Hace años asistí a algunas ponencias en un encuentro entre científicos, profesores y gentes del arte que pretendían enviar un mensaje general de alerta a la sociedad sobre los peligros del auge de los fundamentalismos que el neoliberalismo ha estado resucitando desde la década de los 80; de los fundamentalismos políticos y religiosos, que siempre van unidos y se suelen retroalimentar en un ciclo cerrado en el que no tiene cabida la racionalidad ni la reflexión. Hoy en día podemos afirmar que no sólo no se ha detenido ese auge, sino que va en escalada ascendente, y que los peligros sobre los que entonces aquellos conferenciantes de mente lúcida y preclara alertaban se están cumpliendo al dedillo.
Me decía hace poco un amigo profesor de Secundaria que percibe, sorprendido y asustado, a muchos adolescentes adheridos a ideas y mensajes xenófobos y radicales de la extrema derecha. ¿Cómo no, si están escuchando esos mensajes a todas horas en radios, televisiones y redes sociales?
La mayor parte de los medios de información en España están en manos de las derechas, actuando de sus lacayos y pregoneros. Rosas, grisos, motos, rocas y similares parecen tener como supuesta función principal en sus programas y magazines el lanzar dardos venenosos al gobierno, y blanquear a las derechas y extremas, que tanto monta, como los salvadores patrios. Y esos mensajes, absolutamente comprados y consensuados, le llegan muy bien a un sector social acrítico y desinformado, esa parte de la sociedad que no piensa, o piensa muy mal, que no analiza, que no cuestiona ni contrasta.
No me refiero a personas de bajo nivel académico. No. Me refiero a esa parte de la sociedad, de cualquier extracto social, que tiene muy bien aprendido lo de creer en lo primero que se nos cuenta, sin oponer ninguna resistencia, y a no pensar. Hitler se apoyaba en la religión, como Franco y la mayor parte de los dictadores. Como ahora Trump se alinea con la irracionalidad religiosa para validar su propia irracionalidad, y para legitimar su beligerancia política contra las democracias y contra el mundo, cegado por el ansia de dinero y de poder. Es la historia de siempre. De ahí el miedo que nos inspira, porque, como decía Voltaire, quienes pueden hacer que se crea en absurdos pueden hacer que se cometan atrocidades. Y porque, como dijo Diderot, del fanatismo a la barbarie sólo hay un paso.
Algunos creían que, una vez instauradas las democracias en Europa tras las dos guerras mundiales del siglo XX, sería imposible retroceder hasta aquellas políticas de odio y de exterminio, y más habiendo por medio la Declaración de los Derechos Humanos de 1948. Pues bien, los neofascistas se pasan esa Declaración universal de la ONU por el arco del triunfo; tanto que ya estamos, de nuevo, muy cerca de aquellas políticas que destruyeron Europa hace menos de 100 años. El lavado de cerebro que los neoliberales llevan décadas ejerciendo contra las sociedades occidentales está dando sus frutos, obviamente. Lo mismo que dio sus frutos el lavado de cerebro que se ejecutó con el pueblo alemán para justificar y legitimar el nazismo. De tal manera que a día de hoy han calado muy bien en el entramado social esas ideas de hostilidad, agresividad y de odio que algunos, en la defensa de sus intereses, divulgan y defienden.
Europa ahora se está preparando para defenderse de esa irracionalidad que se ha disparado con el nuevo presidente del país más poderoso del mundo. No es ninguna ingenuidad. El otro día leía que, desde la Segunda guerra mundial, nunca habíamos estado tan cerca de una tercera, lo cual es realmente más que preocupante. Y, a pesar de ello, los neofascistas continúan en sus trece demonizando a todo lo que huela a democracia. Demonizan, acosan y atacan a Sánchez, como, en su día, demonizaron a Rodríguez Zapatero. ¿El motivo? Son demócratas, son empáticos, defienden a los vulnerables, defienden la justicia social, trabajan por y para todos los ciudadanos, y no sólo para las élites, suben sueldos y pensiones, defienden la enseñanza y la sanidad públicas y son buenas personas.
A día de hoy, Sánchez es el único presidente de gobierno progresista en Europa. Y, además, Sánchez ha fortalecido la democracia, como expone el indicador del Índice Global de democracia para todo el mundo, elaborado por el EIU (Economist Intelligence Unit), que acaba de ser publicado. Este estudio muestra que España es de los muy pocos países del mundo que ha escalado puestos, poniéndose incluso delante de países de gran tradición democrática como Francia. Aunque las democracias se han deteriorado globalmente de manera considerable en 2024, la democracia española se ha fortalecido, a pesar de esa guerra sucia de las derechas, de su acoso y derribo, de sus bulos y de su cansina e insoportable sinrazón. Y me pregunto, de manera retórica, claro, por qué no hablan sobre este “pequeño detalle” en los telediarios ni en tanto medio digital y escrito al servicio de esa guerra sin cuartel, que tanto daño está haciendo a España.
Coral Bravo es Doctora en Filología