orgullosos, los símbolos del país lo hemos conquistado en democracia y nos pertenecen a todos. Una de las trampas de los sectores más reaccionarios de este país, me reitero, es hacernos creer que la bandera y la Hispanidad son suyos, y conseguir que muchos lo interioricen, confundiendo la bandera constitucional con la dictatorial del aguilucho, y el día de la Hispanidad-una celebración de la lengua y la cultura hispanohablante en el mundo que viene de la transición y los primeros y democráticos ochenta, cimentada en ideas previas de intelectuales como Unamuno o Juana de Ibarbouru, entre otros-, con la afortunadamente desaparecida y fascista fiesta del “Día de la Raza”, o el “Desfile de la Victoria”. Pese a quien  pese,  aunque sea verdad que a río revuelto sea ganancia de burdos pescadores, el 12 de octubre es una Fiesta de lo Hispano. Fiesta de la Hispanidad que va más allá de débiles entelequias identitarias, de confrontaciones interesadas, o de apropiaciones de símbolos por parte de unos u otros. Para los que estamos por la cohesión y la cultura, en su sentido más vertebrador y amplio, esta fecha significa sobre todo la celebración de esa madre común de la lengua española, nutricia, riquísima, múltiple y generosa, una manera de ser y entender el mundo. Allá los que quieran reducirse a espacios acotados, físicos o intelectuales, porque de ellos será el reino del terruño de su cuadrícula. Sé que es recurrente pero el maravilloso poema de Luis Cernuda, “La Lengua”, tras pasar del exilio de Londres, doblemente exilio por patria e idioma, al exilio mexicano y el reencuentro con su lengua es muy ilustrador en este sentido: “La lengua que hablaron nuestras gentes antes de nacer nosotros de ellos, ésa de que nos servimos para conocer el mundo y tomar posesión de las cosas por medio de sus nombres, importante como es en la vida de todo ser humano, aún lo es más en la del poeta. Porque la lengua del poeta no sólo es materia de su trabajo, sino condición misma de su existencia”. Esta es la manera en la que Cernuda equipara la patria a la lengua, y que vale tanto a poetas como a prosaicos transeúntes. Esta es la identidad que debemos reclamar como nuestra, en tiempos de aldeas globales en los que los vericuetos independentistas serán todo lo legítimos que las leyes y la Constitución permitan, pero sin histerias de eslóganes como las de “España se rompe”, tan traída y tan llevada como una cadena perpetua. La hispanidad se construyó entre todos: andaluces, catalanes, gallegos, vascos, madrileños, extremeños, etc, con sus luces y sombras, y hoy es un fenómeno imparable en espacios impensados como en los EEUU. Por esta razón, inconscientes en su mayoría-la ignorancia es el más osado de todos los defectos-, muchos atacan símbolos como la Bandera sin darse cuenta de que se atacan a sí mismos. Desconocen que, el sistema de garantías democráticas y de libertades que ellos incendian, es el que les permite disentir de ellos y ejercer sus libertades. Tanto es así que, nuestra bandera de hoy es la misma de los Ilustrados y Carlos III, los que trajeron la Enciclopedia a nuestra historia, la misma que quemaron los que estaban contra “La Pepa”, la Constitución de 1812 en Cádiz, la que permitió cerrar heridas en la transición con la ayuda de todos en el 78, la misma que todos los españoles conformamos y nos representa en un mundo de muchos millones de hispanoparlantes.

Mientras algunos no es que quieran volver al 36, sino que siguen allí, con sus miradas de odio contra sus propios hermanos, y sé, desgraciadamente de lo que hablo, otros dan lustre a nuestra lengua y cultura. Fiesta que nos lleva a esa otra orilla de la lengua en el tiempo de Cervantes, Santa Teresa, Sor Juana Inés, Góngora, Lope de Vega, Juan Ramón Jiménez, los Machado, Lorca, y un larguísimo etcétera. Maestros del idioma y nuestra cultura, que ensancharon la patria con el talento y nuestra lengua. Es como para estar orgullosos. Es como para celebrarlo gozosamente, muy lejos del corolario burdo y zafio de los que cantan basura humana y lingüística, afirmaciones que los retratan como descerebrados, sin altura ni respeto por el estado, sus instituciones y sus símbolos .