Hasta ahora, siempre me había parecido un halago que dijeran de una persona que era culta. No podía ser de otra manera, si tenemos en cuenta lo que dice el diccionario de la Real Academia, especialmente en la segunda de sus acepciones, que define la cultura como “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”. Así, tener cultura era algo fantástico, sin duda. Pero parece que hay quien quiere darle una peligrosa vuelta.

En estos días, en nombre de la cultura, se está propugnando la exclusión de determinadas personas o grupos por ser diferentes, por pensar diferente o por tener unas creencias diferentes. Pero ¿diferentes de qué o de quién? Pues, ni menos, de aquellos que consideran que solo hay una manera de ser, de pensar y de creer y que quienes no consigan encajar en ese estrecho molde, merecen ser excluidos. Algo que trae recuerdos históricos que asustan

No tienen en cuenta quienes presumen de su propia estrechez de miras que sus moldes ya no existen, que hace ya mucho tiempo que conseguimos desprendernos de ellos y que, aunque las personas seamos diferentes, nuestros derechos son iguales. Y eso, les guste o no, sí que forma parte de nuestra cultura. Porque, volviendo al diccionario de la RAE, nos define la cultura en su tercera acepción como el “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”. Y nuestra época es la actual, ninguna otra. Una época que tiene su propia norma fundamental, la Constitución, que no solo consagra el derecho a la igualdad, sino que define nuestro Estado como aconfesional, y garantiza la protección de la libertad religiosa de todas las personas.

Esa es mi cultura, no otra. Mi cultura es la que defiende la diversidad, la que se basa en la igualdad y en la convivencia y que no admite más molde que lo que dice la Constitución y las Declaraciones internacionales de las que nuestro país es parte, como la Declaración de Derecho Humanos.

Y, como es mi cultura, me niego a que, en nombre de ella, defiendan ideas excluyentes que no me representan, y que no deberían representar a nadie que se considere patriota, pero de los de verdad, no de los que se creen dueños de este término.

Aspiro a ser una persona culta. Aspiro a tener ese conjunto de conocimientos que me permitan tener un juicio crítico. Y aspiro también a que todo el mundo lo sea. Pero para eso, antes, deberían saber qué es la cultura y no tomar su nombre en vano.