Pablo Casado sigue esperando la llegada del último galeón de las Indias. Un galeón que le traerá al PP dos tucanes de voz tricolor, chocolate legítimo —y no ese untamorros de Nestlé—, olor a Nueva España con patatas y cien mil collares de oro. Pero con ese botín saqueado en los almacenes del Amazon del siglo XVI que era América, vendrá también mucha sangre. Sangre india en los arcabuces, en los morriones, en los gorjales, en las espadas. Sangre de Lautaro. Sangre de Moctezuma. Sangre de Pedro Páramo y de todos los pedros que siguen siendo indígenas y nadie.

Sin embargo, a Pablo Casado esa sangre nocturna de selva blanca que ya denunció fray Bartolomé de las Casas —el primer periodista de investigación del Nuevo Mundo— no le quita el sueño. El mismo sueño, por cierto, que profetizaban Los Nikis, seremos de nuevo un imperio, etc., solo que, en el caso del ventrílocuo de Aznar, sin parodia, sin humor, sin ironía. Porque el humor no casa con Casado (disculpen el políptoton). El líder del PP, ese partido de cleptócratas de cinco estrellas, parece un chico más serio que inteligente. Tampoco se le adivina muy culto, a pesar de los esfuerzos de la Universidad Rey Juan Carlos por asestarle un máster gratis. Pablo Casado transmite la impresión de que le cuesta encontrar las siete diferencias entre Shakespeare y Mickey Mouse. De ahí que no sorprenda que confunda hacer oposición con hacer pedrofagia. Solo así puede explicarse lo del otro día.

“La hispanidad es el hito más importante de la humanidad”, proclamó Casado desde el Zeppelinfeld que le improvisaron en Málaga. ¿La respuesta del auditorio? En vez de asombro intelectual, vítores acríticos, aplausos y subidón de adrenalina rojigualda. ¿Para qué la sensatez o el rigor? Al PP hace tiempo que solo le importa la política de granja, no la política del bien común. Por eso, en el mitin del otro día, no apareció la España del siglo XXI de la que ya habló Luis Vives en el siglo XVI. Allí solo estaban las vísceras de una España de caballos despanzurrados y gregorios de Zuloaga, de zumalacárreguis y requetés sin boina, de nostálgicos de las catacumbas de plomo y Franco. Allí solo había un “negro toro de pena”, que dijo el poeta.

Su discurso enfrenta a los españoles de banderitis balconera con el resto

Casado mintió en Málaga a sabiendas. O tal vez solo abrevó el discurso en los manuales que publica la Fundación Francisco Franco. Quién sabe. Lo cierto es que el presidente del PP casi estuvo a la altura del diario Bild en versión española y olé. Vamos a ver, don Pablo, ¿cómo se puede decir sin sonrojo lo que dijo el otro día? ¿O es que iba hasta más allá de las cejas de falseína, ese alcaloide que sintetizan en los laboratorios del PP y que devasta la realidad para repoblarla de embustes y patrañas?

Asombra lo de este chico. O no, bien mirado. Su partido —que está entre la Tizona del Cid y Wolfgang Schäuble, el kapo alemán de los campos de exterminio económico aplaudidos por Rajoy— es el que más acusa al País Vasco, a Cataluña y hasta a Villaviciosa de Odón de manipular y tergiversar la historia para acomodarla a sus intereses nacionalistas. Pero, en cambio, lo que hizo Casado en Málaga fue historia. Simplemente historia. Amigo de promover autos de fe, Pablo Casado acusa hasta la náusea a Pedro Sánchez de pactar con populistas y secesionistas que quieren romper España, y, por el contrario, no se da cuenta, o finge no darse cuenta, de que su discurso es pura bencina. Un discurso que no une, sino que enfrenta a los españoles de banderitis balconera con el resto, y tan rupestre y retrógrado como el de los independentistas catalanes.

Un tipo dispuesto a arreglar España en menos de dos minutos, el tiempo que tarda en desenfundar el revólver que lleva debajo el sobaco

Deje en paz, por tanto, a Hernán Cortés, a Pizarro y al Cid —a cuyo sepulcro don Joaquín Costa, con mejor criterio que usted, echó doble llave— y regrese a la España del siglo XXI. Estudie un poco, lea a fray Bartolomé de las Casas y permita que Pedro Sánchez gobierne de una vez, que, si yerra, ya se lo demandaremos en las urnas, pero hoy somos muchos los que no queremos una edición corregida y aumentada del rajoyato. Ah, y renuncie a otear el horizonte como la infantina del romance. El galeón de las Indias que se acerca ola a ola no trae oro ni glorias pasteurizadas. En la proa viene Santiago Abascal, el caudillo de Vox, a quien usted mimetizó el otro día en Málaga, sin advertir que con un fanático de extrema derecha ya tenemos bastante y aun nos sobra. Tenga cuidado, señor Casado, con el fuego amigo. Hay coleguis que matan. Que miedo da este híbrido entre Marine Le Pen y el capitán Alatriste. Un tipo que está dispuesto a arreglar España en menos de dos minutos, el tiempo que tarda en desenfundar el revólver Smith & Wesson que lleva debajo el sobaco —no es broma— y en ladrar un “se sienten, coño” en las urnas o donde más le convenga. Las pistolas han vuelto a la escena política. Y, por desgracia, esta frase no es una metáfora.