Fernando Ulloa, un psicoanalista, profesor e investigador argentino, ha sido uno de los primeros autores que ha investigado en profundidad la crueldad y su relación con la política. Ha trabajado muchos años con el concepto de “ternura”, y la ha ensalzado como el contrapeso imprescindible que pone barrera al abuso y a la crueldad. “Hablar de ternura en estos tiempos de ferocidades no es ninguna ingenuidad. Es un concepto profundamente político. Es poner el acento en la necesidad de resistir a la barbarie”.

Y me recuerda a la ecologista alemana Petra Kelly en una de sus frases más icónicas: “ser tierno y, a la vez, subversivo”. Porque suele existir una confusión general en este campo. Se nos induce a considerar la ternura, la sensibilidad y la bondad  como “debilidad”,  justamente, quizás, para hacer prevalecer y dar valor a la insensibilidad, la rudeza y la maldad, que tienen tanta buena prensa, de manera muy injustificada, porque, como dijo Bertrand Russell, el amor es sabio y el odio es estúpido.

Ulloa insiste mucho en su trabajo y en sus divulgaciones en una circunstancia fundamental: “La crueldad requiere de un dispositivo sociocultural para prosperar”. Donde se respetan los derechos humanos, el bien común y la diversidad, la crueldad y la maldad se reducen o se rezagan, porque “cantan” mucho. La perversidad y el desprecio al otro se expanden y se manifiestan sin cortapisas cuando existe ese dispositivo sociocultural que los ampara y los favorece. En la España del 2024, y en buena parte del mundo, ese dispositivo está muy vigente. Se llama neoliberalismo o neofascismo.

El neoliberalismo es la psicopatía llevada al ámbito de la política. La psicopatía, o narcisismo perverso, no es una enfermedad, es la maldad extrema, es una perturbación, un “modo de ser”, un trastorno de la personalidad que se caracteriza principalmente por la ausencia total de empatía, de conciencia, de sentido de la moral. El individuo manifiesta una total insensibilidad, aunque su pensamiento es pragmático y racional, siempre centrado en los propios intereses, y siempre indiferente a las consecuencias de sus actos y a los sentimientos y pensamientos de los demás. Todo ello en un contexto psicológico de narcisismo, de ausencia de emociones, de incapacidad de amar, de manipulación, de engaño, de mentiras, de ausencia de remordimiento o de culpa y de desprecio al prójimo. Aunque, por supuesto, no se percibe a simple vista.

Si se estudia un poco y con un mínimo de rigor la psicopatía (lejos de los falsos tópicos que se nos cuentan alejándonos de la verdad), seremos capaces de percibir con mucha claridad la relación estrecha entre psicopatía (ausencia de empatía y de conciencia) y política. Dictaduras, totalitarismos, campos de concentración, guerras, torturas, abusos, tiranías, desprecio a los derechos fundamentales y a la vida de las personas son situaciones muy frecuentes en la historia humana, y lo siguen siendo en la actualidad. Todo ello viene promovido por ese 10 por cien de la humanidad que carece de conciencia y de empatía, que es incapaz de ponerse en el lugar del otro, que carecen en sus cerebros de esa parte maravillosa que procesa los afectos, el amor o la compasión. Si a nivel cotidiano son los grandes maltratadores de otros seres humanos, a nivel político son los grandes maltratadores de sociedades enteras.

Nadie con conciencia y capacidad de empatía es capaz de actuar poniendo en peligro la vida o la dignidad de otros seres humanos; y si lo hace por algún motivo, siente un sufrimiento atroz y un gran sentimiento posterior de culpa y arrepentimiento. Por eso la ecuación es muy sencilla. Quien es capaz de hacer algo que muestra con claridad que alguien con conciencia nunca haría, la naturaleza psicológica de ese alguien que sí es capaz está orientada, sin duda alguna, hacia ese tipo de condiciones psicológicas de personalidad.

Durante la pandemia, en las residencias públicas de la Comunidad de Madrid murieron 9.498 ancianos, de los cuales 7.291 murieron sin ser trasladados a un hospital, encerrados y sin asistencia médica alguna, y, quizás lo peor, sin que sus familiares pudieran acompañarles. Ocurría a causa de los protocolos de exclusión sanitaria firmados por el gobierno de la actual presidenta de la Comunidad madrileña. Ahora, tras salir a la luz las actas de las residencias, dice, en su defensa, algo realmente alucinante: “no se trasladaron porque iban a morir igual”.

Todos vamos a morir y eso no nos limita el derecho a asistencia médica, asistencial o paliativa. ¿Vivimos en el siglo XXI o en la Edad Media? ¿Quién es nadie para decidir que unos vivan y otros mueran? Porque, incluso desde las residencias públicas fueron trasladados a hospitales los ancianos que tenían seguro médico privado. Algunos directamente lo llaman genocidio. Por supuesto, desconozco el perfil psicológico de la presidenta de la Comunidad de Madrid y de la plana mayor de las actuales derechas, pero es obvio que sus modos de actuar son, como poco, indicios de que actúan sin empatía alguna.

Robert Hare, el catedrático canadiense que es el gran experto mundial en psicopatía, tiene un libro paradigmático que explica muy bien cómo funciona la maldad humana extrema. Lo tituló Sin conciencia. Muy recomendable para entender cómo funciona la mente de los malvados, los totalitarios y, obviamente, de muchos neoliberales.

Coral Bravo es Doctora en Filología