Cualquier suceso, cualquier hecho, que ocurra en nuestro país, se analiza exclusivamente desde las entrañas. El yo se ha impuesto al nosotros y los partidos lo están aprovechando para moldear al electorado. Llamadas al odio e intolerancia a las opiniones ajenas. Esto va más allá del populismo, es pura política del dolor.
Vivimos un tiempo nuevo en política. Uno más oscuro. El final de un terrible viaje, el que va de las ideas a las entrañas. De lo elevado a lo vulgar. La política del dolor es aquella que recorre el camino inverso. No es aquel traslado del yo al nosotros, sino una renuncia del colectivo para centrarse, carnal y categóricamente, en el yo.
Esto ya no va de emociones, sino de instintos. No hay sentimentalidad, sino afectación. Una política umbilical y caprichosa, en la que nuestros miedos vuelan por encima de nuestras expectativas, en la que el bien común es secundario frente al bien individual, en la que el gozoso y acomodado yo se impone a un cada vez más exigido nosotros.
Hechos como el ocurrido en Algeciras sirven para desenmascarar la miseria de unos y la incapacidad de respuesta de otros. Dignidad e indignidad se mezclan en un lodazal indistinguible. Un marroquí asesina a un sacristán y hiere a un sacerdote. Los primeros titulares hablan de terrorismo yihadista, cosa comprensible y hasta lógica, pero dice mucho de nuestros esquemas sociopolíticos. Su actitud y su comportamiento no se corresponden con un ataque terrorista: después del ataque se le ve caminar lentamente hablando solo, se deja detener, algo extraño en un terrorista islamista, que «muere matando», las declaraciones de sus compañeros de piso hablan de un chico normal hasta hace poco tiempo, porque «no está bien…».
Los terribles precedentes -11M, Barcelona, Cambrils…- hacen entendible la alarma social, pero justo sería reconocer que son otros factores los que crean un caldo de cultivo para que se construya incluso una polémica política con declaraciones fuera de lugar por todas las partes. Y esos factores son que es un marroquí el asesino, que las víctimas son religiosos católicos y que el lugar es Algeciras.
Y Vox entra en escena. Vox, que fue la fuerza más votada en Algeciras en las elecciones generales en 2019, se apresura a poner el foco en la nacionalidad y la religión del asesino: «No podemos tolerar que el islamismo avance en nuestro suelo». Rédito en las urnas. Sin más. Sucio electoralismo. Un día antes, en Miranda de Ebro, era detenido un ocioso jubilado por haber enviado cartas explosivas al presidente del Gobierno, al Ministerio de Defensa y a diferentes embajadas. El anciano es acusado de seis delitos de terrorismo. Nadie habla entonces de atentado. No se crea alarma social. Un pobre señor con sus facultades mentales trastornadas, se deja caer. Nadie convoca una rueda de prensa para pedir a la Policía que vigile a los septuagenarios. Vox no alarma a todo aquel que tenga un buzón en su bloque de pisos.
Es grave que el asesino marroquí tuviera una orden de expulsión no ejecutada desde junio, y eso es algo que hay que investigar y exigir responsabilidades. Es grave que el ministro Grande-Marlaska no informase al presidente de la Junta de Andalucía de nada relacionado con el caso. Es grave este cruce de acusaciones, de disparates, de electoralismo, con el cadáver de un buen hombre que ni siquiera había recibido sepultura aún. Es grave que ante el dolor colectivo se apele al oportunismo de los partidos, a su cálculo, a su indescifrable interés.
Se pide unidad frente al terrorismo, y cada cual hace la guerra por su lado. El PSOE diluye el tema, el PP se va por los cerros de Úbeda, Podemos pasa de perfil y Vox agita el odio. Un asesinato terrible con una respuesta pobre por parte de nuestros representantes políticos. Sin reacción unánime, sin firmeza, sin corazón. Sólo tripas.
La democracia tiene una enfermedad. La política del dolor siempre legisla en caliente. Más pena, más castigo, más odio, más ruido. Algeciras es un ejemplo de convivencia. Yasin Kaza un desequilibrado que en nombre de Alá ocultó su burda y repugnante maldad. Diego Valencia un buen católico que se enfrentó al diablo. Este circo ante los micrófonos deshonra su memoria.
Los partidos construyen su discurso con lo que captan en la ciudadanía. ¿Y qué ven? Una suma de individuos que sólo entienden el mundo desde su subjetividad. Yo. Yo. Yo. Yo pienso, yo creo, a mí me duele, a mí me hiere, a mí me irrita, a mí me discrimina tu opinión, tu argumento o tu existencia. El yo. Un yo visceral y desinformado. Un yo que los partidos moldean. Instinto frente a reflexión. Odio frente a mesura. El populismo ha anidado en nuestra democracia. Comienzan a eclosionar sus primeros huevos.