Cuando era una adolescente tuve la oportunidad de ver bailar en directo a Nureyev, en una actuación que realizó en Valencia. Hace mucho tiempo, pero no lo he olvidado ni creo que lo olvide. No solo para amantes del ballet, sino para cualquier persona mínimamente sensible, era una experiencia maravillosa ver ese cuerpo, ya mayor, fundirse con la música y dejarnos ver parte de su alma. Su genialidad como artista ya forma parte de la historia.

Sin embargo, esta semana conocía una noticia sobre él que me llenaba de pena y de rabia. En Rusia se ha suspendido la obra que se representaba sobre su vida. Y no por falta de espectadores precisamente, sino por una razón estúpida, a mi juicio y estoy segura de que al de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad. Se alegaba que su historia conculcaba la ley “anti LGTBI” vigente en ese país, y que el libreto constituía apología de la homosexualidad. Diría que si me pinchan no sangro si no fuera porque mi capacidad de asombro hace tiempo que tiene el listón muy alto. Por desgracia.

Hay mucha tela que cortar aquí. Por un lado, ignorar la calidad artística de un genio como Nureyev es un ejercicio de palurdez de primer orden. Y, por supuesto, privarle del reconocimiento de su propia tierra una torpeza tremenda. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que se considere que se puede hacer apología de la homosexualidad como si la orientación sexual fuera un delito cuya expansión hay que evitar a toda costa. Y que, encima, haya una ley que lo ampare, revistiendo de supuesta legalidad lo que no es otra cosa que una vulneración de los derechos humanos como la copa de un pino.

No entiendo como el mundo no se revuelve ante estas cosas. Pero todavía entiendo menos como, en pleno siglo XXI, hay personas que apoyan esta decisión como si fuera lo más normal del mundo, como hacían varios de los entrevistados ante las puertas mismas del teatro.

Pero todavía hay más. Se ha discutido en otros casos, como en el de un famoso tenor de todo el mundo conocido, si debería primar su calidad artística sobre su reprochable comportamiento y debía seguir recibiendo aplausos a pesar de que su vida al margen de los escenarios no los mereciera. Pero este caso no tiene nada que ver. Rudolph Nureyev solo ejerció su libertad contra todos los obstáculos, y eso merecería una ovación tanto delante como detrás del telón. Y el mío, sin duda, lo seguirá teniendo. Hoy más que nunca.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)