El algoritmo tiene la culpa, se oye decir con frecuencia a la hora de analizar la creciente crispación política y la consiguiente polarización social que se ven fomentadas por las redes sociales. Es cierto que los algoritmos de Facebook, Twitter e Instagram nos sobrealimentan con los temas que más nos han interesado y nos atrincheran en nuestras convicciones políticas y religiosas, alejándonos de la realidad que es siempre plural y abierta.

La economía de la atención que practican las operadoras de telecomunicaciones contribuye a robarnos la mayor parte de nuestro tiempo libre, aumentando la dependencia de las pantallas de nuestros dispositivos móviles: teléfono, tableta o reloj inteligente; y de los fijos: ordenador y televisor. Pero no todo está fatalmente determinado, somos libres y autónomos y debemos utilizar la tecnología con moderación y responsabilidad, como ocurre con el alcohol y los juegos de azar, por ejemplo.

En un tiempo como el presente en el que los gurús y los coach se han multiplicado de manera exponencial y nos acosan con sus mantras, los últimos son gamificación y viralización, para que mejoremos la marca personal y lleguemos a la óptima monetización de nuestro talento, hay que plantarse y decir basta a tanta memez y a tantos memes estúpidos.

Hay que dejar de entrar al trapo de las tonterías fabricadas en la trastienda de los políticos y las políticas bocazas. Trump creó escuela y ya tiene discípulos aventajados en todos los países, en España la nómina es abundante y no voy a señalar para no hacerles publicidad gratuita.

Las memeces de los más radicales del espectro ideológico son aireadas en las redes por los que no piensan como ellos en un porcentaje que ronda entre el 45% y el 55%. Las  reacciones de los adversarios estimulan a los fanáticos e integristas y el ruido aumenta hasta llegar a la bronca más absoluta.

El viejo y sabio refrán “a palabras necias, oídos sordos” es la mejor receta para distensionar el enrarecido ambiente que desde el Parlamento hasta la última barra de bar se respira en las conversaciones sobre los problemas sociales, económicos y políticos que nos afectan.

Los medios de comunicación tienen buena parte de culpa del problema que nos ocupa al repetir hasta la saciedad la burrada o la tontería del día. La redundancia de los contenidos informativos de las emisoras de radio y televisión a lo largo de un día cualquiera es brutal. Los mensajes más sensatos son ignorados o tratados a toda prisa, mientras las tertulias se entretienen sin límite de tiempo en las insensateces más idiotas.

La mesura y los buenos modales lo tienen muy difícil frente a la ofensiva de los negacionistas de todo tipo, los sin complejos y los enemigos abiertos de la corrección social y política, que coinciden en casi todo con la ultraderecha.