El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Castejón, en la entrevista para televisión que concedió a Jordi Évole el pasado 25 de junio, utilizó la expresión “burbuja de mentiras, falsedades y maldad” para referirse al contexto de acoso y derribo despiadado de que son víctimas partidos y políticos progresistas por parte de PP-Vox. Me pareció muy acertado y más que oportuno ponerle nombre a determinados comportamientos intolerables que tienen una muy clara explicación desde la ciencia de la Psicología. En realidad,  estos acosos no son algo nuevo, sino que empezaron el mismo momento del inicio de su legislatura. Porque una de las herramientas del neoliberalismo y del capitalismo extremo en los que estamos inmersos es generar una guerra continua y permanente de noticias falsas y de manipulación de la opinión pública.   

Se trata de un suma y sigue. Con Rodríguez Zapatero ocurrió lo mismo. Las derechas y sus afines fueron a desgastarle sin compasión para acabar con su gobierno. Recordemos mantras tan falsos y siniestros como “Zapatero vende España”, aunque hizo cosas tan buenas como acabar con ETA (y de eso no se habla). Es más aún, esa guerra ideológica y esos acosos y derribos son lo habitual y sistemático cuando hay un gobierno progresista, en España y en el mundo.

No hay más que recordar lo que ocurrió con el Gobierno de la II República española. Fue la primera democracia en España, y fue derrocada por un golpe de Estado de un dictador que impuso, con sus cómplices y aliados, el terror. O recordemos la propaganda franquista; o lo que ocurrió en el nazismo, con aquellas atrocidades solo propias de monstruos. Y es que, como decía Lovekraft, todos los monstruos son humanos.

Robert Hare, el catedrático canadiense que más ha estudiado la maldad humana (psicopatía y narcisismo extremo o perverso) dice que  para estudiar a los psicópatas sería oportuno acudir a esferas políticas y financieras, y que, los psicópatas o narcisistas extremos, los que en muchísimas ocasiones hacen las leyes, porque son los que, en general, gobiernan el mundo. Y es que las estadísticas indican que en el mundo de la alta política el porcentaje de estas personas que carecen de empatía (ponerse en el lugar de los demás), que son incapaces de sentir culpa o arrepentimiento, que carecen de sentimientos, aunque saben muy bien fingirlos, llega hasta un 80 por cien; una barbaridad que delata el alcance de la cuestión.

Existe en la población una gran desinformación sobre este tema. Nos venden la idea de que los psicópatas son asesinos en serie. Nada más lejos de la realidad. Menos del 1% de ellos delinquen, aunque todos se pasan la vida destruyendo, más o menos sutilmente, y haciendo el mal. No se sabe identificarlos por  falta de información; una falta de información vergonzosa, porque desde la misma escuela nos tendrían que dar nociones básicas sobre psicología para, entre otras cosas, ser capaces de identificar y defendernos del mal extremo que, como digo, nos rodea por todas partes; aproximadamente un 2-4% de la población son psicópatas puros, y más del 10-12% (y va en aumento) son psicópatas integrados.

El rasgo clave de estos personajes es la falta de conciencia, del que se derivan muchos otros rasgos; carecen totalmente de empatía, no sienten nada en absoluto por nadie que no sean ellos mismos, aunque saben bien fingir lo contrario. Son grandes manipuladores, controladores, narcisistas, fríos, ambiciosos, abusadores, parásitos, la crueldad es su paradigma. Con este perfil son muy habituales, como digo, en ámbitos financieros, empresariales y políticos. Se trata de tantos y tantos que se enriquecen del dinero público, o, esos altos cargos que, desde los bancos, engañan y roban sin ningún atisbo de escrúpulo, sentimiento de culpa, o remordimiento. O aquellos que consiguen que miles de personas hayan sido desahuciadas de sus casas. Esos que recortan derechos ciudadanos sin un mínimo de compasión hacia el sufrimiento humano que generan sus decisiones y sus actos.

También son aquellos que lanzan bulos bien planificados en maquinarias despiadadas de desprestigio contra los que trabajan por el bien común, y aquellos que vociferan e imponen sus mentiras en esas terribles tertulias televisivas, aunque saben que están engañando y manipulando a millones de personas…; en general, son todos aquellos que, sin el mínimo rubor, se dedican a destruir todo aquello que no tenga relación con sus intereses y que, incluso, disfrutan haciéndolo.

Defendernos de la maldad es fundamental, tanto en nuestra vida personal como a nivel colectivo. Y muy especialmente a nivel político. ¿Cómo? Todo gobierno democrático tendría que crear una estrategia contundente de defensa ante la maldad, de blindaje de las democracias desde diversos flancos, como procurando medios de comunicación propios o neutrales, creando una red importante de información en redes sociales, desprestigiando la propaganda falsa, persiguiendo a los desinformadores profesionales y a los terroristas de la información, informando continuamente a la ciudadanía de los objetivos y logros democráticos, desenmascarando los bulos y a los que los lanzan, y, sobre todo, no tolerando a los intolerantes.

Para conocer cómo funciona la maldad extrema, recomiendo la lectura de este libro de referencia obligada: Sin conciencia. El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean, Robert Hare, Paidós Ibérica, Barcelona, 2003. Porque a Sánchez, a los políticos decentes, y a todos realmente, nos conviene, en este sentido y por muchos motivos, estar bien informados.