Sea como fuere, y dejando de lado la injusta y antidemocrática Ley Electoral, el PP ha conseguido el poder con holgada mayoría absoluta, y la hecatombe de la izquierda ha sido más que evidente. Se veía venir. Ocho años de acoso y derribo contra un gobierno, que no ha mantenido con firmeza sus posiciones socialdemócratas, por parte de una oposición que no ha hecho oposición, sino que lo ha machacado todo, y en unas circunstancias de crisis económica grave, han otorgado finalmente grandes réditos a una derecha que lleva años actuando en la búsqueda compulsiva del poder.

Y sea como fuere, esta derrota electoral histórica de la izquierda ya no es un aviso para navegantes, sino una amarga constatación de que las fuerzas políticas progresistas y socialdemócratas de este país están obligadas a hacer una profunda reflexión que las lleve a la unión, la coherencia y el acercamiento real y efectivo de sus postulados ideológicos a la sociedad española. Y esta derrota debe ser el motor que consiga redefinir, reestructurar y renovar de manera efectiva los postulados democráticos que la definen.

La derecha neoliberal se ha instalado sobre nuestras cabezas. Y no sólo en España; el asunto sería menos grave si así fuera. El neoliberalismo, cuya ofensiva la venimos sufriendo desde hace décadas, se ha instalado en las instituciones que marcan las pautas económicas y políticas europeas, y eso es algo que trasciende a rajoys, aguirres, cospedales y personajes similares, quienes simplemente son los aliados españoles de esas políticas que defienden el capital despreciando a las personas y sus derechos.

Probablemente seremos testigos de importantes retrocesos en nuestra democracia, así como en las democracias europeas. Los derechos ciudadanos, nuestros derechos, serán recortados, así como, probablemente, sea notablemente frenado el progreso de la sociedad democrática, solidaria, libre y secularizada. Probablemente nos encontraremos con confesionalismo hasta en la sopa, y puede que las libertades democráticas básicas, como la de conciencia, información y expresión, lleguen a recortarse hasta mínimos.

Las urnas, paradójicamente, han otorgado poder absoluto como vía de solución del problema a los mismos que le crearon. La socialdemocracia ha “perdido”. Sin embargo, la derrota no es tal si se interpreta en clave de aprendizaje. De hecho, la derrota es una gran maestra que moviliza y activa nuestras capacidades de respuesta y superación, mientras que la victoria las adormece y aletarga. Y este es, más que nunca quizás, el momento de hacer resurgir las coordenadas socialdemócratas que han impulsado los mayores logros sociales y políticos de la historia española.

Porque “perder” no significa someterse, y mucho menos rendirse. Quizás ahora más que nunca los ciudadanos progresistas debemos estar unidos y seguir exigiendo a los representantes públicos los derechos fundamentales y una sociedad justa, igualitaria y democrática. La voracidad neoliberal no ha vencido mientras existan ciudadanos comprometidos con  la defensa de los derechos humanos y con la construcción de un mundo mejor. Huyamos de la indiferencia, porque, como dijo Luis Mendieta, víctima de las FARC, “la indiferencia es más culpable del mal que la propia maldad de los malos”. Y a los demócratas nos esperan tiempos de fuertes compromisos.

Coral Bravo es Doctora en Filología