Si algo va a quedar del convulso 2024 es el giro de estrategia de la Casa Real para tratar de volver a situar a la monarquía española como en el pegamento de la nación imaginada que es España, ¿ha funcionado?
En ausencia de datos sobre la valoración y confianza de la gente, sólo es posible opinar desde la intuición, ahí me sitúo para pensar que, a pesar del triunfalismo sobre el éxito de la estrategia que muestran opinadores y tertulianos, los márgenes de mejora de la institución monárquica en 2025 son escasos.
Es innegable que en el escenario de la Dana en Valencia, con el nivel de descrédito y desafección sobre las instituciones que se ha generalizado, se les ha abierto a los monarcas una oportunidad de jugar una buena estrategia de comunicación que han aprovechado con inteligencia. No es una estrategia nueva y, sobre todo, tiene limitaciones en el mundo actual.
Aprendimos en la serie The Crown que, si algo define a la institución monárquica desde sus orígenes, pero mucho más en la actualidad, es la magia. En la Europa democrática liberal constitucional, construida sobre la libertad individual y la ficción de las naciones y Estados como pactos sociales, una institución que no se somete a las leyes comunes, que se constituye en base a un privilegio de sangre y que obtiene innumerables y lujosas prebendas, sin que nunca esté muy claro su función y devolución a lo común, sólo se puede sostener por los mismos mecanismos que sostienen los ritos navideños en la infancia.
De hecho, el artificio de la cercanía y lo “campechano” como elemento de valoración popular, que es lo explotado en esta última campaña de marketing regio, tiene su raíz precisamente en el principio de legitimidad mágica de la monarquía; poder tocar y tener a tu lado a quien consideras un ser superior es de un impacto emocional inigualable. Pero también ahí reside su riesgo, cuando lo mágico se convierte en ordinario pierde su aura y pone en riesgo su legitimidad. ¿Mantendríamos la ilusión de los Reyes magos o de Santa Claus si se sentaran a cenar con la familia y se comportaran como un cuñado cualquiera?, me temo que no.
Creo que esta es la parte que no han terminado de tener en cuenta los nuevos estrategas de la casa real. Lo pudimos ver en el discurso de noche buena, en el que el rey se situó, ya fuera de su papel campechano, de vuelta en su papel oficial. En ese lugar, a pesar del cambio de escenario y de imagen, el Rey no tuvo la menor capacidad ni de convocar al pueblo a su llamamiento, ni de transmitir ni conectar de forma mágica con los pocos que le escuchaban.
Un año más el discurso trasladó una suma de lugares comunes sobre los problemas que nos acechan como sociedad, en el que algunos olvidos injustificables, y la absoluta parcialidad de su visión concreta y particular de la realidad actual, volvieron a dejar al heredero del rey transicional incapaz de situarse en los marcos consensuales que le permitieron a su padre sostener la magia en su campechanía y aportación democrática varias décadas.
Es posible que nadie de quienes supervisaran el discurso se dieran cuenta de que no vincular la Dana con el cambio climático, no tener mención alguna a las mujeres y a las violencias sexuales tan presentes en la actualidad de este año, insistir en la inmigración como problema, y obviar que las dificultades de acceso a la vivienda y la pobreza infantil o la desigualdad no son fenómenos meteorológicos, rompen la supuesta neutralidad política del rey y le sitúan en un marco de pensamiento muy concreto que representa a una parte, y no al todo, de la sociedad a la que debe representar. Es normal, no hace tanto que este país ha roto los falsos consensos sociales y no es fácil que las instituciones se acostumbren a que la visión de una parte ya no es tan mayoritaria como para que cuele la ficción de que representa al todo.
Quizá este sea el mayor problema y síntoma de inviabilidad de la monarquía española: rotos los consensos transicionales (por todos los campos políticos), es imposible que sobreviva la legitimidad una institución que sólo se creo para recordar que más vale un falso consenso que anule la pluralidad propia del Estado, manteniendo la ficción de una nación que nunca fue, que afrontar el conflictivo e incierto debate sobre una nueva articulación política e institucional del Estado. Sin embargo, tan inviable es para la monarquía recuperar su amplia y transversal legitimidad, como inmutable su existencia, mientras la articulación política actual se siga sustentando en bloques que agregan identidades en confrontación, mientras no se recupere la ambición de articular amplias construcciones transversales que hegemonicen nuevos consensos, todo seguirá igual, también la ficción de la utilidad monárquica en nuestro sistema institucional.